Por: Jesús Orlando Robledo Iberri
El color del atardecer consumía poco a poco la luz del día,
el silencio se veía lentamente opacado por los sonidos de aquellas criaturas
que gustan de vivir en la oscuridad.
El hermoso tono ámbar de las nubes le hizo nacer unas
extrañas ganas de entrar a una joyería. Al entrar, volteando hacía un rincón,
abandonada y olvidada; decaída, rota, una balanza. Un mueble, una ventana y
poca luz la escondían. El polvo sofocaba el aire y la música vieja y agotada
ensordecía la mente. Desde hace mucho tiempo él la recordaba de metal fino o al
menos bien trabajado. De un bello color lacado, con joyas incrustadas:
diamantes, perlas y jaspes. Mantenía en sus platos dos pequeñas esferas de
cristal transparentes. En la derecha una jardinera recoge flores sin descanso. En
la izquierda, una pequeña sirena baila incesantemente entre burbujas.
¿Cómo fue que tan hermoso artefacto terminara olvidado y
perdido en el tiempo? En aquel incendio se creyó todo perdido, pero la
felicidad había vuelto a su rostro. Encontrar su objeto precioso, los sueños
perdidos recordaban su camino y volvían incesantes. La pasión oculta en
aquellas finas piezas. El pasado que renacía y los recuerdos que ascendían
imprudentes, saliendo en forma de lágrimas. La emoción es de tal magnitud que
el corazón se siente desgarrado, se atiza y culmina en un último movimiento que
lo jala al suelo, haciéndolo caer imparable hasta impactar el suelo. Con una
sonrisa venida de aquel recuerdo que pudo vivir por última vez antes de soñar
eternamente.
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