Por: Eira García
Estaba ahí acostada; aburrida, viendo
al techo como cada domingo. No sé me ocurría qué hacer, como si estos tiempos
no ofrecieran tantas opciones de distracción. Bueno… en realidad, sí se me
ocurre qué hacer.
Quiero hablarle a ese guapísimo chiquitopapá que
no sale de mi mente ni por un minuto. Y, bueno, ¿cuál es el problema? El
problema es que… ¡tengo novio!
¿Qué pensaría mi novio si supiera? Uy,
no quiero ni averiguarlo.
La primera vez que salí con mi chiquitopapá fuimos
a la feria. Yo, super emocionada. Buscó dos algodones de azúcar para mí; me
encantan tanto como él. Nos subimos a la rueda de la fortuna, un juegucho feo
y oxidado, y al descender compró una brillantejugosadeliciosa manzana
de caramelo para cada quien. Lo veía con ojos de boba mientras comía mi
manzana.
En otras ocasiones, que salimos juntos,
me imaginaba como su novia. Besando sus carnosos labios; sintiendo su mano
recorrer mi espalda hasta sentir ese agarrón de nalgas que me excita tanto;
mientras con la otra mano juega bruscamente con mi cabello.
Tan pronto comenzaban mis pensamientos
lujuriosos con él, los reprimía recordando que tengo otros labios que besar.
Se me antoja otra manzana de caramelo.
Veo el whatsapp, uno arriba del otro en la lista de mis
conversaciones. No sé qué es lo que pesa más dentro de mí: si la lujuria o el
amor…
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