Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

18 mar 2014

Amores de una vida



Por: Edgar Moisés Camargo Castro




Otra noche de luna llena se posaba sobre la ciudad. No necesitaba más iluminación para distinguirse en la distancia. La miraba a lo lejos, desde el tejado, mi lugar favorito cuando noches como ésta se presentan.

Cerca de las once, las luces de mi hogar se habían apagado y todos en su interior dormían, mientras me embarcaba a la aventura como Perseo al cruzar los mares para liquidar a Medusa.

Di un brinco de tres metros hacia el árbol más cercano y bajé de forma ágil. Tuve que correr tan rápido como mis patas me lo permitieron. Mi ama despertaría pronto y si no me veía en su cama tendríamos problemas.

Subí a los tejados, encontrándome con otros que habían salido, como yo, a mirar la Luna, mientras me amenazaban para defender sus terrenos. Estaba a punto de llegar a los callejones más oscuros, cuando la vi. Estaba en la ventana de un edificio tan alto como la Torre Eiffel. Tenía la mirada perdida, como buscando algo pero sin éxito, estaba quieta, inmóvil, casi parecía una estatua y en el momento en que sus ojos amarillos me atravesaron cual flechas de cupido, no pude moverme. El palpitar de mi corazón aumentaba más y más con el pasar de los segundos como un reloj que corre con la velocidad de un tren bala.

De una forma inesperada, sin que me percatara, se levantó de un salto y subió por las escaleras colocadas al costado del edificio hasta lo más alto del mismo. Sin pensarlo dos veces fui tras ella, luchando por no perderla de vista; había algo en mi interior que despertó con su mirada.

Con el corazón a mil por hora y un dolor en el pecho que, no sabía si era a causa de la fatiga o por el sentimiento que continuaba creciendo, llegué como pude a su encuentro. Los rayos de luna sobre su hermoso pelaje blanco, provocaban una sensación de mareo en mi alma. Por un momento sentí como el suelo donde me encontraba comenzaba a moverse de forma desenfrenada, si esto me causaba sin siquiera tocarme, ¿cómo sería en caso de que intimaramos más?


Dudé si dar mi próximo paso. Al poner la pata en el suelo, el recuerdo de lo que hace seis vidas pasé, cruzó como una película por mi cabeza. Seguro la amaba y no había vuelta atrás: “De algo hay que morir”, me dije mientras me enamoraba por séptima vez, de la que no podría dar marcha atrás y apostaba, no saldría vivo…

15 mar 2014

El Encuentro

Por: Silvia Romero


En aquella vieja villa se podía respirar la desdicha y la miseria, incluso el sol se negaba a pasar por ahí. En la mirada de los hombres no se hacía disimular el cansancio y el sufrimiento.

Alí, un pequeño niño de la región, trabajaba cuidando los animales de su padre. Su madre había muerto al nacer.

Un día uno de los corderitos, al que solía llamar Din, se alejó del resto de la rebaño. Alí lo persiguió temeroso de que éste entrara en la tierra infértil. Se trataba de un viejo bosque, tan tenebroso que, el sólo hecho de pensar en él, le erizaba la piel. Según se contaba hace mucho tiempo la gente era feliz, no había enfermedad, los ríos tenían agua y el sol era brillante en lo alto del cielo, pero un mal cayó sobre la villa y el bosque se secó.

Para su desgracia, el pequeño Din se adentró al bosque. Alí se quedó paralizado. Le temía al bosque, pero sin duda el regaño que su padre le daría al notar que había perdido a Din, lo asustaba más. “Total son sólo un montón de viejos árboles”, pensó para sí.  Comenzó a caminar hasta perderse en el bosque. 

Se hacía de noche y no había rastros de Din. Alí decidió que lo mejor sería regresar. Justo en ese momento escuchó a un pequeño cordero. Corrió hacia él, sin alcanzarlo.

En aquel momento sus ojos no creían lo que veían: de una piedra brotaba un manantial de agua cristalina y a su lado había un árbol frondoso y verde, con un fruto de color rojo brillante. Se acercó y lo tomó entre sus manos con gran asombro, pero más lo fue cuando vio que de él surgió una mariposa, blanca y hermosa. Ésta se posó en su mano y en un parpadeo desprendió el vuelo. Al verla sintió que su corazón se llenó de esperanza; la siguió con la mirada hasta que se perdió en el cielo ya oscurecido. De pronto una luz apareció y como un rayo cayó en el manantial. Observó cómo se extendió el resplandor por todo el bosque y se volvió a concentrar en un punto para por fin formar la silueta de aquella mujer que lo arrullaba cada noche en sus sueños.

13 mar 2014

El dilema


Por: Alejandra López Sánchez




Es una tarde nublada de verano. Me encuentro sentada junto a la enorme ventana de la habitación donde he pasado los mejores momentos de mi vida. El temor a que él no vuelva se apodera de mí cada tarde. Ansiosamente miro a las personas que cruzan la calle rumbo al edificio donde me encuentro. 

En mi mente recuerdo cómo es Arturo, un hombre atractivo, de edad madura, alto y con un cuerpo fornido. Le gusta usar ropa formal que le permite mostrar su musculatura. Es una persona dependiente, se enamora fácilmente, es celoso, inestable y de humor variante. Usa sus encuentros amorosos para cubrir las necesidades emocionales que no logra satisfacer. 

Nuestro amor es prohibido, los dos lo sabemos. 

Me fascina el toque de locura y adrenalina que le da a mi existir. 

En este momento sólo quiero disfrutar lo que estoy viviendo. Por un lado, tengo emociones hermosas como la alegría y el amor que me invaden cada vez que siento sus labios sobre los míos, y sus dedos entrelazados apasionadamente a mi cabello. 

Vivo momentos de gran angustia al pensar que algún día se aleje de mí y encuentre otra mujer con quien compartir fugaces encuentros. 

Está anocheciendo. Ha pasado más tiempo del que transcurre normalmente cuando lo espero por las tardes. Me levanto y camino hacia el balcón. Salgo a tomar un poco de aire fresco. Escucho su voz a lo lejos y mi corazón da un vuelco de felicidad. Volteó rápidamente para saludarlo con un lejano beso de bienvenida. Mis ojos quedan atónitos al observar que conversa coquetamente con otra mujer, al parecer más joven que yo. La toma dulcemente de la mano, la besa y  se encaminan a lo largo de la calle.

Una parte de mí se rompió en pedazos y la otra sabía que esto pasaría tarde o temprano. ¿Deseo suplicarle que regrese a mis acalorados brazos? ¿O simplemente esperar a que el tiempo desvanezca su doloroso recuerdo? 
 


Etéreas Manzanas

Por: Silvino Kazim


Mi destino es de manzana, su aroma sutil me recuerda el aliento del viento; su verde color descansa en cada esquina, en la ventana de mis días; su tonalidad roja, despierta el horizonte. 

El fuego se alimenta de las horas. Me olvido de las manzanas de la historia. La luz se posa en la manzanacapullo. Me como la fruta redonda, círculo destino, la mariposa vuela en mis entrañas, mi manzana, única. Múltiple. Especial. Metamorfoseada. Ella, desprende el aroma de vidas pasadas, antes del pecado original; cae de todas las ramas del árbol del cosmos. Descubro la gravedad del amor.

Mi doble etéreo tiene jugo de manzana en las venas, cascadas de manzanas desbordan su corazón. Mi corazón es una manzana arriba de tu mesa, en tu cocina laboratorio; tú la tomas, la diseccionas, le quitas las semillas, la conviertes en un híbridomanzanacorazón, la pones donde entra la corriente de aire, la secas, la llevas al desierto.

La semilla de tu palabra germina en el huerto de mi infancia, se convierte en manzano con flores de mariposas transparentes; me alimento de pétalos que vuelan al espacio y me hacen ensoñar con universos paralelos, donde navego tus ojos llenos de solesmanzanas. Sé que el final de mi mundo está en la orilla de tu mirada, veo el cielo, late en mis ojos la promesa de quedarme ciego. Las manzanasgrafías flotan en el lienzo azul, horizonte de mis días donde tu etérea presencia se come mi tiempo.

Nos arranca la vida

Por: Alexis Guerrero Lomelí


Qué fúnebre es el adiós, dicen muchos. Pero, ¿qué hay después de ese adiós tan trágico en las novelas, esa amarga despedida que celebra la canción y que le llora la poesía? Sin embargo, en el partir es donde verdaderamente está el llanto, el áspero trago que te lleva a irte lejos, muy lejos de tu ser amado.

Tenía yo una prometida tan hermosa, llevábamos ya cuatro años de estar juntos y era buen tiempo, estudiábamos lo que queríamos y nos rolábamos algunas tareas de la casa.

Pero los sueños siempre existen, sueños que a veces no se pueden concordar, el baile, la letra son arte… pero la vida es de cada quien.

¿Cómo le hacen dos personas para quedar unidas?, ¿un hijo?

Un día que parecía como cualquier otro, nos levantamos y bebimos café, de esos colombianos que dicen que son los mejores…y ¡sí!

Ambos teníamos prisa, nada nos podía retrasar, dos oportunidades únicas e inigualables como ninguna otro: un casting y una oferta creativa para un libro. Dicen que la vida te da la oportunidad, pero la decisión la tenemos nosotros. ¿Quién esperaría a que a los dos, locos por las artes, y soñadores de sangre, nos fuera a tocar a tal cual, una oportunidad tan semejante y jugosa?

Con un beso presuroso y ninguna caricia que se pudiera cruzar, adiós. Y partimos por ese zaguán ya despintado y viejo, uno al norte y otro al sur, como polos opuestos y a paso veloz.

La noche anterior habíamos discutido ya sobre las posibilidades de ese evento tan grandioso que se nos presentaba. Pero, ¿qué sucedería si a uno le fuera bien y a otro mal? Claro uno se iría con el otro y seguiría buscando una oportunidad. Mas si en dado caso de que a ambos nos fuera bien y ambos debiéramos partir (New York y París no están tan cerca, que digamos) como destino. Y aunque necios qué podíamos hacer. Ninguno dejaría su sueño, entonces, ¿el compromiso anulado estaría?

El orgullo es terrible, pero ¿quién iba a ceder?

Luego de olvidar  todo, y cada quien dar lo mejor de sí, habíamos quedado de vernos esa misma tarde, frente a la fuente donde nos conocimos. Ella había salido temprano, pero antes debía pasar a otro lugar... una gran sorpresa le aguardaba: génesis del amor.
Cuando el sol se desvanecía y en su último respiro daba paso a la noche, ella recibiría una noticia: su novio, yo, había perdido la vida.

Apenas al salir de la casa ninguno de los dos se había ido tras su oportunidad. Los dos se amaban, pero el destino implacable los alejaría.

Caminé a una florería. Con emoción pensaba ir por ella, para celebrar su victoria. Pero, en ese tránsito de la vida, sólo hay una coma. El auto me golpeó con fuerza. Perdí la vida al caer. La vida me arrancaba de vivir la que llegaría.


Melancolía mortal, ahora pasas por mi garganta tan áspera.

A través de una caída

                                            Por: Jaime  Felipe Preciado




-¿Qué hace? -dijeron las gemelas.

-Pienso en sí hacerlo, o no -contesté.

-Hágalo -murmuraron las niñas.

Ellas fueron las únicas que me dirigieron la palabra. La gente pasaba sin mirarme, como si no estuviera ahí.

Continuaban los minutos, las horas, los días. Mi pensamiento deliraba: ideas, odios,  preguntas, resentimientos. Todo se mezclaba y jugaba en mi cerebro. Sabía que el tiempo avanzaba, pero no lo sentía. Era la sensación más horrible que puedo recordar, casi parecía real.

Logré ver una mujer a lo lejos, de vestido negro, como si ella misma fuera una ausencia de color. Miré al fondo del río. Parecía que el puente era más alto de lo que mi imaginación creía, volteé mi vista y la mujer ya estaba a un lado mío.

-Salta, no tengas miedo -dijo la mujer.

-Eso haré, pero a mi tiempo -contesté.

Sin más qué decir la mujer se marchó.

-¿Miedo? ¿Yo? -me pregunté.

Existía esa idea en mi cabeza. Yo creo que sí. Sí, en definitiva, sí tenía miedo. Mi corazón empezó a palpitar rápidamente. Sentí cómo el frío recorría mi cuerpo. Sí, estaba decidido. Iba a suicidarme. Ese fue el momento en el que un viejo tocó mi hombro.

-No lo hagas -dijo.

-¡¿Por qué?! -contesté furioso. Furioso porque había interrumpido mi cometido.

-Por lo menos yo justifico mis actos -respondió.

El viejo continuó su camino desorientado, y tarareando una canción, como si el mundo siempre siguiera igual. Y él aún a pesar de aquello, silbaba su canción.

Sus palabras  golpearon mi mente. Cierto. Camino todo el día, me despierto, hago las obligaciones  y cada noche me pregunto si he hecho algo.

-Nada, nada -me contesté.

Ese nada, me reconfortaba. Si iba a morir, no iba a pasar nada. Entonces, salté.

Desperté, sudando, volteando y observé cada parte de mi cuarto para verificar que todo había sido un mal sueño.


La casa con puerta amarilla


Por: Citlalli González Pérez



Damián Domínguez despertó aquella mañana como si fuera cualquier otra de un día típico. Al bajar las escaleras, su esposa lo esperaba con la taza de café y el periódico. Con un beso se despidieron y subió al coche en el que recorría siempre la misma trayectoria. Pero algo era diferente. En lugar de voltear a la derecha en la calle Olivos, giró a la izquierda. Cabía incluso la posibilidad de que esta variante fuera un error; aún podía tomar el retorno y regresar al área específica en que giraba su vida. Pero no.

Aparcó en una calle repleta de grafiti, la basura casi cubría la línea de la acera. Las personas lo miraban como si su traje y su convertible le negaran automáticamente el acceso a esas colonias. Caminó hacia una casa de puerta amarilla que parecía ya conocer, y tocó el timbre. Nadie salía para atender.

Recordó, cómo tiempo atrás, su versión infantil recorría las mismas calles de banquetas sucias y paredes rayadas. Era casi gracioso ver un niño tan pequeño cargando una mochila que le duplicaba el tamaño. Se detuvo un momento frente a una casa de puerta amarilla y esperó hasta que su mejor amigo saliera. En una situación normal, un niño de esa edad caminando tan temprano por las calles hubiera parecido una locura, pero todos tenían cosas más importantes qué hacer que andar cuidando a un escolar.

Unas cuadras después, llegaron a la escuela. Se acomodaron en el salón y comieron su almuerzo a escondidas, mientras la maestra explicaba la lección del día.

El timbre sonó finalmente. Indicaba la salida y los dos amigos seguían juntos. Bajaron las escaleras hablando de naderías. En el camino de regreso a casa, andaban con paso casi sincronizado hasta que un par de pies se detuvo. Uno de los dos aguzó la mirada, parecía sorprendido por ver a la persona que se había parado frente a ellos. El hombre que se postró ante los dos niños era una leyenda entre los habitantes de aquellas colonias. Los tatuajes en forma de hierba, que le inundaban los brazos, contaban la historia de su ocupación. Tenía una mirada siniestra, y sonreía levemente pero sin una gota de felicidad. Damián también se detuvo.

-¿Qué pasa? -preguntó Damián ante la parálisis de su amigo.

Se puso en movimiento, sumisamente caminó hacia el desconocido dejando atrás a Damián. 

¿Por qué nadie atendía a la puerta?, se preguntó Damián, Decidió partir. Entonces apareció de entre los callejones descuidados un hombre más o menos de la misma edad. Necesitaba dinero, no había probado bocado en todo el día y las drogas no se pagarían solas. Apuñaló al hombre que vestía de traje y hurgó, entre sus bolsos del pantalón, en busca de su cartera. Cuando encontró lo que buscaba, dejó el cadáver allí y entró a la casa de puerta amarilla. Mientras saqueaba la billetera que acababa de robar, encontró la identificación de su reciente víctima. Damián Domínguez, ese nombre lo conocía.



11 mar 2014

Lo de siempre

Por: Eira García Martínez

14 de Febrero. Llegué al bar de costumbre, con las personas de siempre, con ganas de no dejarme llevar por la rutina que empapa a todos en esta fecha. Sólo buscaba un trago para no sentir que estaba solo. Fastidiado del romanticismo que se respiraba, busqué un lugar donde ninguna pareja ni grupo de amigos me molestara: la barra. Fue cuando escuché por primera vez su voz, me preguntó “¿Qué te sirvo?”. 

Llevaba cerca de dos años viniendo, cumpliendo con el protocolo de un buen cliente, y a pesar de conocer las caras que me atendían constantemente, ella rompía con toda cotidianidad. No podía dejar de apreciar la luz de sus ojos oscuros y que apaciguaba el nerviosismo provocado cada vez que sonreía.

Insistió con la pregunta: “¿Qué te sirvo?”. “Lo de siempre”, contesté queriendo iniciar una plática a expensas de que ella no sabía lo que usualmente tomaba. Me asombró la seguridad con la que me sirvió un whisky doble. Pero fue mayor mi sorpresa al sentir que tomaba mi mano, la sostuvo firmemente. Se acercó a mi oído y en un susurro me dijo: “¿Quieres pasarla bien?” Le di un buen trago, volteé a ver sus penetrantes ojos oscuros y sin decir palabra alguna, sabía que me estaba involucrando en la mejor aventura de mi vida. Rodeó la barra, tomó mi mano y me guió hasta la bodega del bar, sin decir nada a nadie. 

Todos estaban tan ensimismados en sus conversaciones, que al parecer nadie notó que nos estábamos ausentando. O quizá era mi propia emoción la que no me permitía apreciar que todas las miradas nos seguían, de todas formas no importaba, ahora por primera vez en mucho tiempo alguien tomaba mi mano y eso para mí... ya era amor.


Mientras la seguía hasta el cuartucho que tenían por bodega, no pude dejar de notar que además de una mirada hipnotizante y una sonrisa que enamoraría hasta al más infame, también tenía un cuerpo celestial. No era en particular despampanante, pero el vaivén de su falda delineaba muy bien el contorno de su cadera, y a su vez denotaba la hermosa figura de sus glúteos, pequeños sí, pero firmes y redondos. Sus pechos apenas pude mirarlos una vez que cerró la puerta. No había mucha luz y lo único que advertí fue un retrato de ella con el dueño del bar y sus hijas. Después de eso estuve a ciegas , y mis manos se volvieron mi sentido más importante, mientras ella las guiaba alrededor de su pecho, pasando por su abdomen hasta depositar una en la parte más baja y húmeda de su vientre. Nunca me besó ni yo a ella, la sensualidad con la que frotaba su cabello contra el mío y jugueteaba su nariz con mis labios y sus mejillas rozaban las mías era suficiente para mí, como cuando dos gatos se acarician. De igual modo el agitado chocar de nuestros cuerpos por debajo de su falda, era para mí la experiencia más sublime que había tenido en vida, y justo cuando estaba en la cúspide de mi amor, logré sentir un suspiro de su boca, preparada para decirme algo más allá que un gemido. “¿Qué te sirvo?”, volvió a preguntar, mientras yo sentado en la barra sentí con seguridad que ella no sabía que era "lo de siempre"…