Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

27 nov 2014

Memorias

Por: Erika Berenice Cisneros Vidales






2:14 am

Despierto gritando entre la marea de mi ancha cama. Mi rostro bochornoso e incluso mojado. Lo seco con las sábanas blancas mientras respiro por la boca para tratar de tranquilizarme y bajar el ritmo de mi corazón que late rápidamente. Tengo que borrar esas imágenes de mi cabeza. No puedo, pues no son sólo ideas o pensamientos vagos, son recuerdos de aquellos tiempos algo lejanos que insisten en perturbarme y acosarme en mi estado más vulnerable e inconsciente. Tengo que olvidar, aunque cueste trabajo… tengo que hacerlo.

-Tranquila, tranquila… todo está bien, -siento los brazos de mi padre rodearme y tranquilizarme como cuando era niña, pero él ya no esta allí. Y pronto la ilusión de su presencia se disipó, estaba ausente, hace tanto que lo está. Siento nostalgia pero ya no lloro.

-Sí papá, así es. -Contesto amargamente, esperando que donde sea que estuviera lo escuchara. Duermo.

Tres horas después, mi alarma comienza a sonar, con esa canción del grupo favorito de mi padre que siempre escuchaba en su viejo estéreo: ¨All you have todo is dream¨. Es hora de levantarme y tomar mi ducha cotidiana de treinta minutos con agua casi helada, en la que me relajo al sentir el frío sobre mi piel. Al salir seco mi cabello y me visto. Un pantalón oscuro entubado, unas botas negras y una blusa blanca. Tomo mi bolso y salgo del departamento 27 del piso 7 de un moderno edificio en el centro de la ciudad llamado ¨Lisboa¨ -que manera más ridícula de llamar a un predio con el nombre de un lugar de otro país-, pero es un edificio esplendoroso y lujoso en el que me encanta vivir.

"Rainy, rainy, it is a rainy day", canto suavemente al caminar por el estacionamiento hacia mi coche, un viejo Camaro de color rojo del ´89. "Rainy, rainy, it is a rainy day", suele ser una canción de juego en la primaria que no recuerdo bien, pero la letra o al menos ese fragmento no lo he olvidado. La calma termina. Mi coche ha sido atacado, tiene vidrios y espejos quebrados y en el cofre escrito con aerosol negro: ¨Tú sabes por qué¨.

Tú sabes por qué… ¿Qué se supone que debo saber? Es una situación un tanto frustrante porque no lo sé, y alguien acaba de delinquir en mi auto. Me siento molesta. Y para empeorar la situación, ni siquiera arranca. Tengo que tomar un taxi o un autobús, hace tanto que no lo hago, no lo haré, tomaré el metro. El camino tranquilo, al menos entre comillas, treinta y cinco minutos de camino en los cuales siento una gran paranoia. Gente observándome, personas siguiéndome, alguien que me habla. Nada de eso en realidad sucede. Me siento fuera de mí, de alguna extraña manera todo me señala. Todo me acosa.

Llego a la avenida principal, donde están los predios más antiguos e importantes de la ciudad, entre los cuales se encuentra donde yo trabajo como redactora de una columna diaria de política.

-Buenos días, Bishop -es el guardia de seguridad en la entrada, saludándome por mí apellido. No me agrada que lo haga. Que nadie lo haga. Todos recuerdan el ¨caso Bishop¨, la familia distinguida y el final…

-Buenos días, Oscar -debo contestar antes de olvidar hacerlo, sonrío fugazmente y me dirijo al elevador.

Piso cinco de ocho, el andar encargado de la sección de política del periódico ¨Hablemos de…¨, yo y cuatro personas más nos encargamos de ello. Yo soy la encargada del área, a pesar de que Valentina lleva más tiempo allí, razón por la cual me odia o tal vez porque su novio la ha dejado después de conocerme, no lo sé; claro, hablo con sarcasmo. Después, mi café cotidiano americano sin azúcar para luego ir a mi cubículo.

-¿Pero que mier…-todo el lugar está destrozado, revuelto, como si alguien hubiera buscado algo; sin embargo, todo está allí.

-Hera, ¿sabes si…-¿Qué paso aquí? -me pregunta Jorge, la antigua pareja de Valentina, -¿Qué es esto? -se inclina al suelo y recoge un sobre amarillo. Sin preguntar lo abre. -¨Tú sabes por qué¨- lee en un volumen que apenas se escucha.

-¿Qué?

-¨Tú sabe…

-Sí, sí, sí, te escuché, dame eso, -digo un poco irritada a la vez que le quito el sobre. La hoja tiene remitente, no literalmente, pero tiene iniciales: AV. Se quién es. Al menos puedo imaginarlo. Es increíble que quiera seguir atormentándome con eso, yo no soy culpable.

-¿Qué sucede?

-Yo no tuve la culpa. Yo no fui.- digo en voz muy baja. -Debo irme. -Tomo mi bolso y prácticamente salgo corriendo del cubículo, del edificio. Quedo en medio de la calle sin saber qué hacer. Debo ir a buscarla,- ¡taxi! –pronto estaré en la central de autobuses con un boleto que me llevará a donde ella está.

Tres horas de camino, aproximadamente. La renta de un viejo coche y veinte minutos más para llegar a su porche. Debo llegar. No, no lo haré. Comienzo a manejar en reversa para salir de allí. Es imposible. Una camioneta me impide el paso y leva las luces para que frene. Distingo quien es. 

Es ella, Andrea Vargas. Mi madre. Siento un nudo en la garganta. Ya no puedo irme. Bajo del coche y cierro de golpe. Percibo su mirada disgustada, abrigo su rechazo. Sale de su vehículo. Me ignora y se dirige a su casa. A pesar de que es una reacción esperada me siento indignada.

-¡Hey! –le grito furiosa, es inconcebible que siga reprochándome su muerte.- ¡Vuelve! No es justo lo que haces conmigo, sabes que yo no quería, sabes que yo no podía haber hecho nada, sabes que la culpa realmente recae en ti, ¡Tú fuiste! Fuiste tú y lo sabes…-se gira hacia mí.

-Yo no te culpo Hera, la realidad lo hace, los hechos, lo que sí sucedió. Tú lo mataste… ¡Tú lo mataste!

-No, no, claro que no, sabes que no, yo no fui, ¡Deja de culparme! – siento desesperación, ¿Cómo es posible que se atreva a atribuirme la culpa de la muerte de mi padre? ¡De mi propio padre!,- estás loca, pero ¿sabes qué?, ya no me importa, yo sé que no lo hice, y en tu interior tu también lo haces, ¡Deja de engañarte! De engañarme…- salgo del lugar, tomo el coche rentado y manejo a gran velocidad, incluso choco su camioneta del lado del conductor. No importa. Acelero más y más y más.

De pronto, un hombre, de aproximadamente cincuenta años, alto y delgado de tez y cabellos blancos, atraviesa la carretera que lleva a la casa Bishop, no lo veo a tiempo. Pronto está arrollado en el suelo. Pierdo el control del auto y este choca contra un cedro. Pierdo el sentido, el conocimiento.

Las memorias regresan a mí. Diez años atrás. Una muchacha, en un estado no apto para manejar, el auto de la casa, gran velocidad, un padre de paseo, que pronto no estará más.

Ha sido verdad… había sido yo, todo lo había realizado yo, incluso el coche, el sobre, todo, supongo que a causa del subconsciente que no quiere permitirme estar bien. No debo. No tengo el derecho a estarlo.

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