Por: Alexis Guerrero Lomelí
Claudiqué como ningún otro día, como nunca. Porque entonces en mí, la luz se apagaba,
como mechero que se extingue ante la falta de oxígeno y el fuego vivo, que me
consume, ahora moría a mi lado.
Había
despertado hace unos instantes. Nada a mí alrededor estaba iluminado. Tallé mis
ojos, una y otra vez desesperado, pero la luz jamás aparecía. No alcanzaba a
ver nada. Ante el espacio tan reducido, sentí ahogarme; grité con horror, pero
nadie me escuchaba. La desesperación se hizo presente y me sujetó a sus
cadenas.
1
minuto. 3
minutos. 5
minutos.
Transcurría
el tiempo; moría mi vida. Mas yo seguía escuchando mi voz y mi respirar, como
martillo que clava, pero nunca perfora.
Las
lágrimas salían como manantial de mis ojos, como antes jamás salieron. Como si lo
supiera hacer… llorar. No temía por mí, era el olvido voraz el que me
desgastaba. Cuando me sobrevenían sus recuerdos, su vida, la mía… lo que pasaría al no estar con ella a su lado.
Apenas esta mañana o no sé cuándo, que yo abrazaba su cuerpo, su panza, piel tersa de
aroma suave. Eran mis brazos los que la volvían mía y mi respirar descansaba en
su cuello, corazón con corazón. Pasajero de nuestros deseos, turista de su cuerpo.
Pobre
niño pequeño que soy, que me ahogo en su olvido.
Naufrago
de mis tristezas, decidí dejarme partir. Y aunque aguantaba la respiración, la seguía
escuchando. pum pum… mi corazón latía.
1
minuto. 3
minutos. 5
minutos. Una
eternidad.
Sin
poder morir, sin saber cómo morir, seguía aquí. En el espacio sin fin.
Una
voz a lo lejos, aletargado por la distancia, grité, sin ninguna respuesta. Y el
sonido se volvió palabras, decía: “¿puede escucharme?”. Le contestaron: “No,
señora…ha estado... cinco años. No hemos podido recuperarlo”.
“¿Dónde
estoy?” ─grité y me pregunté. Podía escucharla, era ella, mi amada, mi amor,
que lloraba y gemía, por mi ausencia.
Una
voz más: “no llores cariño, seguro ya está en un lugar mejor”.
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