Emmanuel Martínez Rangel.
Yo hubiera modelado una vida a medida de tus
sueños, pero ese es el principal problema, olvidé los míos.
Aquellos dos, la joven mulata de no más de
uno setenta de estatura, a su lado, el que pretendía ser hombre en pantalones
de niño. Hablaban de lo que uno habla cuando quiere ser adulto.
Si vieras cómo viví reflejado a los ojos de
aquel, el chaval que sacó de mis entrañas el amor que tanto le he ocultado al
mundo, que tanto alguna vez le di a mi mulata, la amaba como a nadie, te amaba.
Aquellos dos se veían tiernamente bajo el noble
cobijo del roble. Las delgadas piernas de ella tintineaban cuando sus manos se rozaron para caer tendidas junto a su cuerpo que
reposaba sobre el húmedo pasto. Pasto que me llevó hasta ti, ahí pérdida entre
mis sueños, añoranza y desdicha he mantenido intacto cada cabello de tu ser,
cada pliegue de tu piel, cada te odio, cada no es tan importante. He mantenido
intacto cómo nadie, aquella vez que dije te amo.
Te amo
mama, te amo papa. Los amo. Te amo, a ti, a la que en más de cuatrocientas
hojas no he llamado por su nombre, tu nombre.
Aquellos
dos se miraban con recelo. Elda se vino a llamar ella, Andrés le pusieron a él.
Los conocía desde enanos. Pero ahí sentado observando en la banca desgastada los
vine a reconocer.
La ternura en sus ojos reflejados uno a otro.
Observaba como él lentamente fue reduciendo el espacio entre sus seres. La
forma en que ella disimulaba con un pastito para que él se acercará un poco
más. Vello a vello se penetraron, y la boca, su boca, sus bocas evocaron la
razón cuando sus ojos eclipsaron, y al eclipse pude ver la iglesia y ese
primero, y el que te diría a vestido de boda. ¿Recuerdas tu primer beso?, ¿El nuestro?
Luego con su despertar quedaron aterrados, y
yo me contagie viéndolos, viéndote en el rostro de aquella, soñando tus
caireles uno a uno. Recordando míticamente el sabor de nuestros labios juntos.
Se pararon y echaron a correr uno tras del
otro. Se encontraban para tocarse y juraría que a cada contacto brotaban
chispas como entre nosotros. Y luego la fusión a caer rendidos al tomarse de la
mano, o rodearle por la cintura. Elda se llamaba ella. Andrés le pusieron a él.
Yo te amaba. Pero aquella maldita noche
viniste a perder la vida sobre suelo en llamas que alimentábamos a pasión y
rencores. Te amaba y nunca lo dije…
Con el ocaso Elda se acercó a mí: "créame
don Emmanuel, ella lo sabía".
La última lágrima corrió por la mejilla de
aquel hombre longevo. Se quedó ahí para siempre. Cerró sus ojos para no
abrirlos nunca más cuando el sereno invadía el parque. Vaya uno a creer que por
fin está gritándole frenéticamente te amo frente a todos, frente a nadie. Aquel
hombre le amaba. Pero solo hasta ese ocaso pudo amarse.
EMR.
EMR.
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