Incĭpit
Damaris
González Villela
Háblame,
oh Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de resistir los
infortunios del plomo del dios alado, anduvo peregrinando larguísimo tiempo,
vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su
ánimo gran número de trabajos. Habiendo atravesado el mundo llegó finalmente al
lugar donde hubiera de emprender una nueva batalla contra el dios que le había
hecho sufrir y arrancaría de él una flecha de oro para finalmente vencerle y
así volver a la doncella que fuera suya por la eternidad. Mas antes debería,
por deseos de la gran diosa Afrodita, perder la memoria de cuanto hasta
entonces hubiese conocido, para que ésta, sirviéndose de aquel varón,
demostrara a Atenea, la victoria de los sentidos ante la razón. Anduvo así
mucho tiempo, buscando para sí algún símbolo o señal que le mostrara lo que
hace tiempo hubiese olvidado y que le llevaría al fin a su última batalla.
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En
un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo
que llegó un hidalgo desmemoriado, de los de adarga antigua y de lanza en
astillero. Hubo olvidado el modo en que había llegado hasta ahí, tampoco
recordaba el motivo del viaje que lo tenía en tal lugar. El barbero y el cura
del pueblo le intentaban disuadir de no buscar en libros respuesta alguna,
tratábanlo de hacer entender que cualquiera que fuese el propósito de su viaje,
no tenía utilidad ya. Mas nuestro hidalgo no atendió a los consejos que le
parecieron sinrazón y encontrando en algún libro de caballería que le hizo ver
que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, emprendió
así el viaje y loco le creían cuando con su lanza atacaba molinos vociferando:
“Dios
alado, niño infame
Que
has osado en maldecir
Y
has prohibido que alguien ame
A
este mísero infeliz”
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En
medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura. Gran poeta
hallaría yo que en su canto me explicara la senda que habría de seguir.
Virgilio aproximó su paso al mío y guióme a través del infierno y purgatorio
haciéndome ver almas infortunadas que pagaban deudas a Dios. Además de aquellas
que en otra ocasión relataré, divisé almas que yo hubiese conocido en tiempos
lejanos y que me parecieren entonces ser eternas en mi vida. Curioso fue
haberlas olvidado para entonces y encontrarlas enterradas en tal lugar de
llanto, mas no hubo cosa más inesperada que haberme encontrado por fragmentos
en el mirar de cada uno, alma mía en cada uno de ellos, perdida para siempre y
que no volvería más, remplazada ya por alma nueva construida por mí. Al final
de mi travesía por fuego y pena, Virgilio abandonome en el filo del purgatorio
para que siguiese yo una nueva senda. A este amigo poeta hube de abandonarlo y
seguir también sin él.
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¡Cuánto
me alegro de haber partido! ¡Ay amigo mío, lo que es el corazón del hombre! ¿Quién
hubiera imaginado que al partir de tu lado encontraría aquí tal remanso de paz
para mi alma? Estar en esta morada ha iluminado en gran medida mi alegría.
Disfruto de un gran árbol que da sombra al jardín que se sitúa a la puerta de
mi casa. Paso los almuerzos en un bosquesillo y tomo ahí algo de pan, miel,
queso y frutas y comparto siempre con los niños que ahí juegan algún par de
terrones de azúcar y una o dos monedas. ¡Ay! Lejos de aquel bullicio se
encuentra realmente bien, amigo mío.
Mas
escribo esta carta para hacerte partícipe de un encuentro que me llena de
inefable curiosidad. En una de las tantas caminatas que suelo dar en el bosque
que ya te he referido, he encontrado a mi paso a una joven de mirada taciturna
y mente deleitante. Aunque resulta grácil y sonriente no me ha llamado la atención
su belleza en primera instancia. Es lista y no hay cosa que disfrute yo más que
intercambiar alguna palabra con ella. Sus ojos se han iluminado cuando habla de
libros de un modo que no conocía yo posible.
Oh,
mísero de mí al enterarme que partirá pronto a casa de su tío. La envía su
padre a que aprenda algunas artes que le hagan preparase para el momento en que
deba desposarse. ¡Qué disparate el que me viene a la mente! ¿Sería descabellado
que fuese yo hasta la ciudad donde mora su tío a buscarle? He viajado ya largo
tiempo que no es la distancia lo que me asusta. ¿Qué es esto, amigo mío, que me
impulsa con furor a emprender de nuevo mi andanza?
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¿Encontraría
a la Dama? Tantas veces me había bastado
asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y
apenas la luz de ceniza me permitía distinguirla. Pero no sería esta vez la
manera en que la encontraría. No. Jamás será la vida benevolente de tal manera
que me coloque a la mano su piel morena. Será un acertijo llegar a ella y a sus
ojos furtivos que huyen y me acechan al mismo tiempo. Será un baile de
movimientos ya armónicos, ya desordenados, la suerte que me permita verla.
Nadie me dirá si lo que hacemos en esta vida son movimientos brownianos o si es
el fenómeno de entrelazamiento cuántico descrito por Dirac, esto que nos
relaciona y nos aleja y nos vuelve acercar, mientras de fondo suena un saxofón
o Ella Fitzgerald o The blues with a
feeling. No, no será jamás la misma forma en que la encuentre, pero
seguramente cuando suceda, nadaremos la vida como la paloma que baila y vuela
ríos y nada cielos apenas descritos por el hombre.
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Muchos
años después, cualquier noche de insomnio en medio de sus avanzados años, el coronel
García había de recordar aquella tarde remota en que vio en los ojos de aquella
Dama, la verdad indefectible que tanto tiempo había viajado para descubrir que
brillaba tan cristalina como la primera vez que vio el hielo de la mano de su
padre y tan fatal como el olor de las almendras amargas.
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Haría
cualquier cosa por verte sonreír, Eduardo, y si no te ha gustado nuestro inicio
te regalo otros tantos, perfectos y reconocidos ante el mundo como los mejores
que hayan sido escritos nunca; memorables, sin par. En mi experiencia, fuera de
un libro, un inicio dice poco de la historia que le sucede. Te entrego algunos
y si lo deseas te doy otros cien más, a cambio te pido que no dejes de escribir
conmigo y que me leas como yo te leo a ti.
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