Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

3 oct 2016

La audición

Se me entumieron las piernas y me sudan las manos. La salita de espera es diminuta y estoy tan ansiosa que muerdo mis uñas, me acomodo los tirantes, me toco el peinado, me veo en el reflejo del cuadro de flores que está en frente. Oigo todo, el chicle de la recepcionista, el piano que toca dentro del estudio, la respiración pesada del chico que está a mi lado esperando su turno. Tengo hambre, mi despertador no sonó y no comí bien. Tomo un sorbo a mi café y me quemo. ¡Ah! Llaman mi nombre, sigo yo.
Nadie ha volteado a verme. Las cuatro personas del jurado están tomando anotaciones o en sus teléfonos celulares quejándose en Facebook de todas las horas que tienen que aguantar a bailarines púberos sin talento desfilando frente a ellos. Me he distraído de nuevo. “¡Concéntrate, María!” —me grito mentalmente. No es tan difícil, lo he practicado por meses. Debe salir perfecto; la música suena y mi alma se separa de mi cuerpo por un segundo. Regresa y comienzo.
Siento cada músculo contraerse, cada vello erizarse, y no puedo disfrutarlo. Estoy tan sumida en que los movimientos sean precisos que me olvido de todas esas emociones que me llenan el corazón cada vez que bailo. Esto no es arte, esto es rutina. El dolor en mis pies es insoportable; como cuchillos pequeñitos enterrándose en mis dedos. No me había pasado nunca, disfruto tanto la danza que el dolor viene hasta después, siempre. ¿Por qué pasa esto? Termino y el aire abandona mi pecho, junto con cualquier esperanza del futuro.

“Una vez más, con emoción”. ¿Qué pasa? Mis oídos zumban. “Una vez más, por favor”. Respiro hondo y la tensión se desvanece. Entre tanto afán no me había dado cuenta de lo lindo que es el estudio. Es enorme y la luz entra desde las ventanas de arriba y se refleja en los espejos que cubren tres paredes completas. Por un momento todo es tan silencioso, ya no escucho el lápiz contra el papel de los jueces, ni la respiración de nadie, sólo la mía y es regular; los nervios se han ido. Me preparo para comenzar de nuevo, estiro mis brazos y mi espalda truena pero no duele. Nada duele.

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