Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

19 nov 2015

Conociendo al sueño eterno

Karina Guadalupe Méndez Gallegos

La primera vez que te conocí fue aquella noche en que mi mamá menciono tu nombre mientras hablaba por teléfono. Creo que saber de ti la puso triste porque comenzó a llorar, no entendía muy bien el por qué eras tan importante o provocabas aquel sentimiento en ella, pero me dejaste intrigada.
      Supe que para  conocerte teníamos que viajar, había que esperar por papá; pero para hacerlo más rápido nos encontramos con él en el camino. Verte los ponía nerviosos y a mí un tanto inquieta, nunca te había visto y seguía siendo una niña por lo que no lograba comprender el modo en el que me tenía que comportar.
       Cuando llegamos a Monterrey, arribamos a la casa del tío Agustín y la tía Martha. Era de noche, así que papá me dijo que descansara un poco en el cuarto de mis primos antes de ir a verte por la mañana. Al despertar, la tía Martha me dijo que bajara para desayunar; mis padres se adelantaron para ir a  visitarte así que me alisté deprisa para ir con mis tíos.
     Faltaba poco para llegar, mi estómago temblaba de tanto nerviosismo ¡Te iba a conocer! Ahora que lo pienso, no supe en que momento cruzamos la puerta de la entrada; a cada paso de daba, mis pies se sentían más pesados, los latido de mi corazón estaban desbocados y los podía escuchar en mis oídos. La habitación se volvió fría y no dejaba de temblar.
       Mis padres se encontraban sentados en un extremo de la sala, me dirigí a ellos para tomar valor y acercarme a ti. Mi papá me sujeto fuerte la mano y me preguntó:
— ¿Quieres ir a verlo? —sólo asentí con la cabeza y él comenzó a guiarme por el pasillo.
    Percibí tu presencia con cada respiración que daba, me señalo en el lugar que estabas, volteé a ver a mi papá por si decía algo más, pero seguimos caminando hacia ti.
     Cuando llegamos a una caja, vislumbre tu rostro disfrazado en el de mi tío Gonzalo, pero ya no era él. No tenía color en su piel, ni esa sonrisa tan amable que le caracterizaba y sus ojos estaban apagados; tú lo remplazaste provocando un vacío en él, en mí, en todos. Se sentía un hueco en mi interior, un dolor trepaba por mí garganta abriéndose paso hasta mi corazón; desgarrando, mordiendo y consumiéndolo por completo.
Recordé haber visto una vez como una araña tejía su red alrededor de una abeja que cayó en ella. La abeja se veía asfixiada, desesperada por salir de aquella trampa mortal, aterrorizada por el inminente final. La arañaba acechaba, sigilosa, esperando el momento para terminar con la bicho. Tú eras la araña y yo la abeja.
En ese instante, te conocí Muerte; te vi en todo tu esplendor y grandeza cual si fueras el amo del universo, haciendo pequeño a cualquiera que se cruzara en tu camino. Y supe que siempre estarías ahí, rondándome, rondando a todos; consciente de que nunca olvidaría tu nombre. 

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