Por Ivonne Fabila García
En el fondo del mar, dentro de una ostra vivía una preciosa perla,
grande y brillante, llamada Lackshmi. Un día fue sacada del mar y al ver su
belleza fue seleccionada para hacerle un collar a la reina, con lo que los
artesanos hicieron una obra de arte, donde Lackshmi era la perla sobresaliente.
El collar se convirtió en el favorito de la reina. No había ocasión
especial en el que ella no aprovechara para lucirlo y presumirlo delante de
todos. Lackshmi sabía que no sólo el diseño era lo que llamaba la atención,
sino era ella a la que miraban, le gustaba se admirada y despertar la envidia de los demás.
La adulada perla amaba posarse sobre el pecho de la reina y
balancearse al ritmo de la música en los bailes reales. Al saberse tan bella,
era presumida, orgullosa y altanera, incluso con las demás perlas que
conformaban el collar, las cuales también eran hermosas, aunque no se comparaba
su belleza.
Un día, en uno de esos bailes en los que la reina lucia aquel
hermoso collar, al bailar y girar, Lackshmi se desprendió del collar y cayó
botando por las largas escaleras. Fue tanta la fuerza con la que salió
impulsada, que una vez en la planta baja del castillo, golpeo contra la pata de
una mesa y está la lanzó hasta un alejado cuarto. De inmediato la reina ordeno
detener la música y parar el baile, para que todos buscaran aquella preciosa
perla. Así comenzaron a buscarla incansablemente sin ningún éxito. La perla gritaba desesperadamente para que la
encontraran: –¡Aquí, aquí estoy abajo! –Días después aún seguían buscándola los
sirvientes, pero nadie la encontró.
Lackshmi había quedado atrapada entre las escobas y los
trapeadores, en un sucio y obscuro lugar. Era un cuarto de servicio que pocas
veces era utilizado. Cuando alguien llegaba a abrir la puerta y sacar una
escoba o un trapeador no miraban hacia el piso, pues solo sacaban o metían
aquello con prisa. Y por el contrario, Lackshmi cada vez iba rodando más hacia
el fondo de aquel sombrío lugar. Ella observaba entre la rendija de la puerta,
por donde había entrado. Miraba a cuantos pasaban por ahí y gritaba para ser
rescatada. Grito y grito por un largo periodo de tiempo; también lloró de
rabia, decepción y desesperación; pero nadie la escuchaba. Después de un tiempo
cayó en depresión y se preguntaba –¿Cómo
alguien tan bella como yo, está en un lugar como este? No es lugar para mí –y
sollozaba.
Así pasaron los años, y todos se olvidaron de aquella hermosa
perla. La reina, como era su costumbre, cada temporada conseguía una nueva joya
favorita, la cual presumía delante de todos. Y
Lackshmi la observaba a través de la rendija. Así, que con el paso del
tiempo se resigno a permanecer en aquel sitio olvidado, y reflexionó –si no me
hubiera desprendido del collar, de cualquier manera, pasada la novedad, la
reina me hubiera abandonado, la diferencia sería que en lugar de permanecer en este
polvoso cuarto, estaría guardada en un lujoso alhajero. Igual de obscuro y
quizás ni siquiera podría ver hacia el exterior como lo hago ahora. Viviría
entre la frivolidad de las demás joyas, siempre pretendiendo ser la más bella.
Pero ¿y eso? ¿A quién le beneficia? Ser la más bella o no, de cualquier manera
estaría encerrada. Al menos ahora no tengo que pretender más. He aprendido a
ver la vida desde otro punto vista, menos superficial–
Un día, un niño que jugaba a las canicas, las lanzó y una de
ellas se perdió. Esta fue a dar justo en el cuarto en el que se encontraba Lackshmi,
quien pensó –Pobre, tampoco nadie la encontrará, se olvidarán de ella. Aunque
al menos tendré una compañía… quizás una amiga–
Pasaron las horas y aquel niño no dejo de buscar su canica
faltante. Fue persistente, pues era importante para él. Por fin, después de
mucho buscar, abrió la puerta del cuarto de las escobas, removió todo y
encontró su canica. Estaba tan contento que saltaba de alegría. Con aquel
movimiento Lackshmi también rodó un poco y logró sacudirse algo del polvo que
la cubría, lo que permitió que nuevamente brillara. Esto facilitó que el niño la
viera, la levanto del suelo, la limpio por completo tallándola sobre su ropa y
sonrió diciendo -¡Una nueva canica! –Así, Lackshmi fue adoptada como canica por aquel
niño, quien inmediatamente la puso en la bolsita de su pantalón junto con sus
demás canicas.
Las canicas del bolsillo de inmediato dieron la bienvenida a
la perla. Estaban contentas de tener una nueva compañera. El ambiente entre las
canicas era de solidaridad y amistad. No había envidias ni pretensiones falsas
entre ellas, como sucedía con las joyas.
Lackshmi se sintió muy contenta por haber sido encontrada por
niño y no permanecer más en aquel deprimente lugar. Veía nuevamente la luz del
sol, pero lo más importante, se sintió querida desde el primer momento. Sabía
que nunca más sería abandonada, pues se dio cuenta que si algún día se perdía el
niño no la olvidaría y la buscaría hasta encontrarla sin importar el tiempo que
esto le tomara. Lackshmi, recordó su vida como parte del collar, pero ahora
estaba agradecida de haber caído por las escales, pues era mucho más feliz,
lejos de la frivolidad y compartiendo con amistades verdaderas.
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