Por todos lados sentía miradas y algunos murmullos que
retumbaban en mi cabeza.
Toda mi vida estuvieron acostumbrados a verme como la
chica dulce que dentro de unos años se casaría y se llenaría de la sabiduría de
ser madre.
Tenía 22 cuando las cosas empezaron a cambiar, fue esa
sonrisa que volteo mi cabeza por completo y esos besos que me hacían sentir de
maravilla.
Mis padres al ver mis ojos llenos de ilusiones dieron su
apoyo y comprensión. Era obvio que los demás lo descubrirían tarde o temprano
sin llegar a entender que todo esto para
mí era normal.
Preferí poner una barrera pero los insultos y críticas
fueron pesando cada día más hasta que lograron tumbarla por completo.
Iba por las calles arrastrando mi pasado, estaba anclada
a la imagen que tenían todos de mí, sin poder crecer y dejar esas ilusiones por
miedo de alejar a mis seres queridos.
Me quedaba muda cuando preguntaban al respecto y aturdida
por los pensamientos mejor huía de la realidad.
Después de un día fatal me senté en mi escritorio y comencé
a llenarme de la vida de otros con la lectura, suspire y deje subrayada la
frase “soy mitad agonía, mitad esperanza”.
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