Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 oct 2016

Rubor

Adonai Uresti  

Me puse el vestido, recogí mi cabello, salí a la calle y tomé un taxi. Estaba hecho. En mis pies descalzos quedaban rasgos de lo acontecido hace más de dos horas. Llegué a casa, me desnudé. Llené la bañera y encendí un cigarrillo. Me sumergí. Se me escurrían de las manos aquellos casi cuatro años de matrimonio. Dejé escapar una sonrisa nerviosa y no pude estar más feliz, por él, por nosotros.
         Fue en el trabajo donde lo conocí. Ruborizaba mis mejillas cada que lo veía pasar por los pasillos. A decir verdad, lo miraba con ternura pero, a solas, no puedo negar que fue el protagonista de mis más largas y densas noches de soledad. Tumbada en la cama lo imaginaba debajo de mí mientras comenzaba a tocar mi pecho y mi vientre bajo. Al pasar de los minutos mis dedos estaban húmedos y, en busca de terminar, aceleraba el ritmo. Ocurría. Así hasta quedarme dormida.
De sobra está mencionar cómo terminamos juntos; compartiendo la casa, el vino y hasta la cama. De pronto comencé a notar mis ojos hinchados por el llanto, mis muñecas imposibilitadas por el grosor de las cadenas, Mis clavículas marcadas por la falta de alimento diario. Yo lo besaba cada vez que volvía a casa, le preguntaba acerca de su día. A cambio recibía una mirada esquiva y, si tenía suerte, un trago de cerveza caliente con cenizas en el fondo. Me quería, estoy segura. Es solo que así son las cosas, debo pagar de alguna manera la libertad que le quité al casarme con él.
Hoy me levanté temprano, han pasado casi cuatro años y me doy más asco que lástima. Tomé la botella de ron semivacía que estaba encima de la mesa, la bebí casi de tres tragos. Me acerqué a la orilla de la cama. Le di un beso en la mejilla, volteó la cabeza. Iba desnuda. Le quebré la botella en la cabeza. Antes de esperar respuesta cogí el pedazo más grande y lo encajé en su cuello. La sangre brotaba en abundancia y la tomé entre mis manos. Continuó escurriendo en el suelo y mis pies fueron testigos. Me puse el vestido, recogí mi cabello, salí a la calle y tomé un taxi. Estaba hecho.

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