Karina Guadalupe Méndez Gallegos
La primera vez que te
conocí fue aquella noche en que mi mamá menciono tu nombre mientras hablaba por
teléfono. Creo que saber de ti la puso triste porque comenzó a llorar, no
entendía muy bien el por qué eras tan importante o provocabas aquel sentimiento
en ella, pero me dejaste intrigada.
Supe que
para conocerte teníamos que viajar,
había que esperar por papá; pero para hacerlo más rápido nos encontramos con él
en el camino. Verte los ponía nerviosos y a mí un tanto inquieta, nunca te
había visto y seguía siendo una niña por lo que no lograba comprender el modo
en el que me tenía que comportar.
Cuando
llegamos a Monterrey, arribamos a la casa del tío Agustín y la tía Martha. Era
de noche, así que papá me dijo que descansara un poco en el cuarto de mis
primos antes de ir a verte por la mañana. Al despertar, la tía Martha me dijo
que bajara para desayunar; mis padres se adelantaron para ir a visitarte así que me alisté deprisa para ir
con mis tíos.
Faltaba
poco para llegar, mi estómago temblaba de tanto nerviosismo ¡Te iba a conocer!
Ahora que lo pienso, no supe en que momento cruzamos la puerta de la entrada; a
cada paso de daba, mis pies se sentían más pesados, los latido de mi corazón
estaban desbocados y los podía escuchar en mis oídos. La habitación se volvió
fría y no dejaba de temblar.
Mis
padres se encontraban sentados en un extremo de la sala, me dirigí a ellos para
tomar valor y acercarme a ti. Mi papá me sujeto fuerte la mano y me preguntó:
— ¿Quieres ir a verlo? —sólo asentí con la cabeza y él
comenzó a guiarme por el pasillo.
Percibí
tu presencia con cada respiración que daba, me señalo en el lugar que estabas,
volteé a ver a mi papá por si decía algo más, pero seguimos caminando hacia ti.
Cuando
llegamos a una caja, vislumbre tu rostro disfrazado en el de mi tío Gonzalo,
pero ya no era él. No tenía color en su piel, ni esa sonrisa tan amable que le
caracterizaba y sus ojos estaban apagados; tú lo remplazaste provocando un
vacío en él, en mí, en todos. Se sentía un hueco en mi interior, un dolor
trepaba por mí garganta abriéndose paso hasta mi corazón; desgarrando,
mordiendo y consumiéndolo por completo.
Recordé haber visto una vez
como una araña tejía su red alrededor de una abeja que cayó en ella. La abeja
se veía asfixiada, desesperada por salir de aquella trampa mortal, aterrorizada
por el inminente final. La arañaba acechaba, sigilosa, esperando el momento
para terminar con la bicho. Tú eras la araña y yo la abeja.
En ese instante, te
conocí Muerte; te vi en todo tu esplendor y grandeza cual si fueras el amo del
universo, haciendo pequeño a cualquiera que se cruzara en tu camino. Y supe que
siempre estarías ahí, rondándome, rondando a todos; consciente de que nunca
olvidaría tu nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario