Por: Erika Berenice Cisneros Vidales
Un sofá
de piel café y una mesa de cedro con una botella de bourbon. Una ventana al frente
y una vista hermosa a lo que se le puede decir un bosque en la ciudad; mi casa
está situada frente a ese cúmulo de árboles.
Esta
habitación es mi lugar favorito. Había sido de mi abuelo antes
de partir; nunca supimos a donde fue, una mañana simplemente desapareció. Yo había
sido muy cercana a él. Solía leerme libros, contarme historias y mostrarme
fotos y postales de cuando había sido joven, cada una con una mujer
diferente; a pesar del inmenso cariño que le tenía, debo reconocer que nadie es
perfecto. Eso afligía a mi madre, lo culpaba del fracaso de su familia; sin
embargo, todos sabíamos, que el problema había sido mi abuela, si, una mujer
llamada Ana que parecía loca, muy desorientada, siempre hablando de las pinturas
del salón, decía cosas de ellas, como si estuvieran vivas; boberías supongo yo, pero el abuelo
las descolgó; eso en lugar de ayudar, empeoró.
Mi abuelo se desesperaba
y era cuando salía de la ciudad para olvidarse de la abuela. Fue por eso que
inicialmente, cuando no lo encontramos esa mañana de mayo, no nos sorprendió. Solía irse sin avisar, sólo que esa mañana no regresó. En ese tiempo, la abuela
ya no vivía con nosotros. La habían mandado a lo que llamaban ¨la casa feliz¨; después de eso ya no la vi más.
Entonces la casa se fue vaciando;
quedábamos solos Oscar, mi hermano mayor, y yo. Pero bueno, comienzo a divagar; eso
no es importante. El hecho es simplemente mi cambio de residencia. Lo cual parece
una ironía, ya que regresé al origen; es gracioso el asunto, pues,
prácticamente había jurado que no regresaría jamás, pero heme aquí. Me obligó a una situación sentimental, la distancia de la persona amada, disfrazada
de una oferta de trabajo.
- Esto
es mierda, una porquería. – me digo, casi a gritos. -¿Qué ocurre conmigo? Los
nervios de la entrevista y el trabajo a exponer quizá, el adiós puede ser o ¿los
nervios de regresar al hogar?
Trato
de concentrarme, pero me es casi imposible, mi mente anda por todos lados menos
donde debe, sólo pienso tonterías. La imaginación no está y la creatividad se
ha marchado. Es mejor dormir.
Una
cama ancha, sabanas blancas que sencillamente me atrapan y me incitan a seguir
durmiendo. La alarma… shh… que pare. No se detiene. Es hora de seguir. Abro los
ojos. Espero ver la luz entrando por la ventana, pero sólo hay oscuridad. El
viento se siente correr por el lugar; es extraño. No hay ventanas abiertas. Me
aseguro de eso.
- Esto
es hermoso, - digo a la vez que suspiro al ver el bosque, tan oscuro y
tenebroso. -Tan libre y abierto que resulta silencioso y secreto.
Tic,
tac… 2:45 am. Un reloj colgado en la pared marca su tic, tac dando la hora. No
me había percatado de su existencia y mucho menos del constante tic, tac del
movimiento de las manecillas marcando el paso de cada segundo. Es irritante.
Regreso la vista a la ventana.
- Qué estresante… ¿Qué? ¿Pinturas? Pero que…
Tic,
tac. El reloj en la pared. No… ¿pinturas? Vuelvo a mirar.
- ¿Dónde
est…
6:50
am. La alarma comienza a sonar. Despierto en mi cama, sábanas blancas y rayos
de luz tenue entrando por un pequeño espacio entre las cortinas.
- ¿Pero
qué mierda? – Un sueño, tan real, ilógico, pero real.
Es
hora de tomar una ducha y después vestir mi ropa más cómoda. Es hora de seguir
con la rutina.
- Rosa,
te encargo mi desayuno.
- Si,
señorita Hera, se lo llevo en un momento.
- Oye,
Rosa… ¿recuerdas las pinturas? Las que la abuela odiaba…
- Si,
niña, están en la bodega, ya sabes, casi por el parque.
- Vale,
gracias. Espero mi desayuno en la… allá.
La
casa es tan grande, rodeada de un gran jardín hasta topar con el bosque y la
bodega entre estos dos, la cual puedo mirar desde mi lugar. Allí es donde se
supone que están las pinturas.
Dentro
de la bodega se puede respirar un horrible hedor, un lugar que no ha sido
aseado durante mucho tiempo. Es enorme, sucio, desgastado. El lugar está
completamente vacío. No hay ni una sola pintura en toda la bodega…
- ¿Qué?
Mierda, claro que no… mierda… esto no estaba… ¡Ah! – el sitio está lleno de
pinturas y un zumbido comienza a aturdirme, hace que me tire al suelo a la vez
que cubro mis oídos. Me desmayo.
Abro
los ojos, paredes blancas, suelo blanco, sabanas, sillones, cortinas blancos.
El hospital principal. ¿Por qué estoy aquí? ¿¨Scar¨? ¿Es él?
- ¿¨Scar¨?
¿Eres tú? ¿Qué haces aquí? ¿Qué hago aquí?
- Hola
Hera, vine en cuanto me enteré. Es lo que deberías explicarnos tú.
- Fui a
donde estaban las pinturas, y luego el zumbido, son las pinturas, ya sabes, la
abuela hablaba de ellas, siempre lo hizo, ¿recuerdas?
- ¿Qué?
No entiendo de que hablas, ¿Cuáles pinturas?
- No
finjas Oscar, sé que me entiendes, ¿Por qué no me escuchas? No lo puedo creer… primero
las vi en el jardín, luego desaparecieron…
- ¿Viste
las pinturas en el jardín?
- Bueno,
en un sueño pero…
- ¿Estás
basando tu historia en un sueño?
- ¿Qué?
¡no! Las vi en la bodega, primero no había nada, y luego estaban allí, después
el zumbido y ya no supe de mí.
- Tranquilízate, Hera, has estado muy estresada. Iremos a casa, y me quedaré un tiempo contigo,
todo estará bien, ya lo verás.
Me
tranquilizo; al menos finjo hacerlo… tiene razón, ¿Qué tonterías estoy diciendo?
Al parecer me estoy amarrando demasiado a la historia de la abuela y un tanto a
su loquera, ¿pinturas? Qué tontería. Tengo que permanecer cuerda, ponerme a
trabajar, enfocarme en lo real, en lo que está, no él en lo que no.
- Si,
supongo que tienes razón; no estoy siendo yo.
- Si,
¿ves? Todo está bien, Hera. Vamos a casa.
- Vamos,
Oscar.
Los
días trascurren lento. Primero la idea en mi cabeza a cada instante, yendo y
viniendo cada segundo. Perturbándome, no debe interesarme. Pero va cesando, pronto
parará, ya no me importará. Vuelvo al jardín, la mesa de herrería blanca
garigoleada. Y me pongo a escribir.
2:45
am. Tic, tac. Tic, tac.
El
sonar de el reloj en la pared, pero no hay reloj. Solo una pintura colgando del
clavo en lugar de éste. Es el retrato de un hombre. Lo miro e increíblemente
puedo sentir que también me mira a mí. Extraño sentimiento sentirte observada,
vigilada.
Despierto,
las horas deben haber transcurrido rápidamente, tal vez un par o algo más. Mi
rostro empapado de sudor, mi cabello pegado a mi rostro y mi ropa húmeda. No
puedo abrir los ojos, solo respiro un extraño hedor, justo como el de la
bodega. A pesar de no mirar, puedo sentir algo en el exterior, cerca de mí. Una
presencia, no sé, algo que me acosa.
- Shh…
está aquí… puede verte…- me repite mi voz en mi cabeza, pero, ¿Qué puede verme?
Siento
un escalofrío recorriendo mi cuerpo, desde la punta de mis pies hasta el último
de mis cabellos. Sensación que se termina al percibir el zumbido que conocía de
tiempo atrás. Me hace caer de nuevo en el suelo, desmayar y en el último
instante lucido, distingo la imagen, la pintura…
Despierto
en el suelo de mi habitación. Ni rastro de la pintura. ¿Qué sucedía?
Tiempo
transcurre. Cada día aparece una nueva pintura, una nueva imagen, una persona
nueva en ellas. La casa comienza a llenarse de pinturas. Todas me miran, ahora
estoy segura de que lo hacen. ¿Qué nadie se percata de ello?
Nadie…
Pero
es que, no hay nadie. ¡No hay nadie! ¿Dónde se supone que está ¨Scar¨, Rosa?
Siento
escalofríos, miedo que recorre mi ser. No entiendo nada de lo que pasa, si es
realmente pasa y no sea que me este volviendo loca… las pinturas me hablan…
- Cállate,
cállate…
- Las
pinturas te hablan, shh escucha.
¡Ah!
Las pinturas me hablan… ¿Qué? Despierto, al menos eso parece ser… todo está solo… no hay pinturas.
- ¡Ah!
– grito al percatarme que si las hay, que incluso están a pocos centímetros de
mí, acosándome desde cerca, ¿Qué quieren de mí? ¿Qué es lo que buscan? Mi
habitación está llena de estás. Pero algo curioso. Hay tres en un rincón,
cubiertas por sabanas blancas. Aun sintiendo el miedo y mi palpitar acelerado
que figurase como si mi corazón fuera a explotar de un segundo a otro, me
levanto y rápidamente me acerco a ellas.
La
primera, es hora de destaparla… ¿Qué? Es del abuelo, el está plasmado en ella.
Siento que el ritmo de mi corazón para. Ahora es lento, muy lento, tanto que de
igual manera siento que en cualquier momento puedo morir. La curiosidad, el
morbo ahora invaden mi ser, ¿Qué hay en las demás?
¨Scar¨
en la segunda…
Palpitar
vuelve a ser rápido. Sé lo qué viene, a pesar de que no lo quiera, se presiente
lo que sigue. Destapo apresuradamente. No hay nada. Un fondo negro. Solo eso.
Me retiro de allí y doy media vuelta. Llevo mis manos a mi rostro, respiro
profundamente y me tranquilizo un poco. Sensación que no dura mucho, pues
comienzo a escuchar el roce del pincel con el lienzo y distingo el dulce aroma
del oleo fresco. Me giro. Mi imagen está pintada en el. Soy yo, pero no lo soy.
Me mira e incluso me sonríe. Retrocedo. Me miro en el espejo. No está mi
reflejo. Ya no estoy. Ya no existo… mi imagen solo es un recuerdo y mi esencia solo
está en el lienzo. Sin embargo, Rosa entra y grande mi sorpresa al escuchar de
sus labios: ¨ Hera, qué bien se mira hoy¨.