Mi madre
Kelly Isaura Narváez Portales
Estoy en mi cuarto donde están mis cosas favoritas, veo
mi Monet, escucho algo de blues. La tarde cae y la nostalgia comienza a tomar
la rienda de mi pensamiento; aunque vea la luz de la lámpara, hay algo que
obstruye mi vista, aún no sé qué es.
Continúo viendo alrededor mío, huelo el olor fétido de la casa de al
lado revuelto con el olor de la comida que prepara la mujer que se encuentra en
el piso de abajo, es que dice ser mi madre.
En lo que está lista la cena escucho las
fuertes discusiones que sostiene la vecina, del lado derecho de mi casa, con
sus pequeños hijos; más que discusiones son violentos regaños, creo oír también
golpes. En eso, la mujer que cocina me habla para que vaya a cenar. Una vez en
la mesa, mientras estoy tomando café, la mujer empieza a contarme lo que en el
día le resultó interesante, yo solo veo sus labios moverse.
Al finalizar la cena, la mujer me da algo de
dinero para el día siguiente, lo tomo sin dudar y subo arrastrando los pies la
interminable escalera, una vez más vuelvo a mi cueva. Ahora abro mi baúl ocre y
mis manos van tomando objeto por objeto que dentro guardo: tres trajes sastre
color negro, mi vieja caja musical, algunas de mis pinturas que hice hace no
mucho tiempo y un reloj que me regaló la abuela. Al ver cada una de esas cosas pienso si en
realidad estoy solo, no lo sé, pero prefiero verme en esa habitación solo, que
estar en la casa de mi vecina, eso sí me da para llorar.
Se hace tarde, cae la incertidumbre de la
noche y yo con ese insomnio que te lleva a crear imágenes insospechadas, pienso
que pude haber tenido una verdadera familia. Luego veo un escenario lleno de
títeres y yo soy el títere estrella del acto. Interrumpo la puesta en escena,
ya no hay ruido abajo, la mujer de cabello ébano se ha ido a dormir y ahora
escucho el estúpido latir de mi corazón aún funcionando.
He querido, muchas veces, que aquel estruendo
proveniente de ese músculo rojo cesara, nunca lo logré. Sigo aquí, acompañado
de mi mediocridad, de mi ocio y cobardía. A falta de pensamientos
esperanzadores, elijo dormir.
Hoy no he querido abrir los ojos aunque ya
esté despierto, sin embargo me asalta una duda ¿me tropezaré con gente mala?
Quiero averiguarlo, así que me visto con mi mejor traje, me calzo los zapatos
más nuevos, estoy dispuesto a comprobar a qué hora del día me toparé con la
vileza humana.
Son las dos de la tarde, bajo la escalera. Ahora
está ahí mi padre, ese ser curioso que me cuestiona cada que puede, me abruma.
Me pregunta si comeré, yo respondo que no y cierro de golpe la puerta de mi
casa. Siento una presencia tras de mí, volteo y es mi padre asomándose por la ventana,
sonríe rápido y suelta la cortina. Sigo caminando con la vista al frente, llego
hasta mi carro, y emprendo el camino hacia un restaurant de la ciudad.
Al entrar al lugar varias personas voltean a
verme, yo siento un profundo odio, me pregunto qué estarán pensando de mí, han
de creer que soy un patán, holgazán o algo semejante, probablemente no se
equivocan.
Tomo la silla fuertemente y dejo caer todo mi peso. Se
acerca el mesero y le ordeno un corte de carne y un buen vino. Mientras tanto
una joven ojiverde, que se encuentra frente a mí, me observa de forma extraña,
como si me hubiese visto antes, como si ya nos conociéramos. Solo sonríe e
inmediatamente evade mi mirada, yo me siento incómodo, molesto, me irrita.
Luego, se acerca el mesero y ordeno. Al cabo de un rato, el mesero me sirve un
poco de vino, lo bebo de golpe, sin importar que apenas sea medio día. En eso el
mesero deja mi plato con carne…imagino que es de las personas que me rodean,
siento náuseas y alejo el plato, sigo bebiendo el vino.
En eso, suena mi celular, es mi padre, me
pide que llegue temprano a casa para cenar él, la mujer y yo. Me niego y
cuelgo. De pronto, la joven que se encuentra frente a mí se levanta de su mesa
y se acerca a la mía, me pide consentimiento para sentarse conmigo, yo con aire
de molestia abro la silla y ella se sienta. Comenzamos pronto a charlar. Ella cree
haberme visto antes, yo con cierto enfado digo que jamás la he visto. La noto
contenta y eso me provoca rechazarla.
Ya avanzada la plática y con copas de vino,
atravesando la mente, esos ojos verdes me preguntan si creo en el destino, yo
niego con la cabeza, ella pone su mano en la mía y asegura lo contrario.
Entonces, una sensación de placer comienza a subir de mis pies hacia mis
labios, me siento extraño, o algo peor: feliz.
Un poco avanzado el tiempo, casi dan las
cinco de la tarde, es el momento de despedirse. Pago la cuenta, salimos del
lugar. En el estacionamiento del restaurant, ella sube a su coche con una mueca
maliciosa, yo le agradezco la compañía y la observo de pies a cabeza. Prende el
coche, se va. Yo hago lo mismo.
Al llegar a casa, la mujer me pregunta que si
tengo planes para la noche, dice que hará una pequeña cena. Yo solo escucho
cortes en sus palabras, ni siquiera la estoy viendo, como de costumbre.
Continúa hablando, hace una pausa, completa el mensaje diciendo que invitará a la
vecina nueva del lado izquierdo de nuestra casa:
̶ Esa de los bellos ojos verdes que salió luego de que te
fuiste. ¿Sabes? Platiqué con ella un poco, entre mujeres hay más confianza, me
contó que creía en el destino, me dijo que hoy conocería al hombre de su vida,
que simpática jovencita, ¿no crees hijo?
Entonces, volteé a ver no a esa mujer, como siempre
la llamé, sino a mi madre, la que siempre fue mi madre, la vi fijamente con
ternura, que nunca antes sentí y le respondí:
̶ Sí mamá, esa
jovencita debe ser muy simpática.
FIN
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