Aideé Sánchez Infante
Se encontraba sudando,
desesperado de saber qué había pasado la noche anterior; aquella noche en que
descubrió que el rollo de papel se había terminado y tenía que comprar un
paquete nuevo el próximo día. ¿La importancia del rollo de papel puede
desencadenar una serie de reflexivas cuestiones existenciales que provocan una
desesperación indeseada para su portador? Nuestro amigo no lo sabía, pero de su
interior nacía una epifanía que le rebelaba el valor del papel de baño.
Sabía que tenía que
comprarlo, comprar el papel de baño más pachoncito y más rendidor de la tienda
de la esquina. Escoger ese papel de baño de cuatro delicadas hojas con bordes
tenuemente colorados, con un olor embriagante que aluda a un campo de lindas
lavandas, con un una superficie delicada y suave cual nube. Nuestro amigo había
entrado en un estado de éxtasis, salían de sus ojos bellas lagrimas cristalinas
que reflejaban su emoción por comprar el papel.
Se levantó enérgico,
colocó los trastes sucios, en los que había desayunado, en el fregadero, corrió
a su cuarto para vestirse y, posteriormente, salió de su casa. Un paso después
del otro, pasos que reflejaban la posesión de una seguridad inquebrantable,
pasos que le acercaban poco a poco a la tienda de la esquina, esa tienda que
tenia inmensidad de abarrotes, cómodos precios en artículos de primera
necesidad y, sobretodo, lo que le importaba a nuestro amigo, una variedad en
artículos de baño y el monopolio del rollo más pachoncito de la ciudad.
Su rostro dibujaba una
sonrisa que remitía a una felicidad incalculable, un estado sublime de
bienestar que desconocería incluso el hombre más feliz de la tierra, pero esa
sonrisa no tuvo una vida duradera. Volvió serio su semblante, sus ojos y cejas
formaron una expresión de incertidumbre, no recordaba si había traído dinero,
metió temeroso su mano en el bolcillo; no había nada, ni una sola moneda. Las
dudas que le causaban terror se habían respondido, sentía miedo, desconocía
donde había dejado las monedas, pequeñas lagrimas salían de sus ojos, miraba lo
que le quedaba de camino, sentía frustración al estar ya cerca de la esquina,
cayó al suelo y su figura recordaba las poses que tomaban los caballeros que
perdían batallas importantes, batallas en las que se perdían cosas
significativas.
En el suelo, cabizbajo,
nuestro amigo ya no encontraba una respuesta para el paradero de sus monedas,
resignado se levantó y regresó a su casa, de la que antes había salido
emocionado y contento, pero en la que ahora entraba triste y sin consuelo.
Caminó hacia el comedor, se sentó y reposó la cabeza en la madera de éste.
Lloraba sin parar, tanto que su aire se le terminaba y tuvo que alzar su rostro
para tomar más, en eso miró al frente y vio lo que no creería poder ver ¡las
monedas!
Sintió una gran
felicidad, tanta que su cuerpo no pudo contenerla y nuestro amigo salió
corriendo hacia la esquina, compró el papel de baño que tanto había imaginado y
añorado. Al llegar a casa el pequeño Timmy no aguardó ni un minuto más para
poder usarlo.
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