Gabriela
de Jesús Acevedo Domínguez
Ya son 3 años que llevo en
este lugar, 3 años de permanecer aislada del mundo exterior, y de convivir todos
los días con las mismas personas. Si, 3 largos años de escuchar a personas
entrar prácticamente obligatoriamente a fuerzas, y salir gustosos disfrutando
de los manjares de la vida, en la mayoría de las veces, de diversión
destrampada. Salir, para volver a entrar.
Y hoy, precisamente en esta
fresca mañana de 15 de mayo, siento una gran emoción que me hace levantarme con
mucha motivación para seguir adelante. Al principio no sabía por qué, pero en
el transcurso del día me fui dando cuenta.
Escucho una hermosa canción
de violines e instrumentos de orquesta, creo que es la primavera. Si, ahora la
reconozco, es la primavera, de Bibaldi. Una pieza de su famosa obra de las 4
estaciones. Luego, la formación alrededor del patio para hacer el pase de
lista; uno a uno oigo recitar cada nombre de los que estamos aquí. Selectivamente,
nos integran en dos grupos: El primero continuaría allí, mientras que el
segundo saldría desfilando por la puerta principal.
50 personas éramos las que
íbamos como en procesión de silencio, marchando por los largos pacillos. El
suelo era firme y liso. Se disfrutaba esta caminata, que había iniciado en el
patio central.
Salimos, ¡Aire fresco se
respiraba en las calles!, como a fabuloso o algún otro producto utilizado para
la limpieza. Llegamos al aeropuerto: multitud de gente que iba y venía de un
lado a otro, conversando de distintos temas. Después de pasar por el proceso de
registro, nos encaminamos hacia el exterior. El sonido de un avión despertó mis
sentidos, Fue como si el tiempo retrocediera 11 años.
Desde que tenía 7 años,
siempre había soñado viajar en un avión, y al despertar me preguntaba: -¿Qué se
sentirá viajar en un avión? Me levantaba contenta y le contaba a mi madre sobre
aquél sueño. – ¡Quiero viajar en un avión!-. Le decía emocionada. Pero, ella al
verme así me decía que sí, que algún día lo lograría. Pero la realidad, era que
esa posibilidad, era prácticamente poco probable, ya que en la familia no se
contaba con tanto dinero como para poder pagar boletos de avión e irnos todos
hacia algún lugar de vacaciones.
Hasta que un día, ¡ese sueño
se hace realidad! Fue a la edad de 10 años cuando se presenta la oportunidad de
viajar en un avión. -¡Qué emoción!, si, ¡iré a competir en acrobacia y viajaré
en un avión!-.
Fue un día de marzo cuando recibí
esa buena noticia, y cuando mi madre llega por mí a la primaria donde
estudiaba, la directora le explica sobre el evento, diciéndole que sería una
gran oportunidad para mí el poder ir a competir y conocer otros lugares. Que en
una demostración hecha entre barias escuelas sobre acrobacias, el presidente
estatal de Talus había elegido a esta primaria para acudir a la competencia
nacional realizada en Quinus. Esto por ganar el primer lugar de la
demostración. Pero como Quinus se encontraba a muchas horas de distancia, el
gobierno cubriría todos los gastos del transporte para viajar, pagando los boletos
de avión de ida y regreso de todo el equipo. En ese momento le insistí que me
dejara ir, pero ella no respondía, así que seguí insistiendo hasta que
fastidiada me dijo: -¡No, Andrea! Primero vamos hablar con tu padre-.
Salimos de la dirección, y
esperamos sentadas en una banca a que Mi hermana Ofelia saliera de clases. Esperamos
por una hora, pero nada, mi madre se fue a no sé dónde, y cuando regresó, otra
vez la escuché alterada. -¡Ya vámonos para la casa!-. Recuerdo que me dijo. – ¡Tú
hermana ya se fue!-. Y salimos corriendo de ese lugar. -¿Ya se fue?-. Pregunté
angustiada. -¿A dónde?-. Pero ella no respondía, iba enfurecida, se le
escuchaba en la respiración y en su tono de voz tan golpeado, cuando habló por
teléfono de uno que estaba en la esquina, y que por cierto, casi no servía,
porque la gente tenía que gritar para que la otra persona ollera.
Mientras que pasaba todo el
drama, trataba de observar el paisaje en el que estaba. Era un día nublado, con
algo de frío. Al rededor sólo había mucho monte y una que otra palma. Bueno,
seguí el camino así como acostumbraba, corriendo por el suelo de tierra, hasta
la casa. Me divertía mucho ir saltando por el campo y atravesar ese parque
verde con árboles grandes, lo sabía porque sentía su sombra al momento que iba
pasando. Otra cosa que también me encantaba, era escuchar las aves que se
posaban sobre las ramas de los árboles, era tan maravilloso oír sus cánticos
alegres y armoniosos todas las mañanas y las tardes, que a veces, cuando el sol
estaba a punto de ocultarse, salía de la casa en compañía de Ofelia, trepábamos
en un tronco de estos árboles, y desde allí, escuchábamos la dulce serenata.
Me voy acercando a la casa.
A lo lejos escucho a mi padre, que habla
con alguien. Emocionada me acerco rápidamente a él, pero antes de llegar, me
detengo asustada. Él está con Ofelia, la está poniendo como chancla vieja
porque al parecer, se echó la pinta de la secundaria. Mientras que le dice de cosas,
ella comienza a llorar.
Más tarde, mi madre le
comenta a mi padre lo que le había dicho la directora sobre el viaje a Quinus.
Él se queda inexpresivo. Así que aprovecho para suplicarle que me deje Ir, que
era algo que desde siempre había soñado, el poder viajar en un avión. Pero él,
me responde cerio y frío: -¿Qué estás loca niña?, Esos viajes son muy
peligrosos, ¿qué tal si el avión se estrella o se descompone? Además, ¡está muy
lejos!-. Sentí mucha tristeza por su negativa, quise reclamarle por eso, pero
no me atreví. Estaba muy enojado y tenía mucho miedo de que se pusiera peor. Ese
día creí que jamás Cumpliría ese hermoso sueño. Pero los meses pasaron, y fue
exactamente un 15 de mayo, cuando aquello que tanto anhelaba se volvía realidad,
¡Subiría a un avión de verdad!-.
Aquella noche llena de
frescura y alegría desbordada, fue cuando nos reuníamos a fuera de la escuela
para esperar el momento de viajar. Éramos entre 25 a 30 chamacos tan
emocionados y llenos de ilusiones, que no parábamos de hablar y hablar. Hasta
que llegaron las autoridades y pidieron silencio, para cantar las mañanitas a
los profesores por ser su día. Luego, un trío de instrumentistas interpretaron
varias piezas melódicas, entre ellas, ¡La primavera de Vivaldi! Al finalizar
aquel concierto tan maravilloso, hicieron pase de lista, los adultos acomodaron
las maletas y después fuimos subiendo uno por uno al autobús, para ir a la
capital de Talus.
El viaje fue muy corto,
todavía no había descansado muy bien cuando llegamos a Talus. Bajamos, nos
entregaron las maletas y caminamos por un pasillo muy grande que tenía el piso
muy lisito, lisito. Es lo último que recuerdo antes de aparecer en un lugar que
llamaban aeropuerto.
Durante mucho tiempo sólo
escuchaba a personas que iban y venían de un lado a otro, platicando entre sí
de cosas muy variadas. Me terminó de despertar un delicioso aroma a fabuloso o
algún producto que utilizan para trapear, luego una persona se acercó para
entregarme unas cuantas galletas y un vaso de chocolate. Todavía no terminaba,
puando nos encaminábamos hacia la mesa de registros. Dejamos allí las maletas,
pasamos uno por uno por una pasarela que detectaba cosas de metal y devuelta
esperamos por mucho tiempo en una sala.
Hasta que llegó el momento.
Una señorita con voz un poco aguda anunciaba la salida del avión que iría a
Quinus. Comenzamos avanzar por 2 pasillos que tenían el suelo lisito, lisito,
luego por una plataforma de madera y llegamos al exterior. ¡Aire fresco se
respiraba en aquel ambiente lleno de expectativas! De pronto, un ruido
escandaloso se escuchó a lo lejos, ¡Hera el motor del avión! Cuando ya estaba
algo cerca, avancé junto con los demás del grupo para comenzar a subir una
escalera. -¡Qué emoción! ¡Este sueño se ha cumplido!-. Pienso mientras me
dirigen hasta el lugar que ocuparé. -. Me siento y me pongo el cinturón de
seguridad, en frente, en el respaldo del asiento de adelante, toco una mesa
doblada y una mascarilla de oxígeno guardada en una bolsita. La aeromosa
anuncia el despegue, el transporte avanza elevándose unos metros después,
teniendo la sensación de estar como en un juego mecánico.
Andrea regresa a la
actualidad, ya va dentro de un avión lleno de personas indocumentadas. Va
sentada en un lugar ubicado cerca del pasillo casi a mitad del transporte. Al
igual que todos sus compañeros, va asegurada hasta los dientes. Melancólica se
intenta estirar, pero no puede. Con nostalgia vuelve a recordar, suspira y
dice: -¡Un sueño hecho realidad! Regresaré a casa-.
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