Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 oct 2016

Olor a sal

Por: Jesús Orlando Robledo Iberri


Una tarde como tantas otras; oír ante el umbral de la puerta los pasos acercándose a abrir, invitándome a pasar. Mi abuelo hacía que me emocionara profundamente, se volvía una señal de que aquella tarde sería divertida, llena de historias y cosas por descubrir.

Quizás eran sus abrazos o el aroma a tabaco en sus manos lo que me hacía tranquilizarme y darme energía para el día que pasaría allí.

Decía —vamos con los peces­— y las ganas de entrar en aquel acuario suyo eran incontenibles. Ese cuarto lleno de peceras, el sonido del agua corriendo y cayendo; una paz inmediata se apoderaba del momento e inundaba el cuerpo.
El olor a sal y humedad, tan azul, se metía en la nariz a la fuerza; haciéndote sentir el océano en el estómago. El calor en la piel, cual briza de verano, avanzando fuerte y dejando su marca en la piel.

Pasando las horas, seguíamos sentados en aquellos viejos bancos de madera que lastimaban la piel si no sabías tocarlos. El sonido de la voz que se volvía historias llegaba a evolucionar en un arrullo que guiaba a las mejores aventuras oníricas. Pero la alegría nunca escapaba de su voz, alegría que se contagiaba, alegría que se mostraba en sonrisas y bostezos.


Después de haber nadado incontables horas entre peces e historias era costumbre ser sorprendido con un plato lleno a tope de papas fritas caseras. El hambre rugía desde que se oía el aceite saltando, imaginando ese delicioso olor a sal, a calor de comida recién hecha. La forma en que se deshacían en la boca y el sabor a sal se convertía en el perfecto cierre de una tarde de viajes, aventuras y nadando entre cientos de peces.

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