Comenzó en el campus
hace ya un par de meses, la había visto en varias ocasiones pasar con su maletín
a reventar de documentos, sus ropas siempre cómodas y su cabello ligeramente
recogido con un par de pasadores adornados de pedrería, su rostro era tan jovial que se mezclaba perfectamente entre los alumnos, más aun por su estatura
aun así, era toda una dama y yo, definitivamente no era un caballero.
-¡Galdós!- grite mientras la alcanzaba,
casi de inmediato se giró completamente hacia mí.
-Sabes que puedes decirme Fátima, o Fati,
olvida la seriedad, es innecesaria, ¿Qué ocurre?- dijo con una sonrisa muy
pacífica.
-Solo quería saber si te gustaría ir por un
café conmigo, ¿hoy cuando salgas de clases quizá?-
-¡Claro, me encantaría!, te veo entonces acabando-
La
esperé en el estacionamiento hasta que llego y la caminata hacia el café fue
muy amena, me platico acerca de los proyectos que desarrollaba con sus alumnos. Llegamos al café y nos situamos
en la terraza, ella pidió un café con cardamomo y yo un expreso.
Nunca
supe bien en que momento la plática se tornó solo a lo que me decía sobre su
vida, de su infancia en las islas canarias; me contaba tantas cosas que cada
una parecía un continente, los vinos, la gente, el queso, los lagos, las
butifarras; disfrutaba su voz tanto que me guarde todo comentario para no
interrumpirla, hasta que se detuvo a sí misma, dándose cuenta de que yo no
había dicho nada desde el inicio de la conversación, así que lo siguiente fue
una serie de interrogaciones a mi persona sobre todo lo que pudiese saber, le
conté sobre mi última parranda y otras anécdotas, ella por su parte carcajeaba
con cada cosa chusca que me había pasado.
Al
final, estaba tan apenado que desviaba la mirada entre las luces de la terraza y
el humo de los cigarrillos, que no me percate de lo cerca que estaban sus
labios hasta que se encontraron con los míos.
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