Celina María Alfaro Pérez Molphe
No tendría que mencionar su nombre de nuevo, pero la imagen de esa
persona danzaría de manera interminable dentro de su mente como una molesta
enfermedad, que le recordaría por siempre de lo que estaba escapando.
Antes de ese nombre él era alguien abatido por la monotonía que asfixiaba
de manera lenta su vida, pero se recordaba con cuerpo y rostro, de espalda
erguida, ojos rápidos, mente sencilla. Antes era un cualquier alguien, ahora no
era más que una bestia cobarde acorralada fuera de la zona donde se encontraban
los que habían sido sus iguales, pero había deseado el nombre, lo había
pronunciado, lo había saboreado.
No estaba listo y ahora se encontraba condenado a nunca dejar de mirar
atrás, siempre esperaría que en el momento en que se distrajera esa mano lo
jalaría de regreso al lugar del cual intentaba huir.
La lluvia que caía fuera del autobús bloqueaba un poco
los ronquidos y murmullos de las personas que se encontraban a su alrededor. A
él se le escapaba el sueño de entre los dedos, no recordaba la última vez que
había podido dormir bien, solo una cosa rondaba por su cabeza, escapar.
Ya no sabía que era vivir sin un miedo constante que
le susurraba sobre terrores y sombras que se escondían en los lugares más
cercanos a él, que tomaba la forma de personas que había creído amar. Ah, el
amor, que mentira tan más grande lo había enredado en la telaraña en la que se
encontraba atrapado y era ese nombre quien le había suspirado esas cuatro
letras como una dulce promesa.
Y cayó como un tonto, como tantos borregos lo habían
hecho de manera estúpida y desdichada.
Pensar en todo ello le hizo apretar con fuerzas el
libro que sostenía entre sus dedos como si fuera la única línea de vida que lo
mantenía cuerdo, sentía como la vieja pasta comenzaba a protestar y el sudor de
sus manos pegarse a las hojas.
Ahogó dos veces las ganas de vomitar antes de poder
dirigir su vista a las páginas casi desprendidas por el uso, ya viejas y
amarillentas pero cargadas de memorias, algunas letras habían comenzado a
borrarse y él pensaba que era una amarga ironía que se reflejaba en su mente no
funcional. Sus ojos cayeron en una frase que el nombre le susurraba como un
mantra que había obligado a tatuarse en los rincones más lóbregos de su
inconsciente y que resplandecía cuando él más deseaba y rogaba por una total
oscuridad.
Leyó la frase que sabía de memoria y escuchó como se la susurraba, su voz
vibraba dentro de las paredes de su cráneo como queriéndolo quebrar con un
horrible dolor de cabeza << Siempre me vas a querer. Yo represento para
ti todos los pecados que nunca has tenido el coraje de cometer. >> le
decía ese nombre despojándolo de su humanidad, de cualquier pisca de
personalidad que alguna vez pudo haber poseído.
Y recordaba a la perfección esas manos sobre su cuello y el terror
acalambrando sus piernas haciéndole imposible correr o tan solo moverse, como
lo habían empujado dentro de una caja de madera como si él no pesara más que
una pluma y su piel aún guardaba el dolor de las astillas mientras una pregunta
se le escapaba de la boca ¿es esto amor?
Y lo había sido, no podría estar más seguro de otra cosa a pesar de que
sus uñas se habían caído intentando escapar de esa prisión de cuatro paredes,
arañándolas y gritando hasta que de su voz no había quedado más que una memoria
vacía.
Sabía que había sido amor cuando sintió decepción al ver que la primer
persona en abrir ese cofre de madera no había sido ese nombre de cual ahora
huía.
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