Adonai Uresti
Suleima se encuentra a bordo del avión, del lado de la ventana, le gusta ver las nubes. Le ofrecen alcohol, prefiere beber agua. El calor se siente en el ambiente y su frente empieza tímidamente a sudar. Sus labios siguen rojos, carnosos. Una aspirina para el dolor de cabeza. Al fondo un niño comienza a llorar. Mientras tanto, en sus oídos, la música empieza a arrullarla, es un son cubano. Las melodiosas guitarras terminan venciéndola, de a poco. Llena de miedos, llena de sueños por cumplir. Su mano derecha va al corazón, un suspiro salió de aquella boca en donde viví tantas noches. Estaba lista, recargó su cabeza en la ventanilla. Se quedó dormida.
A
la par del vuelo permanezco bebiendo café. Es en este lugar donde se dan las
peores despedidas, peor que en los funerales, más reales y sinceras. Cuántos
cigarrillos se habrán esfumado a las afueras de este recinto. Cuántas lágrimas
hubieron de contenerse para darle fuerza y esperanza al que partía. Aquí no se
viste de negro, pero se carga un luto más pesado y ni en los novenarios encuentras
consuelo. Llegan más aviones a sus destinos que cartas a los buzones.
Con
el beso aún marcado en la frente color rojo, tu favorito, te digo adiós. Tus
maletas están listas y tus sueños ya se adelantaron a tu destino, te esperan.
Yo espero, espero enfermarme de ti y no encontrar la cura nunca. Que me posea,
me desestabilice, que me deje en coma y que me mate, total, es imposible
morirse más de una vez.
Encontrará
un buen empleo, aunque no le será fácil, ha dedicado su vida al arte y eso es
una mala inversión, es lo que nos dicen. Comenzará siendo mesera en algún bar
local, soportará las miradas poco o nada disimuladas de los lugareños y uno que
otro arrumaco o intento de este. Será víctima de los bajos sueldos y de regreso
a casa tendrá los ojos cargados de lágrimas que deberá aguantarse porque juró
que iba a lograrlo, se lo prometió a su hermana pequeña. En el camino mirará el
mar en calma, sentirá el abrumador bochorno que la hará improvisar y hará de su
revista un austero abanico. Ya sentada en su cama, se quitará los zapatos y
sacudirá la arena que hay en ellos. Sobará sus pies y dirá sus oraciones en voz
alta, su Dios la escuchará. Sacudirá las sábanas y se irá a dormir, acosada por
el calor caribeño.
Los
sábados, por la mañana, irá al mercado del sur para abastecer el frutero, los
mangos serán sus favoritos y los comerá por las tardes en su descanso. Tendrá
bronca con la casera que le rentó el cuarto de hasta el fondo (con el patio más
pequeño pero con clóset de lado a lado) porque tardará en pagar el alquiler, le
pagarán cada día cinco del mes y le exigen cubrirla antes del día 30, pero se
arreglará con la señora.
Pasó
más de una hora y he estado leyendo a Bolaño, no pongo atención en lo que leo,
no he podido concentrarme y tengo un nudo en la garganta. Vuelvo a fumar y un
joven se acerca y me pide fuego, le presto mi encendedor. Pronto llegará,
supongo.
Es
la realidad la que nos tumba a cada rato. Juega con nosotros, nos hace probar
los más dulces sabores de la vida, nos toma entre sus brazos y nos refugia del
frío. Nos deja saber que aún hay esperanza, que vendrán tiempos mejores. Y
después nos da en la madre. Dejándonos varados en la incertidumbre,
preguntándonos el porqué de las cosas.
Lamentando nuestras vidas, las vidas de los demás. Refugiándonos en nosotros mismos, en la miseria que solo conoce aquel que ama. Eso es la realidad que se parece tanto a ti, Suleima.
Lamentando nuestras vidas, las vidas de los demás. Refugiándonos en nosotros mismos, en la miseria que solo conoce aquel que ama. Eso es la realidad que se parece tanto a ti, Suleima.
Aprenderá
a andar en bicicleta, conocerá el significado de algunas palabras mayas. Deberá
mandármelas en cartas que siempre estaré esperando pero que nunca
llegarán. Beberá cerveza todos los días
pero no en exceso, solo para consolar su adolorida garganta. Tomará fotografías
en cada lugar que lo merezca, aunque todos lo merezcan. Como es natural, se
enamorará de algún lugareño. Este la llevará a pasear, la cargará en sus
hombros, le hará la comida, será su comida, su cena y su postre a la vez.
Dormirán y se despertarán juntos, se consumirán. Besará esa boca. No he
hablado de su boca. Su boca es una boca común, solo que con más pasado que
carne. Quien ha podido besarla no me dejará mentir; envicia. El colorete
hablaba por sí solo. Si te toca no saldrás de ahí nunca, es como una maldición,
aquella boca que fue motivo y pretexto de tantas y tan prolongadas desveladas
juntos. Será el dueño.
Seguramente
a estas horas ya estará llegando tu vuelo. Estás bajando las escaleras del
avión. Te tiemblan las piernas y respiras agitadamente. Ya en casa, saco de
una gaveta un frasco de fármacos y reviso la etiqueta. Tu vida será otra a
partir de hoy, la mía se quiebra pero soporto el hastío.
Tomas
un taxi y le das la dirección de un hotel cercano a la playa, se ajusta a tus
necesidades. Yo nunca me ajusté a tus necesidades. No te culpo.
Llegas
al hotel, desempacas y te tumbas en la cama, es pequeña pero cómoda y limpia.
Elevas los brazos y las piernas y los dejas caer de golpe. Caigo al suelo, acto
seguido el frasco que hacía un momento sostenía en mi mano cae cerca de mí,
vacío. Me golpeo fuertemente contra el piso y empieza a salir por mis comisuras
una especie de baba espumosa. Lo veo todo desde acá. Te ves muy linda, Suleima.
Te verás muy linda.
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