1
Me
encuentro en una de las montañas que rodea la ciudad donde vivo y los veo:
vienen marchando con brío junto al río que refleja el caer de la tarde. Son
miles de hombres, unos montados en enormes caballos, revestidos con cota de
malla y protegidos con gruesas armaduras.
2
Voy
de prisa al pueblo. Las personas pasean tranquilos por la plaza, niños que
juegan a ser hombres con un pedazo de madera. Doy el aviso y me miran sin decir
nada. La tranquilidad se ha ido. Un grito de mujer rompe el silencio y
reaccionan: más gritos.
3
Ha
sido una mala noche para todo el pueblo. No sé si estoy seguro de haber
sobrevivido. Hay humo por todos lados y escucho sollozos por todas partes.
Entrecierro los ojos y me asalta aquel recuerdo de un adolescente ensimismado
en que no hay paraíso. Espero que el infierno queme menos.
4
Me
encuentro en un sillón rodeada de estantes de libros. De entre todos escojo uno
especialmente personal. Al abrirlo, me recibe una fotografía muy vieja donde
una pequeña sonríe y yo sonrío al verla. Ella, sin ninguna preocupación. Doy
vuelta a la hoja y más fotografías. La niña que ya va a la escuela, papá, mamá.
5
Dejo
el álbum y entrecierro los ojos. Me acompaña el humo de un ducado que llena mi
habitación. Lo recuerdo: una adolescente que aprendía el noble arte de vivir.
Aquella escuela, aquel camino empedrado por el que pasaba cuando volvía a casa,
la chica que metió su lengua a su garganta y aquel libro.
6
Abro
los ojos y prendo el radio. Nunca me gusta lo que transmiten en las estaciones.
Lo apago y mejor rememoro la primera canción que viene a mi mente. Me responde
la voz de un andaluz: “como quien viaja a bordo de un barco enloquecido, que
viene de la noche y va a ninguna parte…” Miro por la ventana durante toda la
canción. El firmamento luce bien. No más ducados por hoy.
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