Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

10 abr 2014

Aquellas mágicas vacaciones

Por: Agustín Rodrigo Gómez

Las últimas vacaciones de verano fueron mágicas. Desde el primer día, sentía que iban a estar llenas de maravillas y cosas sorprendentes. Un gigante y espectacular autobús me llevó a la playa.

Esa noche mágica, frente al mar, era el día de mi cumpleaños. La tarde siguiente no dejó de ser placentera; sentí la humedad de la montaña mientras viajaba al pueblo donde nació mi padre, donde permanecí dos días.

Me reuní con mis queridos parientes. Un momento muy agradable pasé al convivir con ellos. Regresé al pueblo de mi padre. En ese viaje pude sentir con intensidad, la brisa que viajaba entre el bosque y acariciaba mi rostro; pude escuchar el latido de la naturaleza, a la cual todos pertenecemos.

En el alba sentí la necesidad de realizar algún tipo de ejercicio vigoroso. Decidí dar un paseo por los caminos circundantes al pueblo, y subí una pequeña montaña.

Horas más tarde fui a comer con unos primos, me sentía lleno de energía y decidí salir a caminar con ellos. Terminé cansado, pero contento. Esa tarde fue encantadora: conocí a una bella morena que usaba brackets. Tuve el deseo de invitarla a salir, pero por su corta edad, me contuve.

Antes del regreso, decidí volver a la playa, y la naturaleza me hizo un gran regalo: el atardecer más hermoso que vi en ese año. No me cansé de contemplar el Sol fundiéndose con el mar y produciendo un resplandor que me dejó pasmado.  


Al final de mis vacaciones no me esperaba que al continuar mi viaje, me encontraría con algo tan emocionante. Abordé otro autobús para acercarme más a mi ciudad. Me encontraba sentado. Una muchacha se sentó a mi lado. Al principio no le presté mucho interés, pero cuando la observé a detalle quedé paralizado... ese cabello rubio y rizado como rayos de sol; aquel bello y aperlado rostro portaba esas mejillas rosadas como piñones; sus piernas descubiertas y cruzadas, como los pilares de la tierra. Experimenté una admiración tal, como si hubiera escuchado una nota celestial. Nunca le pregunté su nombre; sentí que sería mucho atrevimiento, aunque intercambié algunas palabras con ella. Pero sin duda, con este acontecimiento cerré con broche de oro mis pasadas vacaciones de verano.


3 abr 2014

La travesía de las estaciones


Por: Jaime Preciado



Salió caminando el príncipe, solitario, buscando ese amor perdido. Sí, su amor desapareció aquella noche de invierno; una de las más heladas. Esa noche la recordaba bien: luna llena, los árboles blancos, la chimenea prendida, la mirada de ella. 

Describía el sentimiento de felicidad. Durmieron juntos, abrazados como si tuvieran más frío del que existiera. La noche se tornó roja. Todo cambió, la melancolía apareció. Volteé con lágrimas en las mejillas, no la vi, había desaparecido. Su amor estaba perdido.

- ¡Qué noche tan terrible! -se repetía el príncipe.

Caminaba y caminaba, vagando por su reino. Llegó a un árbol, donde se recostó y durmió. Despertó y vio a un viejo pequeño, nariz fea y arrugado. Fijamente lo miró y le dijo:

- Yo sé por qué lloras y sé cómo ayudarte. Pero tendrás que pasar una prueba.

El príncipe, aturdido, contestó:

-  Sí. Haría todo por recuperar a mi amada.

El viejo, sabio le pidió que le trajera una orquídea dorada, que se encontraba al final del bosque llamado “ESTACIONES”. El príncipe agarró un costal, lo llenó de frutilla y empezó su travesía. Caminó hasta su primer lugar de descanso a orillas de un río y se sentó. Relajado, tomó un sorbo de agua y se refrescó.

El río era la frontera entre su reino y el bosque, uno de los  más peligrosos. Invierno, verano, otoño, primavera eran todos los paisajes que  coexistían en aquel bosque.


El príncipe tomó un último sorbo de agua fresca, y siguió cabalgando hacia la entrada de aquel bosque. El paisaje empezó a cambiar. Todo se tornó frío. Los arboles estaban cubiertos de nieve. Su caballo empezó a relinchar. Escuchaba suspiros. Dejaba huellas atrás de su camino, manchas en la nieve.

Terminó aquel paisaje frígido y áspero. El príncipe se asombro. Todo cambio, se tornó hermoso y bello con flores por doquier. Una explosión de colores: rojo, azul, verde recordando que la naturaleza vive, que está ahí.

Cada cambio de estación le recordaba a su amada, cada vez mas para para estar con ella. Cada galope era poco para besarla, abrazarla, cuidarla, protegerla y sobre todo amarla. El paisaje se tornó melancólico, las hojas caían, el viento soplaba, el frío regresó.

- Amada, amada mía- suspiraba el príncipe.

La temperatura subió, el sudor aperlaba su frente, se lo limpiaba con una pequeño pañuelo. Se paró  a tomar un sorbo a orillas de un riachuelo. Continúo su camino, a todo galope, buscando ese final del bosque. Veía a lo lejos ese brillo dorado de la orquídea. Tambaleante llego a ella. La tocó. El tiempo se paró. Las palomas flotaban. El agua detuvo su flujo. Apareció el viejo, muy tranquilo fumando de aquella pipa.

- Lo lograste -dijo el viejo.
- ¿Por qué no lo haría?
- No la amabas lo suficiente, tal vez.
- Jamás. Solo existo por ella.
- Muy bien, muy bien. Toma- murmuró el viejo
- ¿Un hongo? ¿Para qué?
- No preguntes trágalo.
- ¿Para qué?
- Te llevara donde tu amada esté.

El príncipe lo tragó, desesperado. El tiempo giro; todo giro. Su cabeza estaba al revés. Vio toda su travesía pasar: el calor, los colores, el frío, el cansancio, las lágrimas. El golpe fue fuerte, seco, como si un árbol cayera.
Se encontraba delante de una cueva enorme, escuchando el vacío, que retumbaba entre aquellas piedras. Entró a paso firme, pero lento… las gotas frías caían en sobre su cabeza. Vio una luz. Empezó a trotar, luego a correr. 

Sí, era su amada. La emoción lo invadió. Su piel vibro ante la presencia de ella. La abrazó. Ni una sola palabra salió de aquella pareja  felizmente reencontrada. Sintió su mano junto a la de ella, por fin estaban unidos. Un beso bastó para perpetuar ese encuentro.

Intuyo que debía voltear, no sabe por qué, pero lo hizo. Era su hermano; lo golpeó y cayó al piso.

- ¡Hermano¡¿Qué te pasa? -dijo el príncipe.
- Tú me robas el reino, ahora yo te robo a tú amada.

La pelea empezó a flor de piel; los golpes fueron lanzados con odio. El príncipe  se alejó, tomó a su amada y trato de huir corriendo al final de la cueva. El hermano, con aires de desesperación, lanzo una daga. El acero voló y se encajó en la espalda del príncipe. La herida fue fuerte pero el seguía en pie. Su hermano aprovecho su oportunidad y  alcanzó al príncipe. Su amada le saco la daga  de la espalda, matando al hermano.  Huyeron juntos, regresando al reino.


El príncipe sonrió en aquella noche.  Durmió junto a ella.