Suite para cello no. 1 de Johan Sebastian Bach
Damaris González Villela
Una luz amarillenta entraba a la habitación. Ahí no había más que un librero, un pequeño intento de armario y un refugio a prueba de monstruos nocturnos, máquina creadora de sueños y área amoroso-recreativa, todo a la vez disfrazada de cama.Nos unía el amor a los viajes, tiempo, una apropiada cantidad de lágrimas y nuestra hasta entonces nula habilidad para tocar cualquier instrumento. A pesar de ello disfrutábamos deliciosamente la música. Nuestra primera noche en vela había sido cantando.
La cama era su hogar de cuatro de la tarde a nueve de la noche cuando volvía a su casa y el mío era él. Como de costumbre estábamos ahí, en una caza furtiva e intempestiva, unidos en un baile de movimientos armónicos, sutiles y bien ejecutados, un baile que conocíamos bien y sin embargo emocionaba como el primero. De pronto la grabadora con el casete se detuvo y yo con él. –Ya no hay música, dije. -¿Y?¿No estamos haciendo música al fin?- Me respondió antes de callarme con un beso. Sonreí y volvimos a nuestra sinfonía.
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