Mañana de mayo
Kelly Isaura Narváez Portales
En un día de mayo ya había comenzado la hora de abrir los
ojos. Dar un gran salto de la cama, vestir cualquier cosa y salir al patio que
te vio tantas veces, ese lugar donde había espinas, de todos los tamaños,
ancladas a todos los verdes posibles.
Una vez ahí, veías el gran astro que ya
anunciaba la jornada lúdica que había de esperarte. Entonces respirabas y el
rocío de las hierbas entraba por tu nariz y no imaginabas el largo recorrido
que hacía por tus minúsculos canales celulares. Ahí, te decía muy quedo al
oído, juega, ve y corre al lugar más bello a tu alcance: podrás ir al columpio,
pero era muy peligroso para esa hora de la mañana. Luego volteabas a ver el
lugar que antes fue establo, pero no te gustaba esa tierra como partida por el
paso del tiempo.
Después estaba el pequeño cuarto donde alguna
vez vivieron cerdos, pero ahora estaba deshabitado. Finalmente solo podías ir,
a buscar ese olor, hacia la larga vereda que conducía hacia los magueyes, que
al final de cada brazo tenían una puntiaguda espina rojiza que tocabas con precaución
y nunca lastimaba.
Cuando ya estabas en el final del camino,
oías el tierno canto de un pájaro que no volteabas a ver, simplemente era un
alma provinciana que te incitaba a…
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