Por: Agustín Rodrigo Gómez
Kancha era una niña
pequeña de cabello rizado, ojos color miel y mejillas rosadas. Tenía una piel
suave como el algodón y una sonrisa amable. Era conocida por ser inquieta y
alegre. Siempre hablaba con la inocencia típica de una infante. Vivía con su
familia y sus mascotas en una pequeña ciudad. Desde que tenía memoria, se
sintió enormemente atraída por la naturaleza y las fábricas, por
extraño que parezca. Disfrutaba mucho caminar por el bosque y contemplar sus
diferentes formas de vida. También gozaba de los momentos que pasaba con sus
amigos. Sin embargo, su gran inquietud y deseos de conocer, a veces la metían
en problemas y situaciones peligrosas.
Una mañana salió de su casa sin el permiso de sus padres, para conocer el interior de una fábrica que llamaba su atención. Ella y sus amigos, se reunieron en un parque para organizarse, y se dirigieron a la fábrica. Una vez que llegaron, lograron entrar sin ser vistos por los guardias de seguridad. Ya estando dentro, se divirtieron bastante porque conocieron las instalaciones, y por su curiosidad innata hicieron algunas travesuras.
Unas horas después, los trabajadores de la industria se enteraron y llamaron a sus padres. Al percatarse de lo ocurrido, los de Kancha se disgustaron mucho y la castigaron con un mes sin ver televisión. A pesar del castigo recibido, para ella había valido la pena porque logró satisfacer su curiosidad.
A pesar de esto, su perseverancia tuvo una gran recompensa. Pasaron unos años, pero en unas inolvidables vacaciones de verano sucedió lo que tanto anhelaba: por fin su padre accedió amablemente para realizar ese soñado ascenso.
Aunque esta no es
su última aventura, sin duda alguna, fue una de las más intensas, ya que la
había esperado durante mucho tiempo.
Una mañana salió de su casa sin el permiso de sus padres, para conocer el interior de una fábrica que llamaba su atención. Ella y sus amigos, se reunieron en un parque para organizarse, y se dirigieron a la fábrica. Una vez que llegaron, lograron entrar sin ser vistos por los guardias de seguridad. Ya estando dentro, se divirtieron bastante porque conocieron las instalaciones, y por su curiosidad innata hicieron algunas travesuras.
Unas horas después, los trabajadores de la industria se enteraron y llamaron a sus padres. Al percatarse de lo ocurrido, los de Kancha se disgustaron mucho y la castigaron con un mes sin ver televisión. A pesar del castigo recibido, para ella había valido la pena porque logró satisfacer su curiosidad.
Un
año después, Kancha se encontraba andando por el bosque, cuando se encontró con
algo que despertó su curiosidad: unos hongos que le parecieron atractivos. Como
eran muy vistosos, la niña los consumió, sin saber que éstos eran venenosos.
Unas horas después, comenzó a sentir los efectos: dolores intestinales y
parálisis temporal. Sus padres estaban preocupados, por poco pierden a su hija.
Afortunadamente fue llevada a tiempo al médico y Kancha pudo salvarse.
Desde
siempre, la pequeña experimentó curiosidad por ascender una montaña. Anhelaba
tanto subirla, que constantemente soñaba con ello. Le insistía a su padre para
que la llevara, pero la respuesta era siempre la misma:
-Está muy lejos y
el camino es difícil para el vehículo.
A pesar de esto, su perseverancia tuvo una gran recompensa. Pasaron unos años, pero en unas inolvidables vacaciones de verano sucedió lo que tanto anhelaba: por fin su padre accedió amablemente para realizar ese soñado ascenso.
Al
comenzar el viaje, Kancha estaba emocionada. Conforme subía en el vehículo, vio
cosas que la maravillaron: una cantidad asombrosa de enormes árboles y grandes
barrancos que nunca imaginó. El ascenso continuó, hasta que su padre decidió
detenerse a una gran altura. La vista era impresionante: se podía apreciar la
inmensidad del bosque, las montañas y las lagunas circundantes.
Kancha decidió
continuar subiendo la montaña a pie, mientras la suave brisa se entretejía en
sus rubios cabellos rizados. Tenía un poco de frío, pero no importaba, ya que
estaba maravillada. Cada vez más, se iba alejando de sus padres, porque sentía
que una fuerza misteriosa la animaba a seguir subiendo. Como era tanta la
altura en la que se encontraba, las nubes rozaban sus mejillas al caminar.
Hasta que finalmente decidió detenerse. En ese momento, la niebla que peinaba
la cima de la montaña, el intenso aroma de la vegetación alpina y el melódico
canto de las aves, hicieron que la niña entrara en un intenso estado de
fantasía. Una hora después, regresó eufórica.
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