Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

13 nov 2014

Viajero errante

Por: Alexis Guerrero Lomelí


Como el sol y la luna, día y noche que en un ritmo eterno bailan, así ella y yo nos tomábamos en la gloria. Ahora estoy yo, muriendo como quien espera que se desvanezca en el firmamento sus rayos, que en su paso nacerá la penumbra. Majestuoso pliegue de luces que me enseñaron sus ojos, estrellas fugaces. Pero su canto nunca llega. Hace tanto que se fue de mí y desolado dejó mi cuerpo que la sintió arder, derretir mis hielos, volviéndolos agua que surcaron sus playas, valles majestuosos en los que bebió mi boca su dulce néctar. En mis manos, artesano esculpí la pronunciada silueta de sus soberbios cerros; conquistador de su manantial que me invitó a quedarme… a habitarla. Y me uní a ella en el delirio del aroma húmedo de su madrugada, volviendo a gozar juntos ese Edén del que nos habían arrancado.

Embriagados en amor tocábamos el firmamento con una sola mano y el éxtasis hacía de las suyas: se apoderaba de nuestros cuerpos desabrigados, inundándonos en esa llamarada que se encendía hasta fundirnos el alma. Obra perfecta que nació de ti.

Con el ocaso surcando los cielos, y el otoño bajo sus pies desnudos, desapareció su suspiro. Letargo que pronunció su descanso del que nunca despertó. Fui errante, viajero solitario en estos secos llanos, que con tragos llenaron mi boca de arena, condenado al olvido y al recuerdo, de la labios que profirió mi sentencia.

Extrañé sus pasos en mis pasos, ya cansados de su recuerdo. Era león sin melena, sin orgullo, atado a la tierra que me condenaste trabajar, labrarla y hacer de ella una casa, cuna de perros hambrientos que mendigan el polvo al que me condenó tu voz.

La carne de mi carne, me fue arrancada. Mi vida fue ahogada en el lago de la soledad. Dama que susurra constante el miedo que nace de su garganta y lo escupe en mi cara. Reprochándome a gritos la burla de mi estado más precario.

Con ira pronuncié todos y cada uno de tus nombres, esperando que tu rayo bajara y arrancara la vida que aún me quedaba. Te reproché y no acudiste a mi llamado. Había sido abandonado.


Espada en mano, decidí con hierro romper el hierro que ataba mis pies a esta pena. Escribí su amor en la empuñadura que clavada mitigó el dolor de mi extravío. Y liberé el suspiro del aliento que me dio la vida.

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