Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

13 oct 2016

Música contradictoria

Música contradictoria
Bettina del Castillo Espino
Yo la maté, era mi amiga, mi amante. La radio lanza una paradoja, una tonada de jazz muy alegre I got a woman de Ray Charles. Fijo una mirada cargada de extrañeza al calendario. Ya pasó un año, pienso en voz alta.
Cada mañana es igual, observo el sol asomarse; el espejo, con sórdidas intenciones me enseña un rostro blanco, enjuto, rígido como la roca. Suena el despertador, menudo inútil, no importa cuánto lo programe para que me despierte antes que la culpa, jamás pasa.
La nada se volvió el todo viceversa. Estrujé entre mis manos su corazón. No, no es una metáfora, pero es igual, al fin y al cabo me pertenecía. Al menos eso dijo ella.
Ray Charles continúa cantando.
El crimen debía pasar ante los ojos y archivos policíacos como uno de odio.
Entra el solo de saxofón.
Caigo de rodillas al suelo estremeciendo la alfombra, la levanto. Rasgo la madera con las uñas así como rasgué su cuerpo. Las gruesas lágrima que acallan el calor de mi rostro cesan conforme la melodía cede su lugar al silencio.
Ahora suena una trágica pieza donde una cantante de ópera casi llora, es de Cavalleira Rusticana me parece, pues los instrumentos suenan estridentes como los relámpagos. Qué belleza.

Me pongo de pie, el bello saco negro envuelve mi camisa, la colonia me baña y algo de luz dorada se lleva el resto. ¡Qué hermoso día! Doy marcha hacia el exterior sin apagar la radio.

Anoxia

Celina María Alfaro Pérez Molphe

Estaba muriendo.
Me lo decía la cadencia de mi corazón que disminuía a golpes dentro de mi caja torácica, no tenía miedo, pensaba que no poseía uno y la situación en que me encontraba me probaba lo contrario. Apreté con fuerza la herramienta que tenía en mis manos y voltee a ver una última vez la ventana del segundo piso de la cual había saltado.
La noche descansaba desnuda sobre mi cabeza y en ella no había nube alguna que pudiera opacar la luz con que la luna tapaba la tierra; a pesar de ello solo podía alcanzar a ver unos pocos metros frente a mí. Así de grande era la oscuridad de mi cabeza que me cegaba y ensombrecía mi alma como una veladura gris.
Llevaba ya cuatro horas gritándole a un ser supremo por piedad o un solo segundo de su eterno tiempo y su respuesta fue silenciosa pero la entendí, los dioses son sordos.
Limpié los cristales de mi ropa y comencé a andar descalza por la acera de un lugar que no conocía pero recordaba haber soñado una de esas veces que me derrumbaba después de horas de insomnio, un maldito viejo amigo que me regalaba las peores alucinaciones. Períodos de dolores eternos pasé conversando con él, a quien no le importaba que mis palabras se tropezaran y carecieran de sentido; yo tenía diez años cuando comencé a tomar pastillas para dormir.
Los doctores no comprendían que podía hacer que una niña de esa edad pasara noche tras noche en vela y no les importaba que yo les dijera que era porque alguien sin cuerpo tocaba con fuerza la cabecera de mi cama.
Hacía frío y lo sabía porque de mi boca salía ese vapor con el que de pequeña me gustaba jugar a que fumaba, pero no podía sentirlo, mi cuerpo ya no sentía nada, era como si estuviera en un shock eterno desde que las paredes de mi mundo se habían tornado blancas.
Era consiente del lugar que dejaba atrás, mi cerebro no estaba tan deteriorado como para no recordar el día en que mi madre le gritó a mi padre que me alejara y aún podía sentir sus gruesas y sudorosas manos levantarme del suelo con brusquedad para poder lanzarme dentro del auto.
Tengo memorias vagas esas dos personas que no son más que manchas, pero esa nunca se irá, me visita de noche en los momentos en que me encuentro más vulnerable; a pesar de eso, sé que en algún tiempo ellos me quisieron. Pero los días en que mi madre susurró canciones para mí o en que mi padre me cargó en sus brazos quedaron tan atrás que no son ni un murmullo en el tiempo que me escasea.
Cuando llegué al oscuro pero blanco manicomio tenía trece años y fue la última vez que vi a mis padres, en sus miradas había tanto miedo y el saber que iba dirigido a mí en esa época me trajo mucha agonía pero ahora solo me produce placer; se merecen ese miedo, recordarme cada día y solo poder sentir el terror absoluto que yo les causaba.
Recuerdo haber esperado por semanas a que alguno de ellos dos pasara por mí, imaginaba como estúpida que vería el horrible auto verde que mi padre amaba estacionarse en el camino que se avistaba desde el área de convivencia, deseaba que aquel apestoso lugar no fuera a ser mi destino; esperé hasta que olvidé sus rostros y sus nombres.
Dicen los médicos que todos los días me pican como si yo fuera un experimento que mi mente es aberrante, no lo es, solo está algo nublada y algunas veces retumba por los alaridos o es molestada por el toc-toc que aún escucho en la cabecera de mi cama.
Ahora solo siento cansancio, noches sin dormir apiladas sobre mis hombros me tumban junto a un gran árbol, un cedro del cual seguramente alguien se colgó en el pasado y rasco con ansiedad el nombre que gravé sobre mi muñeca para no olvidar quien era, ‘Julia’, esas letras se sientan hinchadas sobre mi piel, una escarificación que prueba que algún día fui alguien.
Cuando tenía seis años metí la mano en la pecera del salón y apreté al inocente animal que nadaba sin conciencia alguna dentro de ella, recuerdo que la maestra me gritó y no creyó mis palabras cuando le dije que alguien más había tomado mi mano, que no era mi culpa. En el momento en que logró que soltara al pez ‘Gregorio’ solo quedaban las tripas del animal esparcidas entre mis dedos y esa para mi era una imagen hermosa, ahora entiendo que siempre adoré la fugacidad de la vida. Mientras me arrastraba a la oficina del director, subí mis pequeñas manos a mi nariz y las olí varias veces hasta que en mi mente se grabó esa hedionda muerte.
Cuando me pedían que les explicara porque me comportaba de una manera tan aterradora, les decía que si observaban bien de mi piel podrían ver salir millones de hilos casi transparentes conectados a una nada que me movía y me controlaba. Podía verlos a la perfección desplazarse dentro de mí como gusanos escarbando mi carne y alimentándose de mi autonomía, si fijaba la vista unas manos carcomidas y putrefactas tomaban con cuidado los hilos y los jalaban hacia ellas pero nunca supe a quien pertenecían.
Por eso arañaba mi cuerpo con desesperación, quería arrancar una de esas cadenas que se adherían a mis huesos para poder probar que no era mi culpa, rasgaba con cuidado los pedazos de dermis que podía separar y esperaba con ansias que en alguno de ellos se quedara pegado un hilo.
La deidad de una tierra desconocida me había abandonado a mi suerte, regalándome a un titiritero para que hiciera con mi persona lo que él deseara y no importaba que obligara a mi garganta sangrar suplicando y prometiendo que yo podía sola, los dioses son sordos.
Esos dioses malditos, indiferentes y crueles que me bendijeron con un cerebro consumido y defectuoso y ese miserable toc-toc que me impedía dormir.
Apreté con fuerza mi cabeza enterrando mis uñas en el cabello enmarañado que hacía años que no veía, había algo pegajoso entre mis dedos y cuando los baje para poder verlos me di cuenta que un líquido rojo con olor a óxido escurría de ellos, pero no olía a mi sangre.
Mis dientes titiritaban con tal fuerza que podía sentirlos quebrarse y el dolor de mi quijada subía hasta posarse en mi cabeza haciendo que explosiones de luz nublaran mi vista.
Una noche que pude escapar de mi cuarto, a dos años de que me abandonaran en el lugar, me colé en la habitación del doctor Andrade, un hombre que me obligaba a contarle sobre mi miente pero que no me creía cuando le hablaba sobre los hilos y las manos, abrí uno de sus cajones y encontré el nombre que estaba gravado en mi muñeca en un folder amarillo.
Había nacido muerta, ese era mi diagnóstico, una extraña enfermedad en que una bacteria se come mi cerebro poco a poco como si lo saboreara hasta que solo quede una carcasa de cráneo; no hay cura.
Al parecer el encierro es el tratamiento.
Tenía dieciséis años y me negaba a morir por una bacteria que sacaba hilos de mi cuerpo, yo la mataría y le probaría a todos los que me abandonaron a mi suerte que si había cura.
Ya no tenía nada que perder, había sido un ser fugaz y no había nacido muerta pero mi vida llegó a su fin en el momento en que mis manos aplastaron a Gregorio y solo podía pensar en oler mis dedos.
No sé si era yo, la bacteria o las manos que hacían el toc-toc quienes guiaban el destornillador a mi oreja pero reí por primera vez cuando lo sentí enterrarse dentro de mi cráneo y pude comenzar a ver como la bacteria escapaba bajando por mi hombro y mi brazo.
Comencé a sentir un dolor en el pecho que subía a mi garganta haciéndola nudos, quería llorar pero de mi ojos solo salían copos de nieve enfriando mis mejillas, los dedos que sostenían el destornillador se entumecieron y quise gritar de nuevo por la injusticia que se me había obsequiado.
Ya era muy tarde cuando me di cuenta que nunca me pertenecí, que yo era las manos que sostenían los hilos y que había matado a mi juguete, estaba sola, veía con intensidad desde alguna parte de la acera al cuerpo gélido de Julia y no era más.
No quedaba que salvar cuando entendí que solo estábamos Julia, el toc-toc, mis hilos y yo.

¿Quién era yo?


Incipit

Incĭpit
Damaris González Villela
Háblame, oh Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de resistir los infortunios del plomo del dios alado, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos. Habiendo atravesado el mundo llegó finalmente al lugar donde hubiera de emprender una nueva batalla contra el dios que le había hecho sufrir y arrancaría de él una flecha de oro para finalmente vencerle y así volver a la doncella que fuera suya por la eternidad. Mas antes debería, por deseos de la gran diosa Afrodita, perder la memoria de cuanto hasta entonces hubiese conocido, para que ésta, sirviéndose de aquel varón, demostrara a Atenea, la victoria de los sentidos ante la razón. Anduvo así mucho tiempo, buscando para sí algún símbolo o señal que le mostrara lo que hace tiempo hubiese olvidado y que le llevaría al fin a su última batalla.
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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que llegó un hidalgo desmemoriado, de los de adarga antigua y de lanza en astillero. Hubo olvidado el modo en que había llegado hasta ahí, tampoco recordaba el motivo del viaje que lo tenía en tal lugar. El barbero y el cura del pueblo le intentaban disuadir de no buscar en libros respuesta alguna, tratábanlo de hacer entender que cualquiera que fuese el propósito de su viaje, no tenía utilidad ya. Mas nuestro hidalgo no atendió a los consejos que le parecieron sinrazón y encontrando en algún libro de caballería que le hizo ver que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, emprendió así el viaje y loco le creían cuando con su lanza atacaba molinos vociferando:
“Dios alado, niño infame
Que has osado en maldecir
Y has prohibido que alguien ame
A este mísero infeliz”
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En medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura. Gran poeta hallaría yo que en su canto me explicara la senda que habría de seguir. Virgilio aproximó su paso al mío y guióme a través del infierno y purgatorio haciéndome ver almas infortunadas que pagaban deudas a Dios. Además de aquellas que en otra ocasión relataré, divisé almas que yo hubiese conocido en tiempos lejanos y que me parecieren entonces ser eternas en mi vida. Curioso fue haberlas olvidado para entonces y encontrarlas enterradas en tal lugar de llanto, mas no hubo cosa más inesperada que haberme encontrado por fragmentos en el mirar de cada uno, alma mía en cada uno de ellos, perdida para siempre y que no volvería más, remplazada ya por alma nueva construida por mí. Al final de mi travesía por fuego y pena, Virgilio abandonome en el filo del purgatorio para que siguiese yo una nueva senda. A este amigo poeta hube de abandonarlo y seguir también sin él.
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¡Cuánto me alegro de haber partido! ¡Ay amigo mío, lo que es el corazón del hombre! ¿Quién hubiera imaginado que al partir de tu lado encontraría aquí tal remanso de paz para mi alma? Estar en esta morada ha iluminado en gran medida mi alegría. Disfruto de un gran árbol que da sombra al jardín que se sitúa a la puerta de mi casa. Paso los almuerzos en un bosquesillo y tomo ahí algo de pan, miel, queso y frutas y comparto siempre con los niños que ahí juegan algún par de terrones de azúcar y una o dos monedas. ¡Ay! Lejos de aquel bullicio se encuentra realmente bien, amigo mío.
Mas escribo esta carta para hacerte partícipe de un encuentro que me llena de inefable curiosidad. En una de las tantas caminatas que suelo dar en el bosque que ya te he referido, he encontrado a mi paso a una joven de mirada taciturna y mente deleitante. Aunque resulta grácil y sonriente no me ha llamado la atención su belleza en primera instancia. Es lista y no hay cosa que disfrute yo más que intercambiar alguna palabra con ella. Sus ojos se han iluminado cuando habla de libros de un modo que no conocía yo posible.
Oh, mísero de mí al enterarme que partirá pronto a casa de su tío. La envía su padre a que aprenda algunas artes que le hagan preparase para el momento en que deba desposarse. ¡Qué disparate el que me viene a la mente! ¿Sería descabellado que fuese yo hasta la ciudad donde mora su tío a buscarle? He viajado ya largo tiempo que no es la distancia lo que me asusta. ¿Qué es esto, amigo mío, que me impulsa con furor a emprender de nuevo mi andanza?
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¿Encontraría a la Dama? Tantas veces  me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza me permitía distinguirla. Pero no sería esta vez la manera en que la encontraría. No. Jamás será la vida benevolente de tal manera que me coloque a la mano su piel morena. Será un acertijo llegar a ella y a sus ojos furtivos que huyen y me acechan al mismo tiempo. Será un baile de movimientos ya armónicos, ya desordenados, la suerte que me permita verla. Nadie me dirá si lo que hacemos en esta vida son movimientos brownianos o si es el fenómeno de entrelazamiento cuántico descrito por Dirac, esto que nos relaciona y nos aleja y nos vuelve acercar, mientras de fondo suena un saxofón o Ella Fitzgerald o The blues with a feeling. No, no será jamás la misma forma en que la encuentre, pero seguramente cuando suceda, nadaremos la vida como la paloma que baila y vuela ríos y nada cielos apenas descritos por el hombre.
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Muchos años después, cualquier noche de insomnio en medio de sus avanzados años, el coronel García había de recordar aquella tarde remota en que vio en los ojos de aquella Dama, la verdad indefectible que tanto tiempo había viajado para descubrir que brillaba tan cristalina como la primera vez que vio el hielo de la mano de su padre y tan fatal como el olor de las almendras amargas.
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Haría cualquier cosa por verte sonreír, Eduardo, y si no te ha gustado nuestro inicio te regalo otros tantos, perfectos y reconocidos ante el mundo como los mejores que hayan sido escritos nunca; memorables, sin par. En mi experiencia, fuera de un libro, un inicio dice poco de la historia que le sucede. Te entrego algunos y si lo deseas te doy otros cien más, a cambio te pido que no dejes de escribir conmigo y que me leas como yo te leo a ti.

12 oct 2016

SAMUEL BECKETT, ESPERANDO A BODOG, LA RAÍZ DE LA SOLEDAD

GABRIELA KARINA CASTILLO PONCE 



Samuel Beckett



(Dublín, 1906-París, 1989) Novelista y dramaturgo irlandés. Estudió en la Portora Royal School, una escuela protestante de clase media en el norte de Irlanda, y luego ingresó en el Trinity College de Dublín, donde obtuvo la licenciatura en lenguas románicas y posteriormente el doctorado


  ¨Lo terrible es haber pensado que no hemos sido felices alguna vez¨.

Es una frase fascinante que se encuentra dentro de este drama  publicado el 5 de enero de 1953, en donde se hacen presentes dos vagabundos al pie de un árbol esperando a un sujeto desconocido que ellos llaman Bodog.
La obra se desarrolla  en dos actos de comedia, pero  siempre en el mismo escenario en donde los vagabundos - Estradon y Vildamiro -  le dan vida a los mayores temores que tiene un ser humano;  la espera de algo que deseas pero que quizá nunca llegue. 
La manera en que ocurren los hechos descritos muestra de forma metafórica sobre la vida que llevan los hombres y sus anhelaciones.


              ¨Ya no tenemos que hacer nada aquí, ni en ninguna otra parte¨

Con estas palabras se puede apreciar que los vagabundos quedan atrapados por la idea de la espera, sin saber que no están sujetados a nada, que son libres pero que no se dan cuenta.
Así pasan sus días, deseando que aquello que desconocen los lleve al objetivo de su vida. Entender esto hace reflexionar que  el ser humano es libre, pero la mente es tan poderosa que tiene el poder de hacerle ver sus pies como raíces para quedarse en un mismo  lugar.  


Otros personajes llegan a la vida de estos sujetos con el fin de mostrar cómo se ha manejado  la vida diaria, y como la fidelidad hacia unas personas hacen perder la cordura sobre uno mismo.

Vladimiro.- tú también debes estar contento en el fondo, reconócelo
Estragón.- contento, ¿de qué?
Vladimiro.- de haberme vuelto a encontrarme
Estragón.- ¿te parece?
Vladimiro.-Dilo aunque no sea verdad
Estragón.- ¿Qué tengo que decir?
Vladimiro.- Di que estoy contento
Estragón.- Estoy contento
Vladimiro.- YO TAMBIÉN
Estragón.-YO TAMBIÉN
Vladimiro.- Estamos contentos
Estragón.- Estamos contentos ¿y qué hacemos ahora que estamos contentos?
Vladimiro.- Esperar a Godot
 Estragón.- es verdad



Me gustó mucho el pequeño dialogo anterior ya que me hace reflexionar sobre el hecho de que siempre hemos tratado de convencernos de alguna manera que somos felices, cuando en realidad no lo estamos. La mayoría de veces se debe a un hecho que no queremos cambiar.

 Yo recomiendo ampliamente  ¨Esperando a Bodog¨, ya que si se presta la atención necesaria a esta obra, se logra ver lo que en realidad quiere mostrar.
¿Qué pasaría si pudieras desencadenarte? ¿Qué pasaría si te dieras la oportunidad de pensar, hablar, gritar con libertad?        
¿Si dejaras de pudrirte en medio de la soledad? Son muchas cuestiones que te llevan a entrar en la duda de que si realmente estas feliz en donde te encuentras en este momento y con lo que estás haciendo,  porque después de esperar tanto tiempo a que algo pase en tu vida, te das cuenta demasiado tarde que tu vida es la única que se ha pasado.

Aquí mismo comparto un vídeo que encuentro bastante interesante en donde el director Rubén Pires y los actores Gerardo Baamonde y Héctor Días hablan sobre una nueva propuesta del clásico absurdo ¨esperando a Godot. Recomiendo el minuto 4:20.





BECKET, Samuel, ¨Esperando a Bodog¨. México, Editorial Tomo, 2014. 175p.

11 oct 2016

"Esperando a Godot", Samuel Beckett: Lo absurdo es inherente a la existencia

por Claudia Antunes

Samuel Beckett
Esperando a Godot
Argentina
Editorial Último Recurso
2006
88 páginas


http://biblio3.url.edu.gt/Libros/joyce/Godot.pdf


"Lo absurdo de una cosa no prueba nada contra su existencia,
es más bien, condición de ella”
Nietzche


Samuel Barclay Beckett, dramaturgo, novelista y poeta irlandés, nació en 1906 en el seno de una familia acauladada protestante de Dublín. A los 22 años conoció a James Joyce, encuentro fundamental en su vida.  


Durante la II Guerra Mundial, Beckett participó en la resistencia francesa trabajando en un grupo que descifraba y recodificaba mensajes secretos.


En 1948 se embarcó en la escritura de Esperando a Godot, que le llevó un año. La obra fue publicada en 1952 y estrenada en 1953. Pese a recibir malas críticas en su estreno, esta obra lo llevó a la cumbre y es una de las más representadas del siglo XX. En 1969 recibió el Premio Nobel, el cual consideró “una catástrofe” ya que nunca le había interesado ese tipo de gloria.


En su vida amorosa hubo varias mujeres pero solo vivió y se casó con una: Suzanne Déchevaux-Dumesnilusan, quien era 6 años mayor que él. “Ella me convirtió en un hombre”, dijo Beckett, “ella me salvó”. Se dice que muchos de los diálogos absurdos de sus obras teatrales son casi una copia de las conversaciones con su mujer.

Entre sus obras, escritas tanto en inglés como en francés, destaca la trilogía Molloy, Malone muere y El innombrable.


Samuel Beckett se caracterizó por su temperamento pesimista pero también por su profunda ironía, su sentido del humor y su rebeldía ante los designios del destino. Durante toda su vida buscó expresar en sus obras el dilema de existir en un mundo sin sentido. Murió en 1989 en París.

"No lamento nada, lo único que me fastidia es haber nacido porque morir, siempre me ha parecido, es un asunto largo y tedioso" Samuel Beckett



Nora Barnacle, Joyce y Beckett en Londres (1931)



Esperando a Godot es una obra dramática, con un humor inocentemente cruel, dividida en dos actos con una acción circular tan simple como traumática: en el primer acto, dos vagabundos, Vladimir y Estragón, esperan al lado de un árbol a Godot entre monólogos de conversación, diálogos desgarradores, discusiones, aburrimiento, cansancio, soledad compartida, desesperación, indiferencia, violencia, las visitas de Pozzo, un hombre cruel pero lírico y su esclavo Lucky a quien controla por medio de una cuerda, y la de un muchacho que les anuncia los plantones de Godot.
En el segundo acto las acciones se repiten, pero cuando Pozzo y Lucky vuelven a llegar, Pozzo se ha vuelto ciego y Lucky se ha quedado mudo. Al final de la obra siguen esperando entre la alternativa de un Godot que nunca llega y la posibilidad un suicidio que nunca se consuma, pero tampoco se descarta.





Los personajes, frágiles y poco definidos, manejados por un destino que les excede, viven una espera tan trágica que da risa, presos de una existencia monótona, perenne, en la que el cuerpo y el movimiento pueden llegar a expresar más que los diálogos truncados, incoherentes, ilógicos, sin sentido aparente. El propio Beckett calificó la obra de “horriblemente cómica”. La mínima acción de los personajes incrementa las sensaciones de angustia y tedio de una existencia humana absurda.


Estragón: No hagamos nada. Es lo más prudente.
Vladimir: Esperemos a ver qué nos dice.
Estragón: ¿Quién?
Vladimir: Godot.
Estragón: Claro.
Vladimir: Esperemos hasta estar seguros.


El lenguaje no es complicado, lo difícil es tratar de entender el sentido de la conversación entre los personajes, lo que puede llegar a desesperar al lector, que es precisamente el propósito del autor. Son los mismos diálogos y las acotaciones del autor, los que dan cuenta de la narración de la obra.


El título resume perfectamente la acción (o inacción) continua que ocurre a lo largo de toda la obra, los personajes no hacen más que estar esperando. Godot viene de la palabra francesa godillot que significa bota. Se dice que Godot puede hacer referencia a Dios (en inglés: God), sin embargo Beckett siempre lo negó. ¿Entonces quién es Godot?, al leer el título se piensa que dicho cuestionamiento se va a resolver a lo largo de la obra, pero no es así. Godot representa una especie de pretexto, de justificación, un “algo” que resulta imprescindible para actuar, para darle sentido a la existencia, al cual se le atribuye, erróneamente, una responsabilidad, que depende total y únicamente de la persona misma, entonces habrá que cuestionarse profundamente si esa espera pasiva resultará finalmente en la necesaria llegada de Godot.


Vladimir: Nos ahorcaremos mañana. (Pausa). A menos que venga Godot.
Estragón: ¿Y si viene?
Vladimir: Nos habremos salvado.

Esperando a Godot es una de las obras más rupturistas del teatro del siglo XX, considerada como una de las obras fundamentales del llamado teatro del absurdo. Y es a través del absurdo, que Beckett aborda temas como la fugacidad de la vida, la temporalidad, la soledad, la indiferencia, la duda, el sin sentido, la libertad, el vacío, el suicidio.

La obra es realista en el sentido que funge como espejo de la trama de la vida. Provoca sentimientos encontrados como piedad y terror, que obligan a reflexionar acerca del sentido que se le da a la propia existencia.

Exaspera, aterra, quizá por la inutilidad, ingenuidad o indiferencia de los personajes, la inactividad, la espera infinita, el diálogo inerte, la repetición, el tiempo que no pasa, un tal Godot que nunca llega. La obra suscita sentimientos de desesperación, vacío, quizá de vértigo, que no son más que una mera proyección que conduce ineludiblemente a una profunda introspección.

Sin duda vale la pena leer esta obra ya que es una lectura que compromete, deja cierta sensación de incomodidad que da pie a un pensamiento profundo, y como dice Beckett: “Cuando el pensamiento está en alguna parte, todo está permitido”.
Incita a reflexionar desde una perspectiva irónica pero franca, que provoca risa, de uno mismo,  de lo absurdo que se puede llegar a ser, a vivir. Su aparente sencillez, que es lo que la hace compleja, penetra con profundidad el alma humana ya que el lector se identifica con una serie de sentimientos y estados de ánimo que son compartidos por el género humano. Definitivamente, creo yo, es una obra que trasciende, sacude, cuestiona, concientiza. La vida es una obra de teatro y está en uno mismo la decisión de ser protagonista o espectador.

“Hay que darle un sentido a la vida, por el hecho mismo de que la vida carece de sentido” Henry Miller


Estragón: Vámonos.
Vladimir: No podemos.
Estragón: ¿Por qué?
Vladimir: Esperamos a Godot.
Estragón: Es cierto.




Bibliografía:

“La Otra Aventura” 


“Canal Encuentro” 


José Andrés Rojo. Madrid. 15 mayo 2012.