Por: Eira García
A ella la conocía de antes. Era la esposa del primo de mi mejor amigo, Beto. Nos encontramos por primera vez
cuando ella comenzó a frecuentar la Iglesia donde mi padre es el Pastor.
Aquel día, fue el cumple de mi
amigo el Changoleón. Nos
propuso irnos de peda a una madre que hicieron de una marca de cervezas;
habría DJ´s y mucho por tomar.
Comenzamos a echar chela en un
bar cerca de la Uni. No es
el mejor del mundo, pero es para lo que nos alcanza a los estudiantes
borrachos. Regresando al tema. Llevaba unas cuatro chelas cuando llegó mi amigo
Beto con ella. Les voy a ser sincero: ella no es muy agraciada, pero tiene un noséquéquequéséyo que me atrajo ese día, o tal vez
sólo fue el alcohol que ya traía encima.
De ahí, nos pasamos a la madre
esa de los DJ´s. Estaba de hueva, pero
no me agüité y seguí tomando. Ella cada vez se acercaba más a mí, ya saben.
Hacía ese ritual que hacen las chavas, cuando quieren hacerte saber que quieren
algo más: Comenzó con las miradas sonrientes y pestañeantes; se reía falsamente
de mis comentarios, mientras toqueteaba mis nada formados bíceps; se acercaba a
mi oído para decirme lo guapo que me veía y lo rico que olía. No sé en qué
momento pasó ni cómo fue, pero ya estábamos abrazados. Nuestras lenguas
entrelazadas luchando, por ganar espacio dentro de la húmeda boca del
otro.
Entonces inició el faje. Ella bajó su mano y comenzó a desabrochar mi pantalón, para poder meterla. Me acarició por encima del bóxer. Yo bajé mis manos para agarrar sus suaves y tersas nalgas por debajo de su calzones.
De pronto, la gravedad hizo de
las suyas. No la gravedad en la que se encontraba mi conciencia por las chelas,
sino la de Newton. Me explico: yo con mis manos en sus nalgas y ella con una
mano allá abajo y otra en mi cuello; comenzamos a perder el equilibro, ya que
estábamos parados sobre una pendiente de concreto. Dimos uno, dos, tres pasos
para atrás, antes de sentir caer todo su peso encima de mi, hasta tocar el
suelo. Caímos como un tronco al ser talado en el bosque, sin poder meter las manos.
Mis codos y espalda se
rasparon y se podía ver la carne viva en ellos. A ella no le pasó nada, porque
cayó encima de mí. Lo peor de todo fue que se me bajó lo pedo con el susto, y
mi conciencia se dio cuenta del espectáculo que estábamos dando, además del
ridículo al caernos.
Beto grabó todo nuestro show en su celular. Y su teléfono misteriosamente se ha perdido.
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