Por: Silvino Kazim
El músico y la divina de los bosques se encuentran en el preludio del
vuelo de pájaros azules; visten el sueño del amor. Sus ojos son el espejo de todas las edades en
que se amaron; oráculo de ellos amándose.
Ella va a cortar una flor, él la busca. Encuentra su cuerpo sin aliento; aún percibe su espíritu, él la buscará hasta el lugar del no-retorno. La perderá.
Mientras yo sólo los leo, pienso para mi...
Ella va a cortar una flor, él la busca. Encuentra su cuerpo sin aliento; aún percibe su espíritu, él la buscará hasta el lugar del no-retorno. La perderá.
Mientras yo sólo los leo, pienso para mi...
El tiempo son las cadenas de mis vísceras, cadenas de sombras atadas a
mis pies, la noche es la arena en el reloj; mis ojos están sedientos de
escucharla; mis manos están ansiosas por verla. Intento morir, como lo hiciera
Orfeo, para estar con ella, para verla; condenarla dos veces, pero no muero, me quedo solo, encadenado a un
recuerdo de un amor, que no fue mío, pues no pertenece a la memoria, al pasado; es sólo ahora de ella y de él.
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