Gabriela
de Jesús Acevedo Domínguez
Es de noche, en pleno de cierto, junto en el cruce de la frontera, a pocos metros de llegar a un establecimiento que parecen baños públicos, otro sueño más es truncado por la policía de migración. Y es que así como le ha sucedido a miles de personas que se atreven a cruzar para el otro lado, jugándose la vida en el río o en el desierto para tratar de encontrar una vida mejor, A ella también le ha sucedido lo mismo, quedándose en el intento nada más.
Andrea
no ha sabido que hacer al ver las luces incandescentes de patrullas y personas
de migración ir tras ella para detenerla por ser una indocumentada. Y pensar
que faltaba poco para encontrar algún refugio temporal para continuar desapercibida,
pero ya no le quedaron fuerzas para correr hasta aquella estructura.
Su
rostro reflejaba pánico y tristeza, sus planes se habían truncado. –¡Otra vez
lo mismo!- Pensaba. –Es la segunda ocasión que soy capturada por estos. Jamás podré pasar al
otro lado. Y si intentara arreglar la visa, ellos no me la autorizarían, aun
teniendo el pasaporte y buenas intenciones. No, otra vez no-.
Después
de su detención en ese lugar, es trasladada en una patrulla a las oficinas de
migración para decidir su situación legal. Mientras iban en camino, Andrea
escuchaba el relato de muchas personas que explicaban sus motivos por el cual
estaban allí.
Algunas
personas también iban tristes, otras cerias como tratando de planear algo, y
otras más, hablando durante todo el trayecto, tratando de expresar ánimo dentro
del caos. Diciendo:
-Aunque
no pudimos llegar a donde habíamos planeado, por lo menos estamos vivos-.
–Es
cierto, pudimos haber muerto en el camino, algún día podremos regresar a casa-.
–Sí,
posiblemente pasemos meses en un lugar desagradable, pero vamos a salir, y
podemos volver a intentarlo-.
-Esta
vez no lo conseguí, pero seguiré intentando, hasta que al fin pueda lograrlo-.
-Aunque
el viento valla en contra, lucharé por este sueño, hasta que se haga realidad,
o se agoten las posibilidades-.
El
transporte se detiene en un tramo más adelante, varios agentes bajan y se ponen
a corretear gente, hasta que regresan con más personas. Más tarde, llegan a la
oficina de migración. Todos bajan y son conducidos al interior, para continuar
con su registro, allí mismo, realizan una selección, para verificar los que van
directo a juicio y los que no.
Andrea
caminaba junto con los del primer grupo. Cuando llegaron al juzgado, iban
formados en fila, y de esta manera, de tras de una barandilla enrejada, vieron
al juez, quien era el que determinaba el tiempo de reclusión. Cuando le llega
el turno a Andrea, se quedó pasmada al escuchar la sentencia en voz de un
traductor, que interpretaba todo lo que el juez iba diciendo: -Por haber
reincidido a pasar al país de manera ilegal, permanecerá 3 años en la prisión
general de este estado. Luego, será deportada a su lugar de origen.
Advirtiéndole de antemano, que jamás podrá regresar a la nación-.
Está
destrozada, tiene la autoestima por el suelo. Durante el traslado va llorando
desconsoladamente. –Se terminó, jamás podré lograrlo- Pensaba. -¡3 AÑOS DENTRO
DE UN RECLUSORIO! Es mucho tiempo, no voy aguantar-. Y seguía enfrascada en su
mundo, hasta que sucedió algo que le hiso reaccionar.
Un
muchacho que se encontraba a su lado, comenzó a decir en voz alta: -Esto es
complicado, pero podremos salir de allí y continuar con nuestras vidas-.
Andrea
lo mira sorprendida. Él se muestra cerio y seguro. Vive una situación similar.
Cuando capta que le han hecho caso, se dirige directamente a ella:
-No
hay que rendirse, no hay que rendirse. Somos jóvenes y tenemos una vida por
delante, esto no es el fin del mundo. ¡Es posible seguir!, lucha por tus sueños
siempre, aunque todo valla en contra-.
Andrea
se tranquiliza y sonríe. El muchacho también sonríe terminando con esta frase:
-Si, se puede. ¡Hay que seguir!-.
En
ese momento, el transporte llega al reclusorio. Todos bajan y formados en fila,
separan a hombres de un lado y a mujeres del otro, para ser ingresados.
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