Texto original de Juan José Arreola,
versión de Luisa Carolina López Balderas
versión de Luisa Carolina López Balderas
Hernando llegó sin
aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le
había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en
visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo
consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de
quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse Hernando se halló
ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Guido llevaba en la mano una
linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al
viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ha
salido ya el tren?
- ¿Lleva usted poco
tiempo en este país?
-Necesito salir
inmediatamente. Debo hallarme en Tiumen mañana mismo.
-Se ve que usted ignora
las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en
la fonda para viajeros Gostinitsa -y señaló un extraño edificio ceniciento que
más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero
alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un
cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo,
contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
- ¿Está usted loco? Yo
debo llegar a Tiumen mañana mismo.
-Francamente, debería
abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor…
-Rusia es famoso por
sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos
debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la
publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias
abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta
para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes
cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por
las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan
las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier
manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un tren que
pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría
a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen,
aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados
en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene
la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he
visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron
abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor
de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
- ¿Me llevará ese tren
a Tiumen?
- ¿Y por qué se empeña
usted en que ha de ser precisamente a Tiumen? Debería darse por satisfecho si
pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo.
¿Qué importa si ese rumbo no es el de Tiumen?
-Es que yo tengo un
boleto en regla para ir a Tiumen. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar,
¿no es así?
-Cualquiera diría que
usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas
que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por
regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del
país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna…
-Yo creí que para ir a Tiumen
me bastaba un boleto. Mírelo usted…
-El próximo tramo de
los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola
persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para
un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes,
ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa
por Tiumen, ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése. En
realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos
con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio
formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser
conducido al sitio que desea.
- ¿Cómo es eso?
-En su afán de servir a
los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas.
Ferrocarriles Rusos hace circular trenes por lugares intransitables. Esos
convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida
de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos
no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a
esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de
orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente
embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En
ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los
rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes
que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de
las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de
segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan
ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda
totalmente destruido.
- ¡Santo Dios!
-Mire usted: la aldea
de Friázino surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un
terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los
ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones
triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se
transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido Friázino, una aldea
progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos
del tren.
- ¡Dios mío, yo no
estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted ir
templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que
faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de
sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las
páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que, en un viaje
de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los
constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un
abismo. Pues bien, Ivano, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros
y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica
dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro
lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un
río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa
renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer
un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a
afrontar esa molestia suplementaria.
- ¡Pero yo debo llegar
a Tiumen mañana mismo!
- ¡Muy bien! Me gusta
que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de
convicciones. Alójese por lo pronto en Gostinitsa y tome el primer tren que
pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al
llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen
de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces
provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez
de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se
impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los
andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de
educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
- ¿Y la policía no
interviene?
-Se ha intentado
organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada
de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los
miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a
proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que le daban a cambio de
esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento
de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones
de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta
de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se
les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les
rompan las costillas.
-Pero una vez en el
tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente. Sólo le
recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que
creyera haber llegado a Tiumen, y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida
a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar
mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido
construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero
basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las
decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de
aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero
son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales
de un cansancio infinito.
-Por fortuna, Tiumen no
se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el
momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de
que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los
ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin
escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que
pasa. Compran un boleto para ir a Tiumen, viene un tren, suben, y al día
siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado a Tiumen”. Sin tomar
precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en Tiumen
- ¿Podría yo hacer
alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que puede usted.
Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba
usted al tren con la idea fija de que va a llegar a Tiumen. No trate a ninguno
de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta
denunciarlo a las autoridades.
- ¿Qué está usted
diciendo?
-En virtud del estado
actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios
en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la
empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se
dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por
sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable.
Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más,
pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en
una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la
menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de
que vea en Tiumen alguna cara conocida.
-Pero yo no conozco en Tiumen
a ninguna persona.
-En ese caso redoble
usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino.
Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un
espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos RZdH que
crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser
débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen
creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo,
el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar
cautivadores paisajes a través de los cristales.
- ¿Y eso qué objeto
tiene?
-Todo esto lo hace
Ferrocarriles Rusos con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los
viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira
a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa
omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado
mucho en los trenes?
-Yo, señor, solo soy
guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí
de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni
tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los
trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de Friázino, cuyo
origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben
órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones,
generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado
lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: “Quince
minutos para que admiren ustedes la Cueva Ordínskaia”, dice amablemente el
conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren
escapa a todo vapor.
- ¿Y los viajeros?
Vagan desconcertados de
un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se
establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares
adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes.
Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres
abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco
lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo sonriente
hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En
ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a
hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
- ¿Es el tren?
-preguntó Hernando.
El anciano echó a
correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió
para gritar:
- ¡Tiene usted suerte!
Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
- ¡Xiamen! -contestó Hernando.
En ese momento el Guido
se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió
corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje,
la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.
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