Por: Ivonne Fabila García
La rutina gobierna mi vida. El
despertador suena a la seis treinta, exactamente. El aroma a café invade la
casa. El vapor del agua caliente del baño, empaña el espejo. El desayuno siempre
acompañado de pan tostado. Más tarde el estruendoso ruido de las bocinas de
los automóviles, resultado de la histeria colectiva provocada por el "rush" de
la mañana. El smog ahoga y seca los ojos. El número noventa-y-tres se ilumina y
abre la puerta al sonido rutinario del teclado, el teléfono, el reloj... Las
mismas conversaciones día a día. El sol recorre el cielo hasta casi ocultarse.
Nuevamente la constante histeria colectiva toma las calles, pero ahora bajo las luces
artificiales. Cuando la calma por fin llega, el televisor y un tibio plato acompañan
mis noches.
Desde hace tres días, mi rutina ha
cambiado: Un sueño, una realidad. No sé si vivo o muero. Un escalofriante
desesperación, recorre mis venas. Me encuentro sentado en el lugar de costumbre,
en el piso 93. De pronto, de la nada, una
agobiante ansiedad invade mi cuerpo. No pienso. Corro y me lanzo al vacío. No siento el golpe, tan solo el
aire.
Me doy cuenta de lo que he hecho, ¡Cómo he podido! No soy un ave, no hay nada que me pueda detener ahora. Voy cayendo mientras veo tan pequeña a la ciudad desde lo alto y de inmediato comienza a agigantarse al acercarme al suelo. No puedo sentir más que la angustia de caer, esa sensación en el estomago, como una aguja gigante atravesando mi cuerpo. Pum, pum, pum, mi corazón late rápidamente, pues puedo sentir como si del pecho quisiera salir. El ritmo cardiaca ha cambiado, la respiración se acelera y las pupilas de los ojos se dilatan. No puedo hacer otra cosa más que gritar pues no puedo parar. ¡No! ¡No! ¡No!
Me doy cuenta de lo que he hecho, ¡Cómo he podido! No soy un ave, no hay nada que me pueda detener ahora. Voy cayendo mientras veo tan pequeña a la ciudad desde lo alto y de inmediato comienza a agigantarse al acercarme al suelo. No puedo sentir más que la angustia de caer, esa sensación en el estomago, como una aguja gigante atravesando mi cuerpo. Pum, pum, pum, mi corazón late rápidamente, pues puedo sentir como si del pecho quisiera salir. El ritmo cardiaca ha cambiado, la respiración se acelera y las pupilas de los ojos se dilatan. No puedo hacer otra cosa más que gritar pues no puedo parar. ¡No! ¡No! ¡No!
¿Es un sueño vivido o una realidad
que no me deja pensar? Acaso ¿ya estoy muerto y es sólo el recuerdo de lo
ocurrido? ¿O es tan sólo un sueño a que atormenta mis días?
Hoy nuevamente, en el piso 93,
comienzo sentir la locura de la desesperación, corro y me lanzo por la ventana.
Ahora me doy cuenta, aquello era un sueño y esto una desafortunada realidad.
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