Por: Jaime Preciado
Despertar
no era sencillo. La sensación de calidez de la cama me atrapaba. Corrí como
todas las mañanas, antes de mi primera clase. El profesor siempre puntual
estaba preparando los cuerpos para el estudio. Un día lluvioso, para una clase
de medicina tan temprano, como era de esperarse la asistencia fue poca, pues se
podría contar solo un par de alumnos. El profesor nos atendió con singular
alegría. Andrea sentada a lado mío y José como siempre delante del profesor.
Cada estudiante tenía su cuerpo de estudio sobre la mesilla de metal frío,
entre abierto, asomando solo la escuálida y blanca cara de un ser muerto. Por
causa de la tormenta la escuela nos mando un oficial de seguridad, por si
surgiera un problema, ya que la universidad estaba sola.
El
profesor, tenía su botella de agua junto a su escritorio tomaba sorbos de vez
en cuando, pero basto después del quinto sorbo para el hombre cayera fulminado,
muerto. Rápidamente se acerco José para tomar el pulso. El caso era sencillo el
profesor había sido asesinado. El silencio siguiente del cuerpo caer, fue
abrumador, sofocante y frustrante. Andrea empezó a llorar.
- ¡Cállate!-dijo
el oficial.
La
severidad del grito del oficial ante la muerte fue brusca. José tomo una rápida
muestra de sangre. En cambio, Andrea no lograba ocultar su gran melancolía, las
lagrimas abundaban en ese rostro tan bello. Los resultados de la muestra de
sangre fueron de esperar, una toxina de eficacia rápida.
- Esta
toxina fue extraída de este anfiteatro-dijo José.
El
silencio, generaba nuevas teorías en los pensamientos de los estudiantes. El
oficial mostro su palidez ante el simple hecho de presenciar, la muerte. El
oficial se movió a la esquina, dudoso de los que compartían con el.
- El
fue-dijo José.
- El, el-continuo
Andrea.
La culpabilidad en su ojos sobresalía
- Yo, ¿por
qué?.
- Usted es
el encargado de abrir el salón.
- No,
no-dijo con desesperación.
- ¿Por qué
te escondes?¿tienes miedo?-dijo Andrea.
Mi
interrupción fue de esperarse , José me dio una bofetada.
- El
oficial me presta todas las noches la llave para venir a estudiar-dije.
La idea de
José de culpar al oficial, se perdió. José golpe la mesilla de metal,
frustrado.
- ¿Fuiste
tu José?-mencione.
- ¿Yo? para
nada-
- Tu
cercanía al el te daba ventaja, tiempo y encubrimiento.
- ¿Le
tenías envidia?-pregunté.
- Jamás,
era un guía para mi.
- Y,
¿tu?-dijo José.
- Yo no
tengo los conocimientos, para extraer la toxina-contesté.
Un vacío
extremo, un silencio absurdo, me sometió, pues mi pensamiento deliro.
- Andrea-grite.
- ¿Eres
toxicóloga?
- Si así
es.
- Benzoato
de denantonio, fue la toxina ¿cierto?
- No, fue
la etenglicol.
José, la
voltio a ver con descaro. El oficial, no comprendía que había sucedido, pues de
su rincón no se movió.
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