Emmanuel
Martínez Rangel
Te veo del otro lado de la calle, calle vacía, el aire espeso y la luna
te alumbra, te pierdo un momento entre los pinos, ahora me envuelve ese olor
tan nosotros, pino, maldita noche que carga una vez más a la que fue, pero no
es: una casa.
Recuerdas los sueños engalanados contigo, con esos pucheros y manías,
con la peculiaridad del cabello que caía en tu rostro, rostro blanco y terso
que nada tiene que ver con el mío.
Adelanto unas calles a mi andar, sigues distante y distraída, cae una
leve brisa, casi imperceptible sino por el farol que apenas alumbra la avenida.
te diriges a él y tu rostro poco a poco se revela, llevas tus gafas rojas,
mientras el aire se aligera, tus lentes se empañan. Bajas la vista y de una
llevas tu mano para retirarlos mientras que l otra ya mantiene el pañuelo que
sacaste del bolso café, bolso con historia propia de otros paraísos.
De vuelta los anteojos al rostro y me escabullo entre las sombras. La
brisa se convierte en chubasco y sales corriendo sostenida de la barandilla
blanca. Corres y te pierdo una vez más.
Casa oscura la que me espera ¿tendrá el mismo tiempo que yo?
Enciendo el fogón con pedernal
plateado, la sala nos sobrevive, Sabína^ me canta: “a la orilla de la
chimenea”. Sonrío al espejo y el no hace el mismo gesto. ¿Quién eres ahora? ¿quiénes
somos? ¿quién de nosotros?^^.
Enciendo la luz del estudio, el cuadro se
aferra con todas sus fuerzas de la maltrecha instalación y yo soy un tanto como
él. Me tiro en la cama, una sonrisa se escapa del que antes era, ya las tres de
la mañana.
El Sol se cuela por la ventana, las sábanas blancas están marchitas, las
dejo, avanzo catorce pasos hasta la cocina. Enciendo un cigarrillo que se
convierte en cinco. Antes de darme cuenta estoy afuera. Doy marcha al auto,
arranco rombo al trabajo.
Maldita ciudad cotidiana, todo está gris, revienta un neumático.
—¡carajo! —grito a los cuatro vientos—. La estoy cambiando y te veo una vez más,
será la quinta esta semana y no resisto la tentación de virar a esos pulcros
labios sabor pasión que han de encerrar mi cordura solo para mostrarme el
horizonte. No dejas de moverlos bajo el semáforo que cambia a verde.
Te vas, no has nombrado, nombre ajeno de otros tiempos. Das marcha
mientras yo estoy terminando, presuroso me alieno, subo, arranco y acelero.
Caminas pretenciosa como siempre y das tu espalda, entras al liceo, aparco
mientras tus tacones suben uno a uno aquellos escalones junto a la baranda. Hoy
serán 22 días, emprendo la travesía. Llego tarde y nadie me espera. Recuerdo
perdido de nadie, si te has ido hace tiempo, 22 sin pasar en nuestras vidas.
Cae la tarde a marejada. El Sol a plomo se queda sin plomo al salir de
mi oficina. Otra vez a casa, los cinco se convierten en diez en el trayecto.
Entro a casa, insípida y fría casa de congoja. En el cuarto caigo abatido, la
cama está fría. —Te necesito —lo grito tres veces al aire—. No estas.
^
:referencia a Joaquín Sabina.
^^ :referencia a ¿Quién de
nosotros? de Mario Benedetti.
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