Luna tenía 19 años
cuando escapó de casa; vivía sola en un pequeño piso en la tercera planta de un
edificio ubicado en la calle Donceles en la ciudad de México. Para costearse
sus estudios tenía que trabajar como camarera en un café frente al palacio de
Bellas Artes.
Su
padre, un estricto profesor en la Universidad de San Luis Potosí nunca pudo
aceptar que su única hija no siguiera sus pasos. Se enteró que Luna había
aplicado para un conservatorio donde, según él, no había futuro.
Necesitas
un estudio que te ofrezca un trabajo digno y estable- le repetía
constantemente.
Fue
una noche de agosto cuando ella decidió salir de casa con una mochila, que
guardaba poemas de Walt Whitman, y una guitarra Fender electroacústica que le
había regalado su padre unas navidades atrás. Era curioso que la persona que le
había obsequiado la guitarra estuviera contra sus deseos de convertirse en
músico.
Sin
embargo, Luna no podía evitar la mezcla de sentimientos; por una parte, seguir
sus sueños le parecía un acto de libertad con ella misma, lo amaba; pero cuando
entraba a su hogar, los recuerdos le arañaban el corazón: los cuidados de mamá,
la tranquilidad del fuego familiar y hasta la mirada de su padre, severa, pero
siempre intentando comprenderla. Por qué demonios no podía comprender el amor
de Luna hacia el arte.
A
sus 21 años era una chica menuda, de cabello rojizo claro, casi anaranjado,
piel blanca y labios delgados, de baja estatura y ojos color miel. Cuando las
personas le preguntaban por qué no abandonaba el conservatorio y regresaba a
casa con sus padres, ella no sabía qué responder. Sentía que no lo entenderían
nunca.
Fue
una mañana, seis meses atrás cuando encontró el camino hacia la respuesta en
una llamada con su madre. Hablaron por largo rato de cosas cotidianas. Casi al
final, salió en el tema de la conversación el segundo nombre de Luna con el que
nunca fue registrada.
Tu
padre quería llamarte Awen- le dijo su madre.
¿Qué
significa Awen?-respondió Luna.
Me
sorprende la facilidad con la que olvidas las cosas. Esta plática ya la
habíamos tenido antes cuando tenías 10 años.-
Lo
siento.-
Es
un nombre celta que significa “inspiración”; se usaba para los músicos mucho
tiempo atrás. Papá quería llamarte así porque ama la lectura y él quiso
dedicarse a la música en su juventud.-
La
chica sonrió para sí misma, había sido una respuesta bellísima.
Nunca
antes, en la vida de Luna, la sonrisa y una lágrima habían encontrado el mismo
sentido como las de aquella tarde de agosto.
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