5:00 a.m. Miércoles por la
mañana. Los fantasmas de la habitación lo habían despertado de nuevo. Era una
mañana fresca, nada había nuevo: mismas pesadillas, mismos demonios. Otra vez
había despertado con el nombre de ella besándole los labios. La almohada había
recogido de nuevo un par de lágrimas. Igual, todo igual…
Rodó un poco por la cama hasta
que se resignó a continuar. Tomó un baño, le dio un par de sorbos al café y una
mordida al pan. Un sentimiento de tedio lo asediaba, ni la inercia que lo movía
era capaz de salvarlo. En su camino al salón de clase levantó la vista, casi
accidentalmente, apenas para notar cómo una silueta corría por el pasillo,
dejando caer con la prisa un libro grande. Intentó alcanzar a quien parecía ser
la figura dueña del objeto. No le
alcanzó a ver más.
Era un libro viejo y algunas
hojas amarillentas ya se caían. Era poesía, jamás había leído algo así, comenzó
a leer en cualquier página “[…]no dejes que termine el día sin haber crecido un
poco[…]” algo le oprimió el pecho, siguió leyendo.
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