¿Y si nos enamoramos?
por: Luis Daniel Razo Infante
El día que me enamoré… mí primer acto suicida, el mismo
que me hizo renacer, ¡Guau! fue un gran dilema.
A pesar de que solo contaba con diecisiete años, para mí,
enamorarme por primera vez fue
verdaderamente desmotívante. Empujado por las críticas de tíos y abuelos,
además de la histeria de mi madre por hacerme crecer y la ausencia casi total
de mi padre.
¡Qué situación tan horrible!, de esas que ahogas en lo
más profundo de los recuerdos, porque resulta insípido y difícil de comprender,
y que a mis treinta y tantos años sigo sin descifrar.
Pero lo peor estaba por venir; faltaba más o menos un mes
para concluir el último año de secundaria, ya sabes, la graduación los
exámenes, las críticas y el millón de cosas que te abruman haciéndote desear
que todo termine pronto.
Pero, es algo que hay que resistir con templanza… “es parte de la vida”, eso dicen todos, así
debes seguir caminando, cegado, sobre la telaraña de sucesos inesperados,
circunstanciales, absurdos, preparados por el destino.
Todo empezó un lunes, día nefasto, levantarse temprano,
bañarse, desayunar, peinarse, lavar los dientes, ¡rápido que se hace tarde! Después, clase de matemáticas a las 7:00 am,
biología y la muerte con física; ¿Quién iba a pensar encontrar ahí el amor? Un congeniar de palabras en horas sin fin, congelando el
tiempo, como un maravilloso destello de paz e incertidumbre, entre formulas y
leyes de Newton, quede prendido de su alma libre y autentica, aún le sigo
amando como el primer día.
Cuan complicado es el amor, pero aún más complicado
enamorarse y descubrir la capacidad de amar a alguien ajeno a ti, más allá de
lo cotidiano de la familia y los amigos y más lejano que el gusto físico.
Es complicadísimo amar a alguien cuando aún no sabes si
alguna vez te has amado a ti mismo, aunque creo que no es tan preocupante el
simple hecho de sentir o no la emoción, si no la manera y las circunstancias en
las que se desarrolla.
Los dos, el uno para el otro, siempre libres a fin de
cuentas, nunca me atreví a decirle que le amaba, sin que sonara sencillo, como
decirlo de dientes para afuera, y desligar la entrañada maraña de mentiras que
me juega mi propia mente, soportando el ansia que me produce el montón de chascarrillos
que es mi persona.
¡Ay! que tortura, como el choque del huracán contra el
risco, una verdadera pesadilla, de esas que te secan la boca robándote el
aliento, y te hacen sudar las manos hasta empapar los bolsillos.
Solo para que a esa persona de quien has quedado prendido
ignore tus sentimientos, o no le interesen en lo más mínimo, que a final de
cuentas eso no es lo peor que puede llegar a pasar, como cuando de pronto
ocurre un milagro, se interesa en ti, dándote alas para luego cortarlas cuando
vas volando en lo más alto y así sin espéralo ese corazón vívido, lleno de
sentimientos nobles ya se ha vuelto de piedra.
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