Recibo un email,
es de Bs As. Ella se disculpa, por no contestar con puntualidad. Se describe como una apasionada del arte, descendencia
Siria, cabello muy largo.
Tenemos nuestro primer baile
juntos, con música de “Depech Mode”. Vamos a escuchar en vivo el programa
radiofónico de “El Negro Dolina” mientras el locutor cuenta sus chistes, ella
me ve mientras levanto sonrisas sonoras. La ayudo con la escultura de su propio
rostro. Ella toma mis manos y yo dibujo sus dibujos. Nos dormimos bajo la
sombra de un árbol.
Un tío de ella, uno muy
materialista, le dice que lo nuestro es pura utopía. Pienso que no hay frontera
entre palabras y realidad, todos somos texto. Ella no está de acuerdo. Me manda
un correo electrónico “ya tenemos más de un año de mandarnos cartas, tú no
vienes, ya no me escribas más”. Ya no aparece en mi bandeja de entrada.
Tres años pasan, tengo el dinero
suficiente para ir a verla, realmente me
hacen falta sus pensamientos. Tomo un avión por primera vez. llegó a la
Argentina. Ella no quiere verme, está con alguien.
Regreso a México. Es la una de
la mañana, entro a la página de vegetarianos, hago una lista de veinte candidatas.
Sé que tengo habilidad para, a través de un texto, ganar confianza, y entonces
alguien pueda interesarse en mi. Pasan dos meses desde que mandé solicitudes de
amistad, me escribe una chica New Age del
Distrito Federal. Después de varios mantrams
intercambiados, nos citamos por primera vez en un parque. La chica permite
que la abrace por la espalda, tengo su cintura diminuta en mis manos, la beso, ojos
abiertos, caminamos a ciegas, no dejamos de besarnos. La sombra de una gloria nos proporciona el nicho
romántico, nos quitamos la parte de ropa que nos impide que yo pueda entrar en
su cuerpo, le doy su segunda primera vez. Días más tarde, me habla por
teléfono, me dice: “hola, cómo estás, ¿ya no me quieres?” me da miedo su voz,
no me gusta lo que soy. Encuentro que la mejor versión de mi mismo está en las
cartas de la argentina, en su silencio.
Vuelvo a contar, a conocidos y
desconocidos nuestra historia, al escribir firmo con su nombre, pero en lugar
de la “a” final, pongo “o”. Leo poemas y cuentos e imagino que me escucha. Empiezo
el proceso alquímico de la androginia, me veo y hago lo que ella : estudio ciencia,
me dejé crecer el cabello muy largo, visto túnicas. La gente comienza a dirigirse
a mi con su nombre. He intentado enamorarme, pero el vocabulario que poseo
sobre el amor, ya se lo dije a ella en alguna ocasión.
Han pasado trece años desde su
última palabra, cada día recito de memoria las mejores estrofas de su vida, los
más bellos párrafos. Cada vez que tejo palabras en el cielo, las escribo sobre
un papel o en un texto electrónico; su nombre late en mi pulso.
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