Y ahí
estaba él, contemplando la sierra de frente, una danza le emanaba del corazón
cuando admiraba con quietud las majestuosas montañas a lo lejos de aquel gran
valle, como apoderándose de una porción mínima de su mundo con sus
impresionantes 2600 metros de altura, como reclamando esos millones de años que
les pertenecen en el tiempo, la estampa era adornada por un atardecer solitario
y melancólico de colores que van del naranja al violeta, con esa esperanza de
una noche pasiva y sin consecuencias, una noche cubierta de estrellas color
plata y ese tono azul profundo envolviéndolas como parte de ella sin
remordimientos, sin uno sólo de los prejuicios que tomamos para vivir.
Simplemente aquel era “un atardecer como los que amaba su abuela”.
El viento le rozaba la cara como una caricia
sensual y tierna, su mirada se dirigió al valle justo abajo del acantilado en
el que estaba parado, las copas de los arboles con su verde lleno de vida le
creaban la ilusión de una tarde perfecta, le regresaban el sentimiento de
esperanza que es la vida, pero la noche se apoderaba cada vez más del momento y
minuto a minuto reclamaba al día su final. El muchacho pensativo sólo podía
mirar una vez más la muerte del sol al horizonte.
A unos
cuantos metros de él ve un lobo inigualable, el ejemplar perfecto, pero no todo
es belleza ya que con los animales salvajes nunca se sabe. El miedo se apodero
de él y las ideas de un ataque resonaron en su cabeza, un impulso torpe hizo
que su intento por correr fuera inútil y tropezara con una raíz que sobresalía
del suelo cayendo de rodillas. Al caer rasgó su pantalón con una caliza
afilada, pero también abrió su carne, la herida fue lo suficientemente
profunda, el dolor era intenso y la sangre brotó al instante, quizá no era
demasiada para morir desangrado pero era suficiente para volver loco a un lobo
hambriento. El animal, alerta se acercó con una pose amenazante al chico como
esperando otro movimiento torpe para por fin atacarlo, el joven sólo podía
pensar en la muerte.
Morir
es parte de la vida pero jamás imaginé morir así. ¿Tragado por un lobo? Y todo
por ver el atardecer en este lugar, por ponerme sentimental nuevamente
recordando a la abuela. Escapar no es una opción, menos herido, ya me imagino
como encontraran mi cadáver desgarrado y carcomido. Pensaba mientras el lobo me
miraba con quietud, como analizando mis movimientos.
Si
llego a salir vivo de esto será difícil olvidar esos ojos amarillos ámbar, ojos
del mal, puertas al infierno, mensajeros de la muerte. El propietario de tan
aterradora mirada sólo puede ser un asesino. Solo eso puede cruzar mi mente,
esto es una pesadilla encarnada.
No
entiendo ¿Cómo la abuela podía amar a estas bestias? En ese momento el lobo se
acercó un poco más, me gruñó como si supiera lo que pensaba de él. La muerte
estaba frente a mí y además de mi herida ardiéndome hasta el alma sólo podía
pensar en el funeral de la abuela. En esa sensación de desolación, visualizarme
caminando hacia el frente de la iglesia, casi puedo escuchar mis pasos sobre el
piso de madera vieja.
Mis
piernas simplemente no aguantaban más pasos en aquella iglesia, caminar cada
vez más adentro de ella era un gran sacrificio para mi cuerpo sin fuerzas de
voluntad, para mi espíritu. El mármol frío de las paredes no tenía manera de ser tocado por la piel
descubierta de mis manos y el altar era más tétrico que la oscuridad misma, el
olor a humedad de los arreglos florales asqueaba a cualquiera de los presentes.
Como
olvidar la imagen del frio cadáver de quien amaba dentro de aquel ataúd de
madera colorida, “nadie pensará más en las emociones que plasmaste y en la
huella que dejaste en el tiempo, Nadie te va a extrañar más que yo, abuela” fue
lo último que dije frente a su féretro antes de escuchar el sonido que producen
las rocas al golpear con fuerza la caja, ese maldito ruido que sólo se asemeja
a tu alma rompiéndose. ¿Por qué no te dije tantas cosas que pasaron por mi cabeza
antes de que partieras?
Es
peculiar como una lágrima recorre tu mejilla hasta llegar al suelo, solo
recordando algo que nos lastima. De pronto el lobo se acostó frente a mí, su
pelaje negro en tonos de azul y verde deslumbraba con la luz de la luna llena
saliendo por el este, el animal emanaba esa aura de terror y fascinación, una
combinación extraña pero posible, al fin de cuentas, “misterio” sería uno de
esos nombres que le quedaría a la perfección a aquel lobo nocturno.
Esta
vez mirándonos fijamente olvide toda sensación de muerte, sus ojos amarillos me
emocionaron tanto como cuando la abuela me abrazaba. El lobo se levantó, dio la
vuelta y se alejó del lugar. Yo casi sin aliento me recosté en el suelo
agradeciendo que aquel animal no me atacara y mirando la luna con atención.
“A
veces necesitamos tanto de los que ya no están en este mundo, que simplemente
nos llegan señales inesperadas de que ellos nos cuidan y están presentes a su
manera”.
Si me
preguntan no creo en fantasmas, pero creo firmemente que mi encuentro con ese
lobo simplemente fue “un saludo de la abuela”.
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