Daria Marcela Barboza Treviño
“La reacción que causaste en mi podría ser una simple impresión, más que un murmullo del viento o una sonrisa de la luna”. ¿Por qué te gusta la soledad? Me toca preguntarme, no puedo acercarme a ti quizá no por miedo, sino por el misterio que existe en tu ser.
“La reacción que causaste en mi podría ser una simple impresión, más que un murmullo del viento o una sonrisa de la luna”. ¿Por qué te gusta la soledad? Me toca preguntarme, no puedo acercarme a ti quizá no por miedo, sino por el misterio que existe en tu ser.
Mi nombre es Damián y tengo 23
años, a estas alturas de mi vida debería estar viajando por el mundo en moto o
algo por el estilo, aventurarme sin un plan sería la mejor opción. Pero en
lugar de eso estudio ingeniería, no es una mala idea después de todo.
En los últimos tres meses no
he faltado a una sola clase de cálculo, pero tampoco he aprendido gracia alguna
para derivar. No, en ese lapso de tiempo lo único que resuena en mi cabeza es
un nombre de Facebook y en mi mente da vueltas la fotografía de una chica. Ella
era lo único que me gustaba observar en aquella clase, pero tras varios meses
de ser compañeros nunca cruzamos palabra alguna, de hecho era la única en aquel
salón con quien nadie simpatizaba, y no por elección nuestra sino por su
misteriosa personalidad.
Estefanía era su nombre y daba
una imagen relajada, en ocasiones hasta simpática pero al mismo tiempo causaba
temor, no por verse agresiva o ruda, para nada. El temor aparecía por no saber
con exactitud que cruzaba por su mente,
aquella mujer simplemente me tenía vuelto loco. Y con justa razón, lo
que me gustaba de ella no era su físico, pero sus ojos ¡vaya qué ojos! nunca en
mi vida vi algo igual, su color verde olivo era tan profundo que con facilidad
podría perderme en ellos sin poner resistencia. Esos ojos me hacían soñar,
imaginar y por otro lado esos ojos me mataban, me confundían.
No voy a mentir, parecería que
esconden algo pero, qué guardan en su brillo, siempre me pregunté, su sonrisa
que en pocas ocasiones mostraba era la llave a mi corazón, cada vez que ella
curveaba su boca este se aceleraba al límite de un paro cardiaco y a veces
pienso que “morir por una sonrisa así no sería tan malo”.
Pero por otro lado creo que su
semblante es “Demoniaco”, era como si algo me dijera que me alejara de
ella, como si robara mi alma. Lo que me hacía sentir en pocos segundos era la
mezcla perfecta entre tantas cosas que hasta la misma ingeniería me parecía
simple. Aun no sé por qué no me animo a hablarle, después de todo creo que le
agrado, pero es tan cortante y rara que al mismo tiempo creo que ella y yo nos
llevaríamos muy bien.
Hoy es uno de esos días en los
que he decidido hablarle. Estefanía está bajo la sombra de un árbol sentada
sobre el pasto sin preocupaciones, con un cuaderno de dibujo en la mano. Esta
es mi oportunidad, pensé. Invitarle un café seria mi plan, pero cómo iniciar
una conversación con ella. Cómo dejar el miedo atrás y sólo hablarle.
-Hola- dije con temor
-Hola- contestó levantando la
mirada y sonriendo cínicamente, como con un “te estaba esperando” a punto de
salir de su boca.
-¿Puedo hacerte compañía?-
pregunté.
-Supongo que sí- contestó
agachando de nuevo la mirada y continuando con su dibujo.
Yo me senté un poco alejado de
ella y tras dos segundos de silencio incomodo trate de iniciar nuevamente la
conversación.
-Y ¿qué dibujas?- fue mi
pregunta.
Ella cerró su cuaderno,
dirigió su mirada a mí y en un abrir y cerrar de ojos rompió mi corazón con su
respuesta.
-Nada, creo que tengo que
irme- se levantó rápidamente.
Por una vez en la vida mi
impulso fue seguirla para saber un poco más. Me levanté y en casi un movimiento
la alcancé a unos cuantos metros.
-Oye, perdón por
interrumpirte, yo sólo quería…- le dije tomándola del brazo.
Ella dio la media vuelta y con
un tono grosero y algo sarcástico exclamo.
-¿Querías qué?, ¿hacer nuevos
amigos, la tarea de cálculo o invitarme un café?
-Sabes, creo que a ti te gusta
hablar claro así que te invito el café, por la tarea ni te preocupes que no
pensaba ir y los amigos no busco porque ya tengo los míos- le dije.
-Tienes agallas y tu miedo
desapareció, así que te acepto el café- contestó y continúo caminando.
-Bien y ¿a qué hora te parece
conveniente?- le grité. Ella regresó sólo para decirme casi al oído.
-Tu no iras a cálculo, yo
tampoco. Te veo en un café que está a dos cuadras de aquí casi llegando al
parque, “Las bugambilias” se llama. Mi mesa favorita está en el segundo piso
frente a un gran balcón que tiene vista al patio, recuerda eso- se dio la media
vuelta con una sonrisa y se fue.
Yo, como un tonto, sólo me
quede mirando cómo se alejaba sin un “adiós” por lo menos. Así pasaron las
horas y se dieron las cinco de la tarde, obviamente tenía que aparecerme en el
café, al menos para saber si ella cumpliría con su palabra. Subí a mi
motocicleta y me fui.
Una vez en la puerta de aquel
lugar pensé, ¿y si ella no llega?, pero aun así decidí entrar. Mis ilusiones
por primera vez estaban puestas en la mesa a disposición de “la chica
misteriosa”. Puse un pie dentro de aquel establecimiento y con una vibra
extraña admiré mi alrededor.
Aquel café era una casa
antigua muy al estilo del centro de la ciudad, el piso de madera rechinaba con
cada paso y las puertas y paredes aunque estaban remodeladas, supongo que
conservaban el estilo original. Todo esto se combinaba con un toque de
modernidad y un montón de mesas distribuidas por todo el recibidor o en algunos
cuartos conectados entre sí.
-Buenas tardes, joven, ¿Le puedo
ayudar en algo?- me preguntó uno de los meseros.
-Hola, buenas tardes… ¿tendrás
alguna mesa con ventana al jardín?- contesté.
-Sí, claro existe una en la parte
de arriba. Sal al jardín, a tu izquierda verás una escalera. Sube por ella,
encontrarás a tu derecha un gran pasillo y al final una puerta grande de
madera, sólo entra a esa habitación y verás el balcón que mencionas.
-Muchas gracias- le respondí y
suspire antes de avanzar.
-¿Deseas ordenar algo antes de
subir?- me preguntó el mesero.
-Claro pero ¿qué tienes en el
menú?- pregunté con torpeza.
La mayor parte de las personas
que estaban presentes, incluyendo al mesero, tenían una mueca de burla. Me
sentí tan estúpido, pero está bien, creo que tal vez todo esto valdrá la pena.
-Bueno amigo, esto es una
cafetería, así que tenemos café de todo tipo y té. Aunque tú te vez de los que
beben cerveza. Y por tu cara creo que una no te vendría mal, ya sabes, por el
susto- sugirió con una sonrisa.
-Una cerveza estaría bien, oscura
por favor. Gracias- contesté y salí.
Una vez en el jardín, me quedé
sin palabras. Si poner un pie en el recibidor era un viaje en el tiempo, salir
al jardín era claramente la portada de una novela romántica de la revolución,
como las que leía mi abuela. Al centro del gran patio había una antigua fuente
de cantera y unos corredores largos cruzando todo el jardín hechos del mismo
material. Las bugambilias daban el toque final a tan hermoso lugar con sus
colores violetas y rosas brillando con la luz del sol.
Me dirigí a la parte de arriba
y llegué al gran pasillo con un poco de arrepentimiento.
-¿De verdad crees que Estefanía
vendrá?- exclamé en voz baja algo decepcionado.
-¿Por qué no vendría, Damián,
si este es mi café favorito?- escuché detrás de mí, con esa voz característica
que sólo ella tiene. Una voz con un toque de seducción y misterio.
Me di la media vuelta,
Estefanía estaba frente a mí con su pose de siempre, sus brazos cruzados y una
pierna al frente como anticipando su dirección para avanzar. Vestida con sus
botas negras a los tobillos fuera de su pantalón entubado con un rasgado a la
altura de las rodillas. Su blusa blanca y su amatista colgada en el cuello al
ras de su escote. Y su chamarra de cuero negro con ese estilo rockero que me
encanta. Casi igual al de esta mañana, pero en lugar de mochila sólo llevaba
colgado un morral viejo de cuero artesanal.
-Perdón por dudar de ti, pero
como no nos conocemos yo pensé que tú…-
-¿Pensaste que no vendría? Cierto,
mi idea era dejarte plantado, pero me arrepentí y además no cualquiera se
atreve a invitarme un café- dijo sonriente.
Estefanía caminó hasta la mesa
que le gustaba. Era una mesa solitaria al frente de un gran ventanal desde
donde se veía todo el jardín. Esa mesa daba la ilusión de estar sentados en las
copas de los árboles y la vista era aún mejor. Yo simplemente estaba fascinado
con el ambiente y claro, con ella sentada frente a mí.
-Oye, perdón por lo de esta
mañana, no era mi intención interrumpirte- dije mirando el suelo.
-No te preocupes, no
interrumpiste nada, es sólo que a veces no soy muy sociable y odio que indaguen
en mis cosas- contestó
-Pues deberías de cambiar un
poco tu actitud- le sugerí esperando su
reacción.
-Ajá, y tú ¿qué me cuentas?-
respondió evadiendo el tema por completo.
-No lo sé, jamás pensé llegar
a este punto. Tú y yo, juntos- le dije mirándola a los ojos.
-“A veces debes creer en lo
imposible”- contestó con una sonrisa en el rostro y los brazos cruzados, seguido
de una mirada perdida al suelo, un movimiento de cabeza hacia mí y por ultimo
una mirada retadora con la ceja levemente levantada.
Entonces llegó el mesero con mi
cerveza y una humeante gran taza de café que despedía un hechizante olor a
canela apoderándose del ambiente, o por lo menos de nuestra mesa.
Estefanía se acercó un poco a
su café, oliendo con delicadeza aquel aroma, abrió sus ojos y me miró fijamente.
Yo estaba completamente encantado y sentí lo que un niño experimenta cuando va
por primera vez a un circo, esa fusión de miedo y emoción, algo muy parecido a
un agujero negro o a caer al vacío.
-Te quedaste mudo Damián, ¿qué
te sucede?- preguntó con cara de extrañeza.
-Nada, bueno es que recordé
como fue mi primera visita a un circo. Verás cuando tenía seis años mis padres
me llevaron a uno y yo no sabía que pasaría dentro de ese lugar. Tenía mucho
miedo pero a la vez me emocionó estar bajo esa carpa roja. Dime loco pero a
veces me gustaría volver a experimentarlo. Olor a manzanas de caramelo,
palomitas de maíz, el algodón de azúcar desintegrándose en tu boca y el tigre
de bengala haciendo su aparición, todo fue genial, excepto una cosa: los
payasos. Odio esos seres, me aterraban con sus grandes zapatos y pelucas
coloridas. Pero esos tiempos ya pasaron.
Ella tenía una mueca de
simpatía en el rostro, inclinó su cabeza y miró por la ventana diciéndome:
-Tienes lindos recuerdos de tu
infancia, pero a veces tienes que superar tus miedos.
-Sí, tienes toda la razón. Y
tu ¿alguna vez has tenido miedo?- le pregunté.
-No, el miedo es para personas
vulnerables y yo no lo soy- contestó con un tono de desagrado.
Supongo que realmente ella
odia que le hagan preguntas personales, tal vez su temor radica en el daño que
otros le han causado. Su más grande miedo quizá sea ser lastimada.
-Cambiando de tema ¿puedo
preguntar por qué esta es tu mesa favorita?
-Claro, tú me contaste cosas
de tu infancia así que no veo por qué yo no pueda. Cuando era niña mis abuelos
me traían aquí, este era el único lugar donde podíamos ser libres e imaginar
cosas. Ellos me contaban todas las tardes leyendas y cuentos en esta misma
mesa, mientras tomaban una taza de café con un toque de canela. La verdad es que
aquí puedo reconectarme conmigo y estar tranquila por unas cuantas horas- fue
su respuesta.
Cuando Estefanía terminó, yo
sólo podía pensar en una cosa; jamás dejarla escapar. Nuestra pequeña reunión acabo y no quería dejarla ir, por lo menos no esa noche. Yo simplemente
necesitaba saber más de ella.
Al salir del café le propuse
hacer algo para continuar con nuestra “cita”, si es que le puedo llamar así. La
puesta de sol estaba cerca, justo en el punto de muerte donde es molesto ver sus
rayos de frente, así que sacamos nuestros lentes oscuros.
-Estefanía, fue un gusto pasar
la tarde contigo y me preguntaba si tienes algún plan para esta noche- le dije.
En ese momento sonó su
celular, movió la mano marcándome un tiempo en espera y contestó. Escuchó con
atención la llamada y sin gran alarde sólo respondió.
–Sí, creo que iré. Llegare en
un momento. Adiós.
Colgó la llamada y justo
cuando mis esperanzas de seguir a su lado se apagaban me preguntó:
-Damián, ¿te gustan los billares
en tono de club nocturno?
-Sí, sí claro, vamos a donde
gustes- le respondí con un poco de mentiras en la boca, yo odiaba los lugares
con demasiadas personas.
-Bueno, en ese caso vamos al centro.
Un amigo inaugura su bar.
Después de eso nos subimos a
mi motocicleta y emprendimos el corto viaje hasta el bar. Para mí fue el mejor
trayecto en moto que alguna vez tuve, sólo por el hecho de que ella me
acompañaba, me sujetaba del torso con fuerza y no podía pensar en nada más. Su cabello
castaño con esas puntas californianas en plata volaba libremente con el viento.
Al llegar al lugar que ella indicó bajamos de la moto, yo esperaba verla
despeinada, pero en lugar de eso se veía genial.
Sonrió quitándose sus gafas,
tomo la manija de la puerta y dirigiéndose a mí comentó:
-¿Sabes Damián? Eres la primera
persona que traigo aquí.
No tenía nada que decir así
que sólo sonreí bobamente y entramos al bar. A simple vista era un lugar
cualquiera, barra, mesas de billar, música rock, luces y sillones con mesas
pequeñas.
En el segundo piso estaban sus
amigos o eso creo, así que subimos por una escalera de caracol. La sección de
arriba era como un privado. Estefanía saludo a sus amigos.
A todos ellos ya los había
visto en la Facultad, o al menos por la zona. Pero como no reconocerlos si cada
uno de era casi único. La mayoría destacaba en alguna actividad escolar o
simplemente eran populares. La mitad de la universidad sabía que Leo era muy
bueno en rugby, Camila era la mejor en artes marciales, Ricardo era un terror
en el terreno de las ciencias y Maya, bueno ella tenía la mejor voz de toda la
universidad.
-Damián, te presento a mi
clan, ellos son Camila, Ricardo, Maya y Leo.
-Hola, qué tal están- les
saludé.
-¿Y este tipo qué?- dijo
Camila.
-No molestes al chico,
Estefanía nunca se equivoca con las personas que trae aquí- respondió Leo
relajado.
-No te espantes, así es
Camila. Cuando no te conoce se porta algo cortante- agregó Maya con una
guitarra en la mano.
Ricardo sólo dijo hola desde
arriba de una silla. Él aún estaba acomodando algunas cosas electrónicas en
todo el lugar. Así pasaron las horas, poco a poco se llenó el bar y comenzó la
fiesta. Para iniciar la noche Maya cantó algunas canciones y vaya que su voz es
genial, algo anormal. Ya entrada la media noche inició el DJ que para mi
sorpresa era Ricardo y sus mezclas eran bastante buenas. Hasta me dieron ganas
de bailar, entonces Estefanía se acercó a mí estirando su mano y haciendo un
movimiento con la cabeza.
-Vamos a bailar- insistió.
-No, yo no bailo…- contesté
caminando hacia la pista.
Los meneos de Estefanía eran
tan buenos que simplemente no podía apartar mi vista de ella, las luces de neón
me transportaban a un mundo alucinante y las copas para ese punto de la noche
ya se me habían subido. Al ritmo de la música Estefanía se acercó a mí
lentamente. Su estatura y la mía eran perfectas para conversar frente a frente,
pero ese momento no era adecuado o simplemente las palabras sobraban. Estefanía
cerró los ojos y en un movimiento extraño casi impulsivo comenzó a olfatearme
la chamarra. Sí a olfatear como lo haría
un animal. De la chamarra, paso a mi cuello y justo cuando su boca llego a la
mía abrió los ojos, me miro asustada y se dirigió a la puerta de atrás
dejándome en el centro de la pista.
Mi instinto fue buscarla,
salir corriendo tras ella y preguntarle que rayos fue lo que pasó o sólo hablar
de lo sucedido, después de todo no podía sólo dejar pasar el momento. Salí como
pude del lugar, las personas se aglomeraron y mi estado inconveniente no
ayudaba demasiado.
Por fin crucé la puerta, Estefanía
estaba recargada en la pared del callejón a pocos metros de un contenedor de
basura. Me acerqué a ella, me recargué en la pared y saqué un cigarrillo.
-¿Qué pasó allá adentro?- le
pregunté prendiendo el cigarro.
-Nada. Sólo tómalo como un
impulso del alcohol- contestó con una sonrisa burlona.
-Pues creo que me agradan esos
arrebatos tuyos- le dije.
-Te haré una pregunta y me
gustaría que fueras claro con tu respuesta, ¿realmente que te atrae a mí?- fueron
las palabras que salieron de su boca.
-Sinceramente creo que todo,
todo me atrae a ti, tu misterio, tu físico si así lo quieres llamar. No te
ofendas pero me das miedo y si tú quieres dime enfermo, pero créeme que me
gustaría conocer todo de ti- fue mi respuesta.
-Bueno, creo que eso se puede
arreglar. ¿Quieres saber quién soy realmente?, te propongo algo, una noche en
mi mundo. Una noche sin celular, trasporte o preocupaciones. Tú decides- me
propuso parándose frente a mí y metiendo las manos en las bolsas de su
chamarra.
Completamente a su disposición
terminé mi cigarro, lo lancé al suelo y lo aplasté para apagarlo, afirmé con un
movimiento ligero de cabeza que sí, ella me tomó de la mano y comenzamos a
caminar por las tétricas y solitarias calles del centro.
-Es increíble como un lugar
tan conocido cambia demasiado por las noches- comenté.
-Sí, a veces las cosas o
personas cambian mucho de noche- respondió.
No comprendo por qué cada vez
que le hago un comentario ella se sale del tema como si me advirtiera que me
aleje. Me quedé callado por unos segundos y por fin la rara Estefanía iniciaba
nuevamente una historia.
-¿Alguna vez has visitado el
reloj del búho?
-No, esa cosa existe, ¿O solo
es una de tus leyendas?- pregunté.
-Un poco de ambas, la realidad
es que existe y si tú te paras en una de las esquinas de dicho reloj veras un
búho. La leyenda es que los búhos son animales espirituales y si estas frente a
dicho reloj a las 3 de la mañana, él te mostrara el futuro en sueños, o partes
del infierno en la vida real pero eso sólo se logra con una danza pagana que pocos
se atreven a realizar.
-Me gustaría ver ese reloj-
terminé proponiéndole una visita a tal monumento.
Caminamos algunas cuadras con
la luz de los faroles iluminándonos y la oscuridad acechando nuestros pasos.
Pronto, después de 15 o 20 minutos de avanzar, a lo lejos se distinguía el
reloj de su relato. Una sensación de misticismo me invadió, pero tal vez sólo
sea producto del alcohol que aun tenia encima. Una vez parados frente al “búho”
no pude contenerme y exclamé con un tono grosero.
-¿Dónde está el maldito búho?,
no veo nada.
-Espero que tu comentario no
sea ofensivo o el búho se enfadara, además si no ves nada es porque no crees en
lo que realmente está frente a ti. Inténtalo parado en este punto y deja tu
mente en blanco. Inhala y exhala lentamente- me indicó Estefanía con su sensual
voz en mi oreja.
Como por arte de magia y con
pocos intentos, ante mí estaba un gran búho, con ojos amarillos y cejas
pronunciadas mirándome fijamente. Es obvio que se trata de una ilusión óptica
pero es impresionante ver que el truco funciona.
-No puedo creerlo, tienes razón
la leyenda es real- exclamé con emoción.
-Yo nunca miento, pero
recuerda que la leyenda es ver tu futuro en sus grandes ojos, no solo apreciar
el animal- agregó.
Dirigí nuevamente mi mirada al
reloj, me concentré en el pero lo único que pasaba por mi cabeza era la misma
Estefanía y una vibra extraña advirtiéndome que parara de una vez por todas con
esta noche.
-Listo, sí vi mi futuro.
-¿Ah, sí?, y ¿qué viste?-
cuestionó mis palabras.
-Lo que vi tiene que cumplirse,
o todo esto será en vano. Tú tienes que ayudarme.
-¿Qué fue lo que viste
Damián?- preguntó con un extraño brillo en sus ojos, fue como ver sus
ilusiones.
-Tú y yo caminando por la
calzada, tomados de la mano- contesté, riéndome como un idiota.
-No creo que eso se pueda
hacer realidad.
Estefanía se desanimó en unos
cuantos segundos y trató de regresar, la tomé por el brazo y le pregunté algo
de lo que siempre me arrepentiré.
-¿Por qué no quieres cruzar la
calzada?
-Eso es asunto mío y nada más-
contestó.
-Tú y tus secretos, estoy
harto de escuchar eso cada vez que trato de hacerte plática, cada vez que
quiero saber más de ti.
-Quieres saber por qué odio
esa calzada, porque no la puedo cruzar sola. Simple, los fantasmas de mi pasado
me persiguen, odio ese oscuro y solitario lugar. Esa parte de la ciudad es la
peor de todas. Tantas muertes y desgracia en cada una de sus esquinas y que
decir del final, esa gran fuente frente al ex convento, esa parte es la más infame.
Llegar a la iglesia es como pisar el punto más bajo del inframundo. Yo no puedo
cruzar, simplemente no puedo- contestó con ese toque de temor en el rostro.
-Yo no tenía ni idea de lo que
te causaba ese lugar. Pero sabes, hoy no cruzaras sola, porque yo estoy aquí y
de mi cuenta corre que llegues con bien del otro lado.
-Esos 2 kilómetros serán un
martirio, pero está bien si eso quieres, vamos a intentarlo.
-Esa es la Estefanía que conozco,
retadora y altanera. Cada vez me gustas más-
le contesté tomándola de la mano y dando el primer paso hacia la
calzada.
El miedo invadía a Estefanía
con cada paso, en ocasiones se volteaba y miraba el suelo sin razón, o eso creo
porque yo no veía nada. Sólo se apreciaban los edificios viejos alrededor y
esas grandes jacarandas a las orillas. Debo admitir que sí tenían los toques
más escalofriantes de cualquier leyenda, ese contradictorio sentimiento de
romanticismo y espanto. En menos de una hora estábamos llegando al ex convento,
mucho más relajados que al inicio.
-¿Ya viste la luna?- le
pregunté.
-Procuro no hacerlo muy
seguido- contestó.
-Pues deberías intentarlo hoy,
esta hermosa.
Estefanía dirigió su mirada al
cielo, miro la luna por unos cuantos minutos y exclamó sin apartar su vista de
ella.
-Quédate aquí, tengo que hacer
algo- comenzó a caminar sin ver a donde se dirigía.
La seguí unas cuantas cuadras,
estaba tan concentrada en la luna que simplemente me pareció malo
interrumpirla. De pronto entró en una calle oscura, la seguí lentamente pero
para mi sorpresa apareció un tipo con una pistola en la mano, me encañonó.
-Híncate y saca todo lo que
traigas.
El tipo era físicamente un
malandro de barrio. Su ropa floja, tatuajes y cicatrices le daban ese toque de
maldad que le faltaba.
-No traigo nada, ni siquiera
celular- le contesté.
Para ese momento, Estefanía
estaba algo lejos pero algo la hizo regresar, cruzó la calle y le dijo
-No dispares, realmente no
tenemos nada.
Yo veía con coraje al tipo,
una persona de esas no se tienta el corazón al jalar el gatillo pero tal vez si
le daba un golpe podríamos escapar, o por lo menos me sentiría bien con que
Estefanía huyera, pero no hablamos de una chica común, ¿o sí?
-Da la vuelta y márchate, de
verdad no tenemos nada y no queremos problemas- le decía ella.
-No, esto no es un juego. Dame
el dinero o se mueren- contestó el asaltante.
-Anda jala el gatillo- le
grité.
El tipo se enojó y con un
movimiento de la mano me dio un golpe en la cabeza. Todo me dio vueltas, caí de
rodillas y sentí la sangre escurriéndome por la frente. Me recosté en el suelo
mientras mis ojos se cerraban lentamente. Lo último que vi fue a Estefanía muy
enfadada acercándose al tipo y a éste tratando de dar algunos pasos hacia
atrás, apuntándole con su arma.
De eso todo se resume a
oscuridad y de pronto como por arte de magia estaba parado frente al reloj de
búho, ¿todo fue una visión? Me pregunté, pero al ver a mi alrededor y buscar a
Estefanía no la encontré. Me moví del lugar donde estaba parado y una neblina densa
comenzó a aparecer, entre la neblina a unos cuatro o cinco metros se apreciaba
la silueta de una mujer. “Estefanía estoy aquí”, le grité, al parecer sí me
escucho pero caminaba lentamente hacia mí. Traté de encontrarla pero cuando se
suponía que estaría de frente a ella, no era Estefanía, sino un gran lobo de
color negro y ojos amarillos como la luna llena. El animal me derribo y
lo último que vi fueron sus grandes dientes de color blanco.
Abrí los ojos de golpe,
Estefanía estaba sobre mí, sujetándome los brazos y sólo pude suspirar porque
todo era un sueño.
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