Por: Octavio Daniel Loredo Olmos
Está
ahí, parado, en medio del vestíbulo de la casa donde alguna vez vivió. Paso un
dedo por los muebles, estaban llenos de polvo y algunos bichos muertos por
encima. A cada paso que daba, la madera crujía, como si fuese a desmoronarse.
El
olor a humedad era obvio, el techo ya no protegía como antes. Esas viejas
habitaciones, los cuartos, las paredes, las puertas, todo está dañado por el
paso del tiempo, pareciera no perdonar, y así era.
La
obscuridad de la casa a penas y dejaba ver algo, pero ahí estaba… su habitación
o la que solía ser cuando era niño. Quedaban un par de muebles, una silla y su
cama. Un montón de cajas con algunas cosas que ya había olvidado, y Willy, un
pequeño conejillo de arcilla y amigo inseparable de la niñez, posaba en el filo
de la ventana como esperando ese día, el día que regresara.
Movió
un poco las cortinas para dejar pasar un poco el sol, todo era como recordaba,
aunque parecía más pequeño el espacio.
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