Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 oct 2016

La Intriga de su Mirada

                                                    Daria Marcela Barboza Treviño  
“La reacción que causaste en mi podría ser una simple impresión, más que un murmullo del viento o una sonrisa de la luna”. ¿Por qué te gusta la soledad? Me toca preguntarme, no puedo acercarme a ti quizá no por miedo, sino por el misterio que existe en tu ser.
Mi nombre es Damián y tengo 23 años, a estas alturas de mi vida debería estar viajando por el mundo en moto o algo por el estilo, aventurarme sin un plan sería la mejor opción. Pero en lugar de eso estudio ingeniería, no es una mala idea después de todo.
En los últimos tres meses no he faltado a una sola clase de cálculo, pero tampoco he aprendido gracia alguna para derivar. No, en ese lapso de tiempo lo único que resuena en mi cabeza es un nombre de Facebook y en mi mente da vueltas la fotografía de una chica. Ella era lo único que me gustaba observar en aquella clase, pero tras varios meses de ser compañeros nunca cruzamos palabra alguna, de hecho era la única en aquel salón con quien nadie simpatizaba, y no por elección nuestra sino por su misteriosa personalidad.
Estefanía era su nombre y daba una imagen relajada, en ocasiones hasta simpática pero al mismo tiempo causaba temor, no por verse agresiva o ruda, para nada. El temor aparecía por no saber con exactitud que cruzaba por su mente,  aquella mujer simplemente me tenía vuelto loco. Y con justa razón, lo que me gustaba de ella no era su físico, pero sus ojos ¡vaya qué ojos! nunca en mi vida vi algo igual, su color verde olivo era tan profundo que con facilidad podría perderme en ellos sin poner resistencia. Esos ojos me hacían soñar, imaginar y por otro lado esos ojos me mataban, me confundían.
No voy a mentir, parecería que esconden algo pero, qué guardan en su brillo, siempre me pregunté, su sonrisa que en pocas ocasiones mostraba era la llave a mi corazón, cada vez que ella curveaba su boca este se aceleraba al límite de un paro cardiaco y a veces pienso que “morir por una sonrisa así no sería tan malo”.
Pero por otro lado creo que su semblante es “Demoniaco”, era como si algo me dijera que me alejara de ella, como si robara mi alma. Lo que me hacía sentir en pocos segundos era la mezcla perfecta entre tantas cosas que hasta la misma ingeniería me parecía simple. Aun no sé por qué no me animo a hablarle, después de todo creo que le agrado, pero es tan cortante y rara que al mismo tiempo creo que ella y yo nos llevaríamos muy bien.
Hoy es uno de esos días en los que he decidido hablarle. Estefanía está bajo la sombra de un árbol sentada sobre el pasto sin preocupaciones, con un cuaderno de dibujo en la mano. Esta es mi oportunidad, pensé. Invitarle un café seria mi plan, pero cómo iniciar una conversación con ella. Cómo dejar el miedo atrás y sólo hablarle. 
-Hola- dije con temor
-Hola- contestó levantando la mirada y sonriendo cínicamente, como con un “te estaba esperando” a punto de salir de su boca.
-¿Puedo hacerte compañía?- pregunté.
-Supongo que sí- contestó agachando de nuevo la mirada y continuando con su dibujo.
Yo me senté un poco alejado de ella y tras dos segundos de silencio incomodo trate de iniciar nuevamente la conversación.
-Y ¿qué dibujas?- fue mi pregunta.
Ella cerró su cuaderno, dirigió su mirada a mí y en un abrir y cerrar de ojos rompió mi corazón con su respuesta.
-Nada, creo que tengo que irme- se levantó rápidamente.
Por una vez en la vida mi impulso fue seguirla para saber un poco más. Me levanté y en casi un movimiento la alcancé a unos cuantos metros.
-Oye, perdón por interrumpirte, yo sólo quería…- le dije tomándola del brazo.
Ella dio la media vuelta y con un tono grosero y algo sarcástico exclamo.
-¿Querías qué?, ¿hacer nuevos amigos, la tarea de cálculo o invitarme un café?
-Sabes, creo que a ti te gusta hablar claro así que te invito el café, por la tarea ni te preocupes que no pensaba ir y los amigos no busco porque ya tengo los míos- le dije.
-Tienes agallas y tu miedo desapareció, así que te acepto el café- contestó y continúo caminando.
-Bien y ¿a qué hora te parece conveniente?- le grité. Ella regresó sólo para decirme casi al oído.
-Tu no iras a cálculo, yo tampoco. Te veo en un café que está a dos cuadras de aquí casi llegando al parque, “Las bugambilias” se llama. Mi mesa favorita está en el segundo piso frente a un gran balcón que tiene vista al patio, recuerda eso- se dio la media vuelta con una sonrisa y se fue.
Yo, como un tonto, sólo me quede mirando cómo se alejaba sin un “adiós” por lo menos. Así pasaron las horas y se dieron las cinco de la tarde, obviamente tenía que aparecerme en el café, al menos para saber si ella cumpliría con su palabra. Subí a mi motocicleta y me fui.
Una vez en la puerta de aquel lugar pensé, ¿y si ella no llega?, pero aun así decidí entrar. Mis ilusiones por primera vez estaban puestas en la mesa a disposición de “la chica misteriosa”. Puse un pie dentro de aquel establecimiento y con una vibra extraña admiré mi alrededor.
Aquel café era una casa antigua muy al estilo del centro de la ciudad, el piso de madera rechinaba con cada paso y las puertas y paredes aunque estaban remodeladas, supongo que conservaban el estilo original. Todo esto se combinaba con un toque de modernidad y un montón de mesas distribuidas por todo el recibidor o en algunos cuartos conectados entre sí.
-Buenas tardes, joven, ¿Le puedo ayudar en algo?- me preguntó uno de los meseros.
-Hola, buenas tardes… ¿tendrás alguna mesa con ventana al jardín?- contesté.
-Sí, claro existe una en la parte de arriba. Sal al jardín, a tu izquierda verás una escalera. Sube por ella, encontrarás a tu derecha un gran pasillo y al final una puerta grande de madera, sólo entra a esa habitación y verás el balcón que mencionas.
-Muchas gracias- le respondí y suspire antes de avanzar.
-¿Deseas ordenar algo antes de subir?- me preguntó el mesero. 
-Claro pero ¿qué tienes en el menú?- pregunté con torpeza.
La mayor parte de las personas que estaban presentes, incluyendo al mesero, tenían una mueca de burla. Me sentí tan estúpido, pero está bien, creo que tal vez todo esto valdrá la pena.
-Bueno amigo, esto es una cafetería, así que tenemos café de todo tipo y té. Aunque tú te vez de los que beben cerveza. Y por tu cara creo que una no te vendría mal, ya sabes, por el susto- sugirió con una sonrisa.
-Una cerveza estaría bien, oscura por favor. Gracias- contesté y salí.
Una vez en el jardín, me quedé sin palabras. Si poner un pie en el recibidor era un viaje en el tiempo, salir al jardín era claramente la portada de una novela romántica de la revolución, como las que leía mi abuela. Al centro del gran patio había una antigua fuente de cantera y unos corredores largos cruzando todo el jardín hechos del mismo material. Las bugambilias daban el toque final a tan hermoso lugar con sus colores violetas y rosas brillando con la luz del sol.
Me dirigí a la parte de arriba y llegué al gran pasillo con un poco de arrepentimiento.
-¿De verdad crees que Estefanía vendrá?- exclamé en voz baja algo decepcionado.
-¿Por qué no vendría, Damián, si este es mi café favorito?- escuché detrás de mí, con esa voz característica que sólo ella tiene. Una voz con un toque de seducción y misterio.
Me di la media vuelta, Estefanía estaba frente a mí con su pose de siempre, sus brazos cruzados y una pierna al frente como anticipando su dirección para avanzar. Vestida con sus botas negras a los tobillos fuera de su pantalón entubado con un rasgado a la altura de las rodillas. Su blusa blanca y su amatista colgada en el cuello al ras de su escote. Y su chamarra de cuero negro con ese estilo rockero que me encanta. Casi igual al de esta mañana, pero en lugar de mochila sólo llevaba colgado un morral viejo de cuero artesanal.
-Perdón por dudar de ti, pero como no nos conocemos yo pensé que tú…-
-¿Pensaste que no vendría? Cierto, mi idea era dejarte plantado, pero me arrepentí y además no cualquiera se atreve a invitarme un café- dijo sonriente.
Estefanía caminó hasta la mesa que le gustaba. Era una mesa solitaria al frente de un gran ventanal desde donde se veía todo el jardín. Esa mesa daba la ilusión de estar sentados en las copas de los árboles y la vista era aún mejor. Yo simplemente estaba fascinado con el ambiente y claro, con ella sentada frente a mí.
-Oye, perdón por lo de esta mañana, no era mi intención interrumpirte- dije mirando el suelo.
-No te preocupes, no interrumpiste nada, es sólo que a veces no soy muy sociable y odio que indaguen en mis cosas- contestó
-Pues deberías de cambiar un poco tu actitud-  le sugerí esperando su reacción.
-Ajá, y tú ¿qué me cuentas?- respondió evadiendo el tema por completo.
-No lo sé, jamás pensé llegar a este punto. Tú y yo, juntos- le dije mirándola a los ojos.
-“A veces debes creer en lo imposible”- contestó con una sonrisa en el rostro y los brazos cruzados, seguido de una mirada perdida al suelo, un movimiento de cabeza hacia mí y por ultimo una mirada retadora con la ceja levemente levantada. 
Entonces llegó el mesero con mi cerveza y una humeante gran taza de café que despedía un hechizante olor a canela apoderándose del ambiente, o por lo menos de nuestra mesa.
Estefanía se acercó un poco a su café, oliendo con delicadeza aquel aroma, abrió sus ojos y me miró fijamente. Yo estaba completamente encantado y sentí lo que un niño experimenta cuando va por primera vez a un circo, esa fusión de miedo y emoción, algo muy parecido a un agujero negro o a caer al vacío. 
-Te quedaste mudo Damián, ¿qué te sucede?- preguntó con cara de extrañeza.
-Nada, bueno es que recordé como fue mi primera visita a un circo. Verás cuando tenía seis años mis padres me llevaron a uno y yo no sabía que pasaría dentro de ese lugar. Tenía mucho miedo pero a la vez me emocionó estar bajo esa carpa roja. Dime loco pero a veces me gustaría volver a experimentarlo. Olor a manzanas de caramelo, palomitas de maíz, el algodón de azúcar desintegrándose en tu boca y el tigre de bengala haciendo su aparición, todo fue genial, excepto una cosa: los payasos. Odio esos seres, me aterraban con sus grandes zapatos y pelucas coloridas. Pero esos tiempos ya pasaron.
Ella tenía una mueca de simpatía en el rostro, inclinó su cabeza y miró por la ventana diciéndome:
-Tienes lindos recuerdos de tu infancia, pero a veces tienes que superar tus miedos.
-Sí, tienes toda la razón. Y tu ¿alguna vez has tenido miedo?- le pregunté.
-No, el miedo es para personas vulnerables y yo no lo soy- contestó con un tono de desagrado.
Supongo que realmente ella odia que le hagan preguntas personales, tal vez su temor radica en el daño que otros le han causado. Su más grande miedo quizá sea ser lastimada.
-Cambiando de tema ¿puedo preguntar por qué esta es tu mesa favorita?
-Claro, tú me contaste cosas de tu infancia así que no veo por qué yo no pueda. Cuando era niña mis abuelos me traían aquí, este era el único lugar donde podíamos ser libres e imaginar cosas. Ellos me contaban todas las tardes leyendas y cuentos en esta misma mesa, mientras tomaban una taza de café con un toque de canela. La verdad es que aquí puedo reconectarme conmigo y estar tranquila por unas cuantas horas- fue su respuesta.
Cuando Estefanía terminó, yo sólo podía pensar en una cosa; jamás dejarla escapar. Nuestra pequeña reunión acabo y no quería dejarla ir, por lo menos no esa noche. Yo simplemente necesitaba saber más de ella.
Al salir del café le propuse hacer algo para continuar con nuestra “cita”, si es que le puedo llamar así. La puesta de sol estaba cerca, justo en el punto de muerte donde es molesto ver sus rayos de frente, así que sacamos nuestros lentes oscuros.
-Estefanía, fue un gusto pasar la tarde contigo y me preguntaba si tienes algún plan para esta noche- le dije.
En ese momento sonó su celular, movió la mano marcándome un tiempo en espera y contestó. Escuchó con atención la llamada y sin gran alarde sólo respondió.
–Sí, creo que iré. Llegare en un momento. Adiós.
Colgó la llamada y justo cuando mis esperanzas de seguir a su lado se apagaban me preguntó:
-Damián, ¿te gustan los billares en tono de club nocturno?
-Sí, sí claro, vamos a donde gustes- le respondí con un poco de mentiras en la boca, yo odiaba los lugares con demasiadas personas.
-Bueno, en ese caso vamos al centro. Un amigo inaugura su bar.
Después de eso nos subimos a mi motocicleta y emprendimos el corto viaje hasta el bar. Para mí fue el mejor trayecto en moto que alguna vez tuve, sólo por el hecho de que ella me acompañaba, me sujetaba del torso con fuerza y no podía pensar en nada más. Su cabello castaño con esas puntas californianas en plata volaba libremente con el viento. Al llegar al lugar que ella indicó bajamos de la moto, yo esperaba verla despeinada, pero en lugar de eso se veía genial.
Sonrió quitándose sus gafas, tomo la manija de la puerta y dirigiéndose a mí comentó:
-¿Sabes Damián? Eres la primera persona que traigo aquí.
No tenía nada que decir así que sólo sonreí bobamente y entramos al bar. A simple vista era un lugar cualquiera, barra, mesas de billar, música rock, luces y sillones con mesas pequeñas.
En el segundo piso estaban sus amigos o eso creo, así que subimos por una escalera de caracol. La sección de arriba era como un privado. Estefanía saludo a sus amigos.
A todos ellos ya los había visto en la Facultad, o al menos por la zona. Pero como no reconocerlos si cada uno de era casi único. La mayoría destacaba en alguna actividad escolar o simplemente eran populares. La mitad de la universidad sabía que Leo era muy bueno en rugby, Camila era la mejor en artes marciales, Ricardo era un terror en el terreno de las ciencias y Maya, bueno ella tenía la mejor voz de toda la universidad.
-Damián, te presento a mi clan, ellos son Camila, Ricardo, Maya y Leo.
-Hola, qué tal están- les saludé.
-¿Y este tipo qué?- dijo Camila.
-No molestes al chico, Estefanía nunca se equivoca con las personas que trae aquí- respondió Leo relajado.
-No te espantes, así es Camila. Cuando no te conoce se porta algo cortante- agregó Maya con una guitarra en la mano.
Ricardo sólo dijo hola desde arriba de una silla. Él aún estaba acomodando algunas cosas electrónicas en todo el lugar. Así pasaron las horas, poco a poco se llenó el bar y comenzó la fiesta. Para iniciar la noche Maya cantó algunas canciones y vaya que su voz es genial, algo anormal. Ya entrada la media noche inició el DJ que para mi sorpresa era Ricardo y sus mezclas eran bastante buenas. Hasta me dieron ganas de bailar, entonces Estefanía se acercó a mí estirando su mano y haciendo un movimiento con la cabeza.
-Vamos a bailar- insistió.
-No, yo no bailo…- contesté caminando hacia la pista.
Los meneos de Estefanía eran tan buenos que simplemente no podía apartar mi vista de ella, las luces de neón me transportaban a un mundo alucinante y las copas para ese punto de la noche ya se me habían subido. Al ritmo de la música Estefanía se acercó a mí lentamente. Su estatura y la mía eran perfectas para conversar frente a frente, pero ese momento no era adecuado o simplemente las palabras sobraban. Estefanía cerró los ojos y en un movimiento extraño casi impulsivo comenzó a olfatearme la chamarra. Sí a olfatear  como lo haría un animal. De la chamarra, paso a mi cuello y justo cuando su boca llego a la mía abrió los ojos, me miro asustada y se dirigió a la puerta de atrás dejándome en el centro de la pista.
Mi instinto fue buscarla, salir corriendo tras ella y preguntarle que rayos fue lo que pasó o sólo hablar de lo sucedido, después de todo no podía sólo dejar pasar el momento. Salí como pude del lugar, las personas se aglomeraron y mi estado inconveniente no ayudaba demasiado.
Por fin crucé la puerta, Estefanía estaba recargada en la pared del callejón a pocos metros de un contenedor de basura. Me acerqué a ella, me recargué en la pared y saqué un cigarrillo.
-¿Qué pasó allá adentro?- le pregunté prendiendo el cigarro.
-Nada. Sólo tómalo como un impulso del alcohol- contestó con una sonrisa burlona.
-Pues creo que me agradan esos arrebatos tuyos- le dije.
-Te haré una pregunta y me gustaría que fueras claro con tu respuesta, ¿realmente que te atrae a mí?- fueron las palabras que salieron de su boca.  
-Sinceramente creo que todo, todo me atrae a ti, tu misterio, tu físico si así lo quieres llamar. No te ofendas pero me das miedo y si tú quieres dime enfermo, pero créeme que me gustaría conocer todo de ti- fue mi respuesta.
-Bueno, creo que eso se puede arreglar. ¿Quieres saber quién soy realmente?, te propongo algo, una noche en mi mundo. Una noche sin celular, trasporte o preocupaciones. Tú decides- me propuso parándose frente a mí y metiendo las manos en las bolsas de su chamarra.
Completamente a su disposición terminé mi cigarro, lo lancé al suelo y lo aplasté para apagarlo, afirmé con un movimiento ligero de cabeza que sí, ella me tomó de la mano y comenzamos a caminar por las tétricas y solitarias calles del centro.
-Es increíble como un lugar tan conocido cambia demasiado por las noches- comenté.
-Sí, a veces las cosas o personas cambian mucho de noche- respondió.
No comprendo por qué cada vez que le hago un comentario ella se sale del tema como si me advirtiera que me aleje. Me quedé callado por unos segundos y por fin la rara Estefanía iniciaba nuevamente una historia.
-¿Alguna vez has visitado el reloj del búho?
-No, esa cosa existe, ¿O solo es una de tus leyendas?- pregunté.
-Un poco de ambas, la realidad es que existe y si tú te paras en una de las esquinas de dicho reloj veras un búho. La leyenda es que los búhos son animales espirituales y si estas frente a dicho reloj a las 3 de la mañana, él te mostrara el futuro en sueños, o partes del infierno en la vida real pero eso sólo se logra con una danza pagana que pocos se atreven a realizar.
-Me gustaría ver ese reloj- terminé proponiéndole una visita a tal monumento.
Caminamos algunas cuadras con la luz de los faroles iluminándonos y la oscuridad acechando nuestros pasos. Pronto, después de 15 o 20 minutos de avanzar, a lo lejos se distinguía el reloj de su relato. Una sensación de misticismo me invadió, pero tal vez sólo sea producto del alcohol que aun tenia encima. Una vez parados frente al “búho” no pude contenerme y exclamé con un tono grosero.
-¿Dónde está el maldito búho?, no veo nada.
-Espero que tu comentario no sea ofensivo o el búho se enfadara, además si no ves nada es porque no crees en lo que realmente está frente a ti. Inténtalo parado en este punto y deja tu mente en blanco. Inhala y exhala lentamente- me indicó Estefanía con su sensual voz en mi oreja.
Como por arte de magia y con pocos intentos, ante mí estaba un gran búho, con ojos amarillos y cejas pronunciadas mirándome fijamente. Es obvio que se trata de una ilusión óptica pero es impresionante ver que el truco funciona.
-No puedo creerlo, tienes razón la leyenda es real- exclamé con emoción.
-Yo nunca miento, pero recuerda que la leyenda es ver tu futuro en sus grandes ojos, no solo apreciar el animal- agregó.
Dirigí nuevamente mi mirada al reloj, me concentré en el pero lo único que pasaba por mi cabeza era la misma Estefanía y una vibra extraña advirtiéndome que parara de una vez por todas con esta noche.
-Listo, sí vi mi futuro.
-¿Ah, sí?, y ¿qué viste?- cuestionó mis palabras.
-Lo que vi tiene que cumplirse, o todo esto será en vano. Tú tienes que ayudarme.
-¿Qué fue lo que viste Damián?- preguntó con un extraño brillo en sus ojos, fue como ver sus ilusiones.
-Tú y yo caminando por la calzada, tomados de la mano- contesté, riéndome como un idiota.
-No creo que eso se pueda hacer realidad.
Estefanía se desanimó en unos cuantos segundos y trató de regresar, la tomé por el brazo y le pregunté algo de lo que siempre me arrepentiré.
-¿Por qué no quieres cruzar la calzada?
-Eso es asunto mío y nada más- contestó.
-Tú y tus secretos, estoy harto de escuchar eso cada vez que trato de hacerte plática, cada vez que quiero saber más de ti.
-Quieres saber por qué odio esa calzada, porque no la puedo cruzar sola. Simple, los fantasmas de mi pasado me persiguen, odio ese oscuro y solitario lugar. Esa parte de la ciudad es la peor de todas. Tantas muertes y desgracia en cada una de sus esquinas y que decir del final, esa gran fuente frente al ex convento, esa parte es la más infame. Llegar a la iglesia es como pisar el punto más bajo del inframundo. Yo no puedo cruzar, simplemente no puedo- contestó con ese toque de temor en el rostro.
-Yo no tenía ni idea de lo que te causaba ese lugar. Pero sabes, hoy no cruzaras sola, porque yo estoy aquí y de mi cuenta corre que llegues con bien del otro lado.
-Esos 2 kilómetros serán un martirio, pero está bien si eso quieres, vamos a intentarlo.
-Esa es la Estefanía que conozco, retadora y altanera. Cada vez me gustas más-  le contesté tomándola de la mano y dando el primer paso hacia la calzada.
El miedo invadía a Estefanía con cada paso, en ocasiones se volteaba y miraba el suelo sin razón, o eso creo porque yo no veía nada. Sólo se apreciaban los edificios viejos alrededor y esas grandes jacarandas a las orillas. Debo admitir que sí tenían los toques más escalofriantes de cualquier leyenda, ese contradictorio sentimiento de romanticismo y espanto. En menos de una hora estábamos llegando al ex convento, mucho más relajados que al inicio. 
-¿Ya viste la luna?- le pregunté.
-Procuro no hacerlo muy seguido- contestó.
-Pues deberías intentarlo hoy, esta hermosa.
Estefanía dirigió su mirada al cielo, miro la luna por unos cuantos minutos y exclamó sin apartar su vista de ella.
-Quédate aquí, tengo que hacer algo- comenzó a caminar sin ver a donde se dirigía.
La seguí unas cuantas cuadras, estaba tan concentrada en la luna que simplemente me pareció malo interrumpirla. De pronto entró en una calle oscura, la seguí lentamente pero para mi sorpresa apareció un tipo con una pistola en la mano, me encañonó.
-Híncate y saca todo lo que traigas.
El tipo era físicamente un malandro de barrio. Su ropa floja, tatuajes y cicatrices le daban ese toque de maldad que le faltaba.
-No traigo nada, ni siquiera celular- le contesté.
Para ese momento, Estefanía estaba algo lejos pero algo la hizo regresar, cruzó la calle y le dijo
-No dispares, realmente no tenemos nada.
Yo veía con coraje al tipo, una persona de esas no se tienta el corazón al jalar el gatillo pero tal vez si le daba un golpe podríamos escapar, o por lo menos me sentiría bien con que Estefanía huyera, pero no hablamos de una chica común, ¿o sí?
-Da la vuelta y márchate, de verdad no tenemos nada y no queremos problemas- le decía ella.
-No, esto no es un juego. Dame el dinero o se mueren- contestó el asaltante.
-Anda jala el gatillo- le grité.
El tipo se enojó y con un movimiento de la mano me dio un golpe en la cabeza. Todo me dio vueltas, caí de rodillas y sentí la sangre escurriéndome por la frente. Me recosté en el suelo mientras mis ojos se cerraban lentamente. Lo último que vi fue a Estefanía muy enfadada acercándose al tipo y a éste tratando de dar algunos pasos hacia atrás, apuntándole con su arma. 
De eso todo se resume a oscuridad y de pronto como por arte de magia estaba parado frente al reloj de búho, ¿todo fue una visión? Me pregunté, pero al ver a mi alrededor y buscar a Estefanía no la encontré. Me moví del lugar donde estaba parado y una neblina densa comenzó a aparecer, entre la neblina a unos cuatro o cinco metros se apreciaba la silueta de una mujer. “Estefanía estoy aquí”, le grité, al parecer sí me escucho pero caminaba lentamente hacia mí. Traté de encontrarla pero cuando se suponía que estaría de frente a ella, no era Estefanía, sino un gran lobo de color negro y ojos amarillos como la luna llena. El animal me derribo y lo último que vi fueron sus grandes dientes de color blanco. 

Abrí los ojos de golpe, Estefanía estaba sobre mí, sujetándome los brazos y sólo pude suspirar porque todo era un sueño. 

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