Por: Silvino Kazim
Rodrigo es un hombre alto, usa lentes, es
moreno, delgado, de voz gruesa y es infiel. Su novia es una bibliotecaria con
ojos profundos, cabello de mar negro y ondulantes deseos como su
cuerpo.
Esta tarde ella busca una Biblia; no hay
nadie en la biblioteca. Se inclina para buscar en los libros que están hasta
abajo. Él se acerca por detrás la toma de la cintura. Ella respira el aroma de
él entre sus piernas, voltea a verlo con la mirada triste; sus labios murmuran
una súplica infantil. Él le da un empujón con su firme deseo, luego dos, tres,
cuatro, cinco. Ella aparta el recuerdo de su marido; se pone de rodillas.
Desabrocha el cinturón de él, de su pantalón brota un perfume a canela y mirra.
Suspira lunas, dunas. Sus pechos se juntan. Elevan una oración hacia el cielo.
Toma al reptil entre sus manos, abre la boca, se come la serpiente con sabor a
manzana; el mar rojo, se abre dentro. Se pone de pie, él le da la vuelta. Ella
se levanta el vestido. Ambos se penetran, se vuelven estrellas líquidas, leche;
se derraman sobre las páginas de sus cuerpos abiertos.
La bibliotecaria es un juguete erótico. A
él le gusta, pero la dejará. Un día, en la cama, él confiesa que tiene una
Violeta que cuida y cada noche riega con su esperma.
La bibliotecaria contempla cómo él va
desapareciendo. Se vuelve transparente y luego nada. Entonces, saca un libro de
su bolsa, se acomoda la almohada, comienza a leer en voz alta: la historia de
amor tantas veces contada entre una escritora y un pintor.
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