Por: Octavio Daniel Loredo Olmos
Era una bonita tarde de domingo, y
se encontraba recostado en el sofá. No había mucho que hacer y parecía que el
tiempo pasaba lento, a pesar de que no fue la mejor semana, todo parecía en
calma.
Ernesto se había mudado de casa
hacia una semana, no sabía si hablarle seria lo correcto después de todo el mal
entendido que ocurrió. No. Definitivamente no era un domingo tranquilo, no en
su cabeza.
Después de contar los pequeños
puntos en el techo de la recamara, recordó que Pedro le había prestado un
libro, apenas y lo entendía, pero faltaba poco para terminarlo, así que decidió
retomar la lectura.
Llego la noche y el viento frio comenzó
a entrar por la ventana. Las 7, las 8 las9 y aun no podía terminar ni un
capitulo. Parecía haberse quedado estancado en uno solo.
“Siempre me vas a
querer, yo represento para ti todos los pecados que nunca has tenido el coraje
de cometer”
Repetía y repetía. Los mismo, cientos
de veces, saco un color de un cajón y resalto ese fragmento haciendo parecer
que todo lo demás en esa página ya no importaba.
Después de cuatro años todavía lo perseguía,
parecía que nunca terminaría, hasta una pequeña frase, que bien podría ser nada
le trajo un montón de recuerdos y un inevitable nudo en la garganta.
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