Luisa Carolina López Balderas
Una mujer de treinta y cuatro años que volvía
de una fiesta con la familia. ¿Fue boda, bautizo o quince años?, ¿de verdad
importaba? Ya le daba igual, solo diferentes excusas para reunirse y saludar a
los tíos ebrios, a los primos casados, a los sobrinos ruidosos y al silencio de
las respuestas cuando las daba. Las miradas que acompañan a este último cuando
le preguntan: ¿Cuándo se casan?, ¿cuándo los hijos?, ¿otra vez se cambian de
ciudad?
Suficiente eran los pedientes en el trabajo… al
fin veía crecimiento en las ventas, y la vida útil del producto se veía para
rato. Pero el salón ruidoso dio lugar al dolor de cabeza. Algo debía hacer para
detenerlo.
Con el té de lavanda humeante, una tenue luz
que se asomaba desde la cocina, acompaña la lámpara de pie junto al sofá.
¡Ay, la familia!, cómo le agotaba, pero ¡cómo
los quería! Lo demuestra cada vez que la invitan, incluso entre semana, a
sabiendas de lo cansada que se siente y del insomnio que le llegaba.
A media madrugada, su té y su libro la
felicitaban: “Soy mitad agonía, mitad esperanza”.
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