Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

19 nov 2015

Cuando me alcance la suerte

José Antonio López Carrera

Vagaba yo por aquellas calles adoquinadas, hechas de cantera dura y rosada. Una ciudad vieja y apestosa, llenas de calles complejas y un desorden fatal. Pasaba frente a una tienda, cuando un señor extraño, más apestoso que la misma cuidad, con un bastón negro –de esos simpáticos donde uno piensa que se guarda un sable mortal- me gruñó diciendo: “Ven, acércate”.

Voltee a mí alrededor por si le estaba hablando a otro chaval. “Dime tu numero favorito”- me gritó con cierta alegría. “Haber si tú me das la suerte que necesito, pequeño jovenzuelo”. Se lo di. Después me preguntó el día en qué nací. Y así empezó a escribir una enumeración sin sentido, pero para él, números que lo harían rico y millonario. Llenaba un billete amarillo, lleno de cifras que iba raspando. Al terminar, aquel añejo señor, se persignó y lo entregó al mostrador. “¡Tú eres mi amuleto de la suerte! ¡Me vas a hacer pudiente y acaudalado!”- me decía. Miré aquel billete rayado por última vez y le pregunté: ¿Para qué quiere ganar la lotería, señor? Solo vi que se ruborizó y con rabia me dijo: “Pequeño infante, se ve que no sabes nada de la vida, siéntate a mi costado. Te lo diré.”

Me senté intimidado, mientras me seguía diciendo: “Cuando gane el premio mayor, lo primero que haré, es ayudar a los menos favorecidos, los haré ricos al igual que yo”. Es raro, yo pensaba que a los enfermos, desnudos y hambrientos, se les acompañaba y escuchaba. Se nos olvida que el más necesitado no es el que menos tiene, sino al que menos se le escucha. “En segundo lugar”-seguía diciendo. “Seré el hombre más importante y poderoso de todos. Me conocerán por las vestimentas que porte y las joyas que me rodeen. Aquel que me conozca, jamás me olvidará y jamás olvidará mi nombre”. Me quedé pensando, ¿no hay pobres y humildes que se siguen recordando hasta el día de hoy? El valor de una persona, va en función de su trato y servicio para con los demás. Y aquello que portamos, no tienen que ser trapos finos, o rocas brillantes las que nos rodeen, tendrán que ser amigos y gente de confianza. Eso no lo compra el dinero, ni lo consigue el más poderoso de los hombres con solo desearlo. “Y en tercero, pequeño jovenzuelo”- terminaba el. “¡Para ganar algo en la vida, algo grande y que pocos lo hayan conseguido!”. ¿De qué sirve ganar millones, si no estás contento con lo poco que tienes? Para poder valorar la vida y el dinero y todo, es necesario ser feliz con lo que llegamos a este mundo. Yo llegue desnudo. Llorando, pero feliz. Por lo menos eso me cuenta mi madre. Uno se va haciendo de cosas, que luego son como cadenas que no nos dejan ir. Acabando de hablar aquel señor, lo mire a los ojos, vi unos ojos más viejos que su vejez, de esos hombres que siempre han sido viejos. Cansado de escucharlo, lo interrumpí y le pregunté: Señor, ¿y no se puede hacer todos esos sueños, sin ganarse todo ese dinero, de una buena vez?

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