Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 nov 2015

Cornada al Corazón




Claudia Antunes

Tres años sin saber de él. Hasta que llegó aquel día en el que por casualidad me topé con su nombre. ¡Por fin había logrado su sueño! Lo tomé como la señal que tanto había esperado y no dudé ni un segundo en ir.

Estaba nerviosa y sola, entre miles de personas. Rodeada de vestidos de lunares, flores de colores, sombreros elegantes y de un calor casi insoportable. En cuestión de instantes ya no era la gente quien hablaba, sino el silencio.

Recuerdo ese mudo momento que me hacía sentir algo inexplicable. Era uno de esos silencios que dicen tanto.

Divagaba emocionada por lo que después de tanto tiempo -finalmente sería- había soñado años con este encuentro. Lo añoraba. Me hacia ilusión el instante en el que nuestras miradas chocarían, en el que él notaría mi presencia.

De pronto, una fuerza bestial me regresó a la realidad: era negro, imponente. Pero lo que en verdad me devolvió a la vida fue verlo a él, como jamás lo había visto: tan seguro y sereno; deslumbrante y elegante. Estaban ahí los dos, con miles de ojos encima, mirándose. Poco a poco la emoción, contenida en el suspenso, fue invadiéndonos a todos.

-"¡Oooo...lé!" - aclamaba el público satisfecho, elogiándolo.

La gente hacia comentarios acerca de las faenas, yo no entendía lo que decían, sin embargo me gustaba lo que veía porque lo podía sentir.

Breve y limpia era la pausa en la reunión. Los pies inmóviles, los movimientos ligados, unidos. Ambos se fundían creando un arte magnífico, casi imposible. Se enfrentaban temiéndose, se defendían, se complementaban. Trompetas y tambores le hacían compañía al encuentro de sus miedos valientes, a sus miradas que no se separaban. Mantenían un diálogo tan íntimo que sólo ellos eran capaces de comprender.

De un momento a otro, la emoción se transformó en angustia. Parecía como si poner su vida en juego le diera más vida. A mí me arrebataba de una manera abrupta, desgarradora.

Se abrió un paréntesis en el tiempo. De un modo irónico éste se había inmortalizado. Me inundó un miedo que jamás había sentido. Todo a mí alrededor dejó de existir. Los segundos eran eternos, el silencio ahora era abrumador, el aire me sofocaba. Mi vista, aunque fija en aquella terrible escena, era borrosa. Como si  se rehusara a presenciar lo que estaba ocurriendo a unos cuantos metros.

Era tal su estúpida insistencia en no despegar los pies del suelo que entonces pasó lo que todos temíamos. En seco, lo levantó prendido por un muslo, cayó sobre su cabeza. Su traje se tiñó de un rojo intenso.

Y ahí, tirado en la arena, entre sollozos incoherentes, me brindó su última mirada. Esa que en tres años no había chocado con la mía.

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