Por: Octavio Daniel Loredo Olmos
El
sofá, la cama, las cortinas. La alfombra, las sabanas y la ventana, ya es
domingo otra vez.
Ya han
pasado varias horas desde aquel último mensaje que recibí, el tiempo no parecía
avanzar y la esperanza parece agonizar poco a poco con cada segundo que pasa.
Ayer
por fin nos encontramos, otra vez, como siempre y como casi nunca. Parecía la
noche perfecta y todo parecía estar bien... hasta su sonrisa.
Era
como regresar a esas tardes donde todo daba la sensación de bienestar y sus
brazos era el mejor lugar para descansar bajo la sombra de un enorme árbol.
Era
difícil rayando lo imposible. Eso de querernos tanto a ratos y a destiempo. Me
encantaba su pelo desalineado, sus malos chistes y su mal humor.
Amaba
sus caricias, sus besos, las horas muertas que pasábamos y sus abrazos. Todas
las noches solíamos ir a ese lugar, su lugar favorito, podíamos ver la ciudad
entera, las luces de las calles eran como estrellas nuestras, estrellas,
brillaban
junto con nosotros.
Pero
todo, como casi todo, rápido termina, y un día de la nada, ya no estábamos; no
éramos; no queríamos; no debíamos. La soledad era lo que nos quedaba y nos
acariciaba cada noche. Todo acabo y paradójicamente nada parecía acabar como si
fuera eterno.
A
estos días ya me acostumbré, las mañanas a solas no son tan malas, el olor del
café es el mismo y los cigarrillos duran más.
Pedro,
nuestro perro, parece no importarle tu ausencia, pero seguro en el fondo te
extraña. Nuestra casa te extraña.
Así
suelen ser todos los domingos, llenos de recuerdos, soy como un turista de mi
propia mente, de mi pasado y no está mal, o tal vez sí, quien soy yo para saber
y quién es la gente para juzgar.
Llega
la noche y el día termina tirado a la basura y no deja nada bueno. Ya es hora
de dormir y aun no me levanto, es tarde. Me concentré tanto en ti que olvidé
vivir.
Por
fin termina el domingo "fastidioso domingo". Ya es lunes, otra vez.
Respondió...
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