Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

3 oct 2016

Mi madre


Mi madre

Kelly Isaura Narváez Portales

Estoy en mi cuarto donde están mis cosas favoritas, veo mi Monet, escucho algo de blues. La tarde cae y la nostalgia comienza a tomar la rienda de mi pensamiento; aunque vea la luz de la lámpara, hay algo que obstruye mi vista, aún no sé qué es.  Continúo viendo alrededor mío, huelo el olor fétido de la casa de al lado revuelto con el olor de la comida que prepara la mujer que se encuentra en el piso de abajo, es que dice ser mi madre.
En lo que está lista la cena escucho las fuertes discusiones que sostiene la vecina, del lado derecho de mi casa, con sus pequeños hijos; más que discusiones son violentos regaños, creo oír también golpes. En eso, la mujer que cocina me habla para que vaya a cenar. Una vez en la mesa, mientras estoy tomando café, la mujer empieza a contarme lo que en el día le resultó interesante, yo solo veo sus labios moverse.
Al finalizar la cena, la mujer me da algo de dinero para el día siguiente, lo tomo sin dudar y subo arrastrando los pies la interminable escalera, una vez más vuelvo a mi cueva. Ahora abro mi baúl ocre y mis manos van tomando objeto por objeto que dentro guardo: tres trajes sastre color negro, mi vieja caja musical, algunas de mis pinturas que hice hace no mucho tiempo y un reloj que me regaló la abuela.  Al ver cada una de esas cosas pienso si en realidad estoy solo, no lo sé, pero prefiero verme en esa habitación solo, que estar en la casa de mi vecina, eso sí me da para llorar.
Se hace tarde, cae la incertidumbre de la noche y yo con ese insomnio que te lleva a crear imágenes insospechadas, pienso que pude haber tenido una verdadera familia. Luego veo un escenario lleno de títeres y yo soy el títere estrella del acto. Interrumpo la puesta en escena, ya no hay ruido abajo, la mujer de cabello ébano se ha ido a dormir y ahora escucho el estúpido latir de mi corazón aún funcionando. 
He querido, muchas veces, que aquel estruendo proveniente de ese músculo rojo cesara, nunca lo logré. Sigo aquí, acompañado de mi mediocridad, de mi ocio y cobardía. A falta de pensamientos esperanzadores, elijo dormir.
Hoy no he querido abrir los ojos aunque ya esté despierto, sin embargo me asalta una duda ¿me tropezaré con gente mala? Quiero averiguarlo, así que me visto con mi mejor traje, me calzo los zapatos más nuevos, estoy dispuesto a comprobar a qué hora del día me toparé con la vileza humana.
Son las dos de la tarde, bajo la escalera. Ahora está ahí mi padre, ese ser curioso que me cuestiona cada que puede, me abruma. Me pregunta si comeré, yo respondo que no y cierro de golpe la puerta de mi casa. Siento una presencia tras de mí, volteo y es mi padre asomándose por la ventana, sonríe rápido y suelta la cortina. Sigo caminando con la vista al frente, llego hasta mi carro, y emprendo el camino hacia un restaurant de la ciudad.
Al entrar al lugar varias personas voltean a verme, yo siento un profundo odio, me pregunto qué estarán pensando de mí, han de creer que soy un patán, holgazán o algo semejante, probablemente no se equivocan.
Tomo la silla fuertemente y dejo caer todo mi peso. Se acerca el mesero y le ordeno un corte de carne y un buen vino. Mientras tanto una joven ojiverde, que se encuentra frente a mí, me observa de forma extraña, como si me hubiese visto antes, como si ya nos conociéramos. Solo sonríe e inmediatamente evade mi mirada, yo me siento incómodo, molesto, me irrita. Luego, se acerca el mesero y ordeno. Al cabo de un rato, el mesero me sirve un poco de vino, lo bebo de golpe, sin importar que apenas sea medio día. En eso el mesero deja mi plato con carne…imagino que es de las personas que me rodean, siento náuseas y alejo el plato, sigo bebiendo el vino.
En eso, suena mi celular, es mi padre, me pide que llegue temprano a casa para cenar él, la mujer y yo. Me niego y cuelgo. De pronto, la joven que se encuentra frente a mí se levanta de su mesa y se acerca a la mía, me pide consentimiento para sentarse conmigo, yo con aire de molestia abro la silla y ella se sienta. Comenzamos pronto a charlar. Ella cree haberme visto antes, yo con cierto enfado digo que jamás la he visto. La noto contenta y eso me provoca rechazarla.
Ya avanzada la plática y con copas de vino, atravesando la mente, esos ojos verdes me preguntan si creo en el destino, yo niego con la cabeza, ella pone su mano en la mía y asegura lo contrario. Entonces, una sensación de placer comienza a subir de mis pies hacia mis labios, me siento extraño, o algo peor: feliz.
Un poco avanzado el tiempo, casi dan las cinco de la tarde, es el momento de despedirse. Pago la cuenta, salimos del lugar. En el estacionamiento del restaurant, ella sube a su coche con una mueca maliciosa, yo le agradezco la compañía y la observo de pies a cabeza. Prende el coche, se va. Yo hago lo mismo.
Al llegar a casa, la mujer me pregunta que si tengo planes para la noche, dice que hará una pequeña cena. Yo solo escucho cortes en sus palabras, ni siquiera la estoy viendo, como de costumbre. Continúa hablando, hace una pausa, completa el mensaje diciendo que invitará a la vecina nueva del lado izquierdo de nuestra casa:
̶ Esa de los bellos ojos verdes que salió luego de que te fuiste. ¿Sabes? Platiqué con ella un poco, entre mujeres hay más confianza, me contó que creía en el destino, me dijo que hoy conocería al hombre de su vida, que simpática jovencita, ¿no crees hijo?
Entonces, volteé a ver no a esa mujer, como siempre la llamé, sino a mi madre, la que siempre fue mi madre, la vi fijamente con ternura, que nunca antes sentí y le respondí:
̶  Sí mamá, esa jovencita debe ser muy simpática.

FIN



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